Misa del Domingo de Ramos en la catedral de Toledo / Efe
Misa del Domingo de Ramos en la catedral de Toledo / Efe
L¿A quién votar? La eterna pregunta de los católicos se hace más acuciante en las elecciones del 28-A, en las que tanto nos jugamos. ¿Nariz tapada?, ¿voto de castigo?, ¿voto útil?, ¿voto en conciencia? Complicado. Monseñor Martínez, arzobispo de Granada, ha publicado una carta que ofrece pistas interesantes.a carta del arzobispo Martínez, titulada Trágica confusión en el pueblo cristiano, ha generado cierta polémica, ya que algunas de sus observaciones sobre la derecha son discutibles, como apuntaba Elentir en su blog. Sin embargo, considero muy acertada su apelación a la responsabilidad del cristiano a la hora de ejercer su derecho al voto, sin identificarse con ninguna opción política, sin esperar que determinadas siglas le vayan a sacar las castañas del fuego.
Siento discrepar de mi amigo Elentir, pero creo que el 95% de la carta da en el clavo (luego me ocuparé el otro 5%).
No podemos caer en la “partidocopea” -como soy alérgico pido ebastina en la farmacia, como soy católico voto al partido X en la botica partidista-. No, eso es lo cómodo, y lo erróneo porque, propiamente, no hay partidos católicos en la España de 2019. Hay, en todo caso, partidos que respetan más los valores de la civilización y otros menos. Bildu, por poner en un caso, estaría en el extremo más opuesto a esos valores. Y en otros hay mucha mezcla, cosas buenas y cosas deplorables, en el mismo partido: el trigo y la cizaña, todo junto y revuelto. Como la propia naturaleza humana. Nunca hay nada puro. Pensar lo contrario sería caer en un maniqueísmo un tanto infantil.
Que votemos a quien queramos, dice monseñor Martínez, pero sin creer que un voto es más cristiano que otro
Eso es lo que viene a decir monseñor Martínez. Que votemos a quien queramos -incluso que no votemos: la abstención es perfectamente legítima-, pero sin creer que un voto es más cristiano que otro.
Vox, por ejemplo, es aconfesional, y entre sus filas hay de todo -ateos incluidos-. También hay bastantes católicos, pero no es la Democracia Cristiana de De Gasperi y Aldo Moro. Aunque defienda los valores de la civilización cristiana que, al cabo, no es sino una etérea etiqueta común a otras formaciones, como el propio PP.
Este último apela al humanismo cristiano -que Cristina Cifuentes trató de borrar-, lo cual no deja de ser un sarcasmo ya que se ha tragado sin rechistar el matrimonio homosexual, el divorcio exprés, la experimentación con embriones, la ideología de género, el aborto libre y la usurpación del derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos. Su líder, Pablo Casado, es católico y provida; pero el Partido como tal no es, en la práctica, una hermanita de la Caridad precisamente. Es más, algunos de sus dirigentes van resueltamente en contra de los valores cristianos.
Verbi gratia: con una ley del PP (de la Comunidad de Madrid) -no del PSOE, ojo– el lobby LGTB la ha emprendido con el obispo Reig Pla, acusándole de homófobo. Cuando lo que hace el Centro de Orientación Familiar de la diócesis de Alcalá es una admirable labor de acompañamiento a quienes tienen proyección hacia personas del mismo sexo y, libremente, reclaman ayuda. Lo constatan cientos de testimonios de personas, profundamente agradecidas al valiente prelado.
Seguimos. Ciudadanos es un paladín de los vientres de alquilerque convierten a la mujer en traficante y al niño en mercancía de zoco de esclavos. Y al PSOE (un clásico del laicismo y de la ingeniería social) no hay por donde cogerlo. Si gobierna, y hay muchas posibilidades, llevará adelante su proyecto de eutanasia como acaba de anunciar Sánchez aprovechando ¿casualmente? la muerte en directo de una mujer con esclerosis múltiple a manos de su marido.
Así de negro está el panorama para el perplejo ciudadano católico, que no es una minoría sino nada menos que ocho millones, como subraya José Francisco Serrano Ocejaperiodista y profesor de la Universidad San Pablo-CEU en su interesante libro A la caza del voto católico.
Pasa que en España probablemente estamos mal acostumbrados. Los 40 años de nacional-catolicismo, con los prelados haciendo el saludo fascista -maldita hemeroteca- no nos ha hecho bien a los españoles. No podemos identificar la fe con un credo político. Ahí monseñor Martínez se merece un positivo.
Donde no se lo merece tanto es en la alusión a Charles Maurras, el integrista que llevó al huerto a buena parte del voto católico en la Francia de entreguerras. Se trata de L’Action Française que quería “restaurar la cultura cristiana, pero sin la fe cristiana, sin Cristo”; y Maurras, no era creyente. Monseñor Martínez cuenta que muchos católicos lo apoyaron. La Santa Sede condenó en 1926 a Maurras y prohibió a los católicos votarlo, pero no todos siguieron aquella indicación, y la “mayoría de quienes no lo hicieron terminaron echándose en los brazos de Hitler y de Mussolini” concluye el prelado.
No nombra explícitamente a Vox, pero líneas antes expresa su preocupación de que en “ambientes que se consideran verdaderamente católicos” , muchos van a votar a una opción política que ven como la más cercana a “la visión cristiana del mundo”. De modo que, indirectamente, viene a establecer un paralelismo entre esa opción política y los nazismos y fascismos.
Lo cual es inexacto. Primero, porque no estamos en la Europa de los años 30 -de hecho, el mismo Martínez admite: “No era el contexto de hoy, lo sé”-. Y segundo porque si hay un partido que no presenta contraindicaciones totalitarias es Vox: PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos sí porque legitiman el holocausto del aborto. Una atrocidad que se compadece mal con la era democrática que inauguró la Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948), tras pasar página con el final de la II Guerra Mundial.
Hecha esta precisión, la carta del arzobispo tiene elementos de reflexión a tener muy en cuenta. Cómo los tenía hace unos años monseñor Munilla, obispo de San Sebastián, cuando advertía que si “los católicos renuncian a votar en conciencia y únicamente lo hacen por voto útil, por mal menor, por el camino del mal menor se va al mal mayor“.
No, no hay partidos cristianos, pero sucede que los actos de los políticos no son indiferentes. Los gobernantes pueden ir a favor, o en contra, de la ley natural -esa cosa tan elemental, tan de ir por casa, pero tan universal que dice que está feo matar ancianitas, estafar, explotar a los trabajadores, corromper a menores, aprovecharse del débil o del ignorante, violar jovencitas o torturar  etc.-
Tan natural y tan universal que ni siquiera es patrimonio exclusivo de los cristianos, sino que podría suscribir toda la humanidad -y de alguna forma la suscribió en la Declaración Universal de los Derechos Humanos-.
Si un gobernante va contra la ley natural, ya no es un gobernante sino un déspota que nos toca las narices
Y hay leyes que van directamente contra los Derechos Humanos. Como la del aborto o las de ideología de género. Y si un gobernante va contra la ley natural, ya no es un gobernante sino un déspota que nos toca las narices y se mete donde no le llaman. Ha cruzado la raya roja que separa la democracia de la barbarie.
Así que si es usted cristiano y tiene dudas, siéntase libre, vote en conciencia, leáse los programas y compruebe lo que dicen sobre familia, vida, libertad de educación, o el bien común (“la razón de ser de la autoridad política” –Catecismo n. 1910-… la unidad de España, por cierto, es un bien común). Vea, si le place, a los distintos líderes debatiendo en el telecirco (con o sin Manuel Campo Vidal) o contando su vida mientras toman vinito y jamón en casa de Bertín… pero sin entusiasmarse en exceso con ellos, solo lo justo, que ahora van de estupendos y prometen el oro y el moro, pero en cuanto llegan a la Moncloa les da el Alzheimer.
Y no olvide que el Catecismo no prescribe el voto a tal o cual partido, como se receta amoxicilina para la sinusitis.