¡Con lo contento que estaba Rafaelito, vestido de costalero, para actuar en el remedo de procesión de Semana Santa de su colegio de Sevilla…! ¡Y qué decir de Rocío, tan pizpireta con su mantilla, que le había hecho la abuela...! Y de repente aparecen los de siempre, disfrazados esta vez de 'Sevilla laica', y dicen que de procesiones en loscolegios públicos nada de nada…
Que una cosa es Halloween o Carnaval, fechas en las que es obligatorio ir al cole disfrazados de majaderos, y otra la Semana Santa, manifestación pública de la religión, que la modernidad no puede tolerar. Pues como la religión —dicen sus enemigos— “es una opinión cuya manifestación pública es ofensiva para los no creyentes”, justifican su sectarismo prohibiendo su exteriorización, en aras de la tolerancia y de la paz social.
El atropello contra el derecho natural que los hombres tienen a dar culto a Dios se justifica cuando la religión queda rebajada a la categoría de opinión, como sucedió hace poco más de doscientos años. “Nadie debe ser inquietado por sus opiniones, incluso religiosas, en tanto que su manifestación no altere el orden público establecido por la ley”. Así quedó degradada la religión en el artículo décimo de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que aprobaron los revolucionarios franceses en el verano de 1789, durante el periodo de la Asamblea Constituyente. Para los nuevos dirigentes de Francia el reconocimiento y la adoración a Dios Creador, dejaba de ser una religión para convertirse en una opinión.
Tras la Revolución Francesa, a los católicos les esperaban muertes atroces, al ser considerados elementos contrarrevolucionarios
Semejante definición tuvo tres gravísimas consecuencias para los católicos franceses. En primer lugar, la Iglesia católica perdió su status al vaciarla de contenido, por cuanto “una Iglesia de la opinión” es una Iglesia sin religión. A continuación, el lugar dejado por la Iglesia católica fue ocupado por la nueva Iglesia constitucional creada por los revolucionarios, que según la Constitución Civil del Clero (12 -VII-1790) quedaba separaba del Papa y convertía a los sacerdotes y a los obispos en funcionarios del nuevo Estado, que era quien les nombraba, consagraba y pagaba, por cierto, con mayores atenciones económicas que las que hasta entonces habían disfrutado durante el Antiguo Régimen. Y en tercer lugar, al convertirse la cismática Iglesia constitucional en la religión oficial del nuevo Estado, a la que había obligación de prestar juramento, los católicos por el mero hecho de permanecer como tales pasaron a ser considerados elementos contrarrevolucionarios, acusación por la que muchos miles de católicos franceses fueron ajusticiados en la guillotina, ametrallados en grupos con balas de cañón, quemados en hornos de pany hasta ahogados en el Loira, río al que los revolucionarios denominaron “la bañera nacional” .
El genocidio de los católicos, del que no hablan en esos libros que cuentan la historia de que la guillotina lo que separaba era las tinieblas de la luz, y las ejecuciones masivas provocaron en los franceses la náusea de la sangre, lo que impulsó a los enemigos de la Iglesia católica a cambiar la cuchilla de la guillotina por la manipulación ideológica. Y así, aunque sin sangre, continuó la persecución religiosa tras la desaparición de Robespierre a partir del 27 de julio de 1794, en la etapa que se conoce como la Convención Termidoriana.
En este sentido, el 23 de noviembre de 1794, el representante Mallarmé se dirigió a los habitantes de Toulouse en los siguientes términos: “A la Creación de los siete días sigue la creación de la Constitución Francesa; en lugar del domingo tenemos el décadi. Ya no es una Virgen pariendo sin dolor a un Hombre-Dios, sino el pueblo siempre puro e incorruptible dando a luz a la libertad. Ya no estamos obligados a adorar a la trinidad heteróclita e incomprensible de los cristianos: lo que debemos incensar es a la libertad, a la igualdad y a la fraternidad…” No merece la pena seguir la cita, para darnos cuenta de hasta qué punto los revolucionarios habían sacralizado la política.
Los católicos quedan fuera del sistema, expulsados y arrojados por mantener una vida coherente
Y aunque parezca ocioso recordarlo, hay que volver a insistir que todos estos planteamientos ideológicos tan sectarios, camuflados entre la hojarasca de la liberté, egalité et fraternité, traspasaron las fronteras de Francia y preñaron a la ideología liberal progresista de materialismo y de odio a la religión, ideología que se convirtió en una de las raíces nutricias de Europa y del mundo occidental, desde los años de la Revolución Francesa hasta el presente. Y comprendo que, como las raíces por ser tales están enterradas, les resulte imposible detectar su existencia a quienes por falta de estudio tienen una visión histórica tan superficial, que se acaban creyendo lo de la libertad, la igualdad y la fraternidad.
Así las cosas, cimentadas con semejantes materiales las sociedades contemporáneas, los católicos quedan fuera del sistema, expulsados y arrojados por mantener una vida coherente a ese lugar frío, donde azotan los vientos de la marginación y de la exclusión social, encerrados en las mazmorras que ha construido la persecución de la coherencia, en las que ciertamente se vive materialmente peor que dentro del sistema, pero donde sin lugar a dudas uno es muchísimo más feliz y más libre que los que permanecen dentro de un mundo que ha dado la espalda a Dios, bien porque no creen en Él o bien porque, aunque crean, se avergüenzan de proclamarlo con sus vidas y su palabra.
Arrojado a la vida para caminar, el escritor se encontró ante “dos sendas que nacían de un mismo lugar, una era tan angosta que no admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos”. Y preguntando a un mendigo que sentado a la vera descansaba, si por aquella senda había ventas y mesones le respondió:
—¿Cómo queréis que las haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y en saliendo de ella, es una jornada sola y breve desde él a la pena o a la gloria. —Diciendo esto se levantó y prosiguió:
—¡Quedaos con Dios!; que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho.
Ante la seca respuesta, decidió probar por la otra senda, a sabiendas de que el segundo camino acababa en una puerta con entrada y sin salida del Infierno. Y de repente se quedó sobrecogido al ver a lo lejos un tercer camino “por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos; y llegado que hube vi que iban entre nosotros. Estos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, y la mortificación, que en otros son mercancía del Cielo, son noviciado del Infierno”.
Los verdaderos enemigos de los católicos no son los que solo pueden matar el cuerpo, sino los que emponzoñan la doctrina para envenenar el alma
Acierto pleno el de Quevedo, que se adelantó unos cuantos siglos a diagnosticar la carcoma del catolicismo actual, porque si en el siglo XVII los hipócritas ya caminaban por una senda, ahora con tanta aglomeración haría falta construir una gran autopista con muchos carriles.
No, el verdadero y grave problema de la Iglesia nunca ha estado fuera, sino dentro, como la carcoma que opera desde el interior. Los verdaderos enemigos de los católicos no son los que solo pueden matar el cuerpo, sino los que emponzoñan la doctrina para envenenar el alma.
El tercer camino no es radical, sino acomodaticio, porque es el camino de los hipócritas a los que les espanta la radicalidad exigente de la santidad, que ordena arrancarse el ojo o cortarse el brazo, cuando el ojo o el brazo lo que nos corta es el camino del Cielo. Por el tercer camino viven y disfrutan los hipócritas, que instalados en las instituciones eclesiásticas, los nuevos movimientos y realidades de la Iglesiao como se les quiera llamar, se sirven de la Iglesia en lugar de servir a la Iglesia.
Van por el tercer camino, tapando su hipocresía con ropajes eclesiásticos quienes rebajan la doctrina del matrimonio y por eso hace tiempo que ya no predican lo de uno con una, hasta la muerte y abiertos a la vida.
Marchan solemnes por el camino de los hipócritas, revistiendo su perversidad con la monserga de una misericordia gaseosa, quienes hace tiempo perdieron el respeto a la doctrina eucarística de Jesucristo y dejaron de adorar la Sagrada Hostia, y por eso ya no les parece mal que los adúlteros coman y beban su propia condenación.
Así es que los de siempre, que algunos les llaman los malos, se atreven contra la procesión de Rafaelito y de Rocío, que para otros representan a los buenos, porque en medio de estos dos bandos están los peores, que son los católicos tibios e incoherentes, que en una cobarde retirada comenzaron escondiendo su condición de cristianos para así ser tenidos por demócratas y modernos, y ya llevan una temporada actuando de verdugos, liquidando de la vida social a todo aquel que con su conducta coherente les ponga en evidencia.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá
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