Ese que dijo Jesús que no se podía perdonar ni en esta vida ni en la otra
“Con espíritu contrito sometan (los fieles) sus pecados a la Iglesia en el sacramento de la penitencia”: (Vaticano II, Presbyterorum Ordinis, 5)
En primer lugar, dos aclaraciones: 1.- Los pecados no los perdona el sacerdote. Los pecados los perdona Dios, mediante la absolución del ministro ordenado: obispo o presbítero.
2.- Todos los pecados tienen perdón de Dios, menos uno: el pecado contra el Espíritu Santo. “Por tanto os digo: Todo pecado y blasfemia será perdonado a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no les será perdonada” (San Mateo 12, 31). El único pecado que Dios no perdona es la blasfemia contra el Espíritu Santo.
¿En qué consiste este pecado? La blasfemia no es solamente con palabras, sino también y sobre todo con hechos.
¿Quién blasfema? Quien no se siente necesitado de Dios, quien no se siente pecador o se cree sin pecado, cerrarse al llamado de Dios a la conversión, endurecer el corazón a tal punto que a la persona no le interesa Dios.
Es pecado el endurecer el corazón y decirle, por ejemplo, a Dios: ‘No me interesas; estoy bien sin ti; no te necesito’.
Es pecado considerar que Dios no puede perdonar, o negar el perdón de Dios en la confesión. Es decir, es el pecado por el que el hombre se niega libre y conscientemente al perdón y la misericordia de Dios.
Ante esta circunstancia, ¿qué puede hacer Dios? Nada; tan solo dejar que la persona muera en su pecado. Allí Dios no puede actuar, Dios no tiene nada que hacer, no tiene nada que perdonar, no perdona nada.
La Sagrada Escritura nos da más luz: “El que oculta sus pecados no prosperará, pero el que los confiesa y se aparta de ellos alcanzará misericordia“(Proverbios 28, 13).
El suicudio es indudablemente un pecado muy grave. El que sea por desesperación no disminuye su gravedad, pues la desesperación es también un pecado muy grave.
Tradicionalmente se ha incluido entre los llamados “pecados contra el Espíritu Santo”, de esos referidos por aquellas palabras de Jesucristo: pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo jamás tendrá perdón, sino que será reo de delito eterno (Marcos 3, 29).
Se consideran tales los pecados que en sí mismos impiden el arrepentimiento. La desesperación, claro está, es uno de ellos, y el suicidio por desesperación es la culminación de la misma. Como sucedió con Judas.
Por eso, durante siglos se pensó que el suicida no tenía salvación. Y prueba de ello es que se le negaban el entierro y las exequias católicas.
Esto ha cambiado por dos razones.
La primera es la comprensión que hoy se tiene de las enfermedades psíquicas. En muchas ocasiones lo que empuja al suicidio es un fuerte trastorno mental, con lo que queda seriamente en entredicho que el quitarse la vida obedezca a un acto libre, condición indispensable para que un pecado sea tal.
En muchos casos, atendiendo a cómo es la persona y cómo vive, puede asegurarse que no se habría suicidado si hubiera estado en su sano juicio.
Hay sin embargo otra razón, más profunda. Y es que todos, también quienes se quitan la vida, tienen una última oportunidad de arrepentimiento en el momento de la muerte.
Es conocida la anécdota de santa Teresa de Jesús al respecto. Cuando se enteró de que un joven por quien rezaba se había suicidado tirándose por el puente al río (una manera de hacerlo que hoy parece un tanto primitiva, pero que entonces era usual), la santa se encaró con el Señor, y oyó la respuesta divina: “Teresa, Teresa, ¿acaso no sabías que entre en puente y el río estaba Yo?”. Al parecer se arrepintió a tiempo.
Esa oportunidad la tienen todos, aunque la forma de muerte sea mucho más instantánea. En el momento supremo de rendir cuentas de la vida, el tiempo no cuenta: todo es instantáneo. De ahí que en ningún caso se puede asegurar la condena eterna de nadie.
De todas formas, hay que reconocer que quien se suicida en su sano juicio movido por la desesperación todavía cuenta con una oportunidad, pero ciertamente se lo pone difícil a sí mismo. Aunque, por supuesto, hay que rezar por quien ha hecho una cosa así.
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