Nemesio Rodríguez Lois -
29/05/2019
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Ocurrió hace un siglo, exactamente hace un siglo…
Fue el 30 de mayo de 1919 cuando, en el Cerro de los Ángeles (Getafe) centro geográfico de España, se congregaron las autoridades civiles, militares y religiosas -así como una gran multitud de fieles- junto al recién construido monumento al Sagrado Corazón de Jesús.
Después de la bendición dada por el Nuncio, así como de la Misa presidida por el arzobispo de Madrid, se leyó un telegrama del entonces Papa Benedicto XV.
Estando arrodillados todos los presentes, el rey Alfonso XIII, en nombre del pueblo español hizo lectura solemne de la fórmula mediante la cual se consagraba públicamente España al Sagrado Corazón de Jesús:
“España, pueblo de tu herencia y de tus predilecciones”, dijo el monarca, “se postra hoy reverente ante ese trono de tus bondades que para Ti se alza en el centro de la Península…Reinad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de las ciencias y de las letras y en nuestras leyes e instituciones patrias”.
En aquel histórico 30 de mayo de 1919, el monarca español consagraba su patria al Sagrado Corazón de Jesús.
Desde aquella entronización oficial que -como antes dijimos- tuvo lugar en el Cerro de los Ángeles, ha pasado un siglo. Aquí en México, el equivalente sería el Cerro del Cubilete que -al igual que el citado santuario madrileño- se encuentra en el centro geográfico de la República.
Ha pasado un siglo desde que un rey piadoso tuvo la valentía de consagrar su Patria al Sagrado Corazón de Jesús.
Una consagración que, en cierto modo, incluyó también a México.
Vale la pena hacer un poco de historia.
Fue en pleno siglo XVIII, concretamente en 1773 cuando el Beato Bernardo de Hoyos, S.J. -uno de los grandes propagadores de esta devoción- tuvo la dicha de que se le apareciera el Sagrado Corazón de Jesús quien le anunció: “Reinaré en España y con más veneración que en otras partes”.
Hay que tener en cuenta que cuando este personaje recibió dicha revelación, o sea en la segunda mitad del siglo XVIII, España no solamente comprendía la Península Ibérica, sino que su imperio era tan grande que en sus dominios jamás se ponía el sol.
Y parte de dicho imperio incluía a la entonces Nueva España, o sea México.
Por lo tanto, en el momento en que el Sagrado Corazón de Jesús le decía al Padre Hoyos que reinaría en España, estaba incluyendo también a México.
Esa es la razón por la cual, no solamente los españoles, sino también el resto de los pueblos hispánicos son herederos de lo que se conoce como la Gran Promesa.
Quizás sea esa la explicación por la cual la Fe Católica no se haya perdido en esta región del mundo que los últimos Papas han bautizado con un nombre significativo: El Continente de la Esperanza.
Se ha cumplido un siglo de una emotiva consagración que, en cierto modo, fue culminación de aquella Gran Promesa que recibiera el Padre Hoyos.
Quizás eso explique que cuando, años después, en España tomaron el poder grupos anticatólicos perseguidores de la Iglesia, providencialmente, surgiera un aguerrido Caudillo, llamado Francisco Franco, que liberó a su Patria e implantó un sistema de paz con justicia.
Ante todo lo anterior, considerando los gravísimos problemas por los que atraviesa la nación mexicana, que bueno fuera que, en el mismísimo Cerro del Cubilete, todos nuestros obispos consagrasen México al Sagrado Corazón de Jesús.
Si así lo hicieran, muy pronto veríamos frutos, siendo el más notorio que disminuyese la violencia provocada por los narcotraficantes y que tantas muertes causa a diario.
Un acontecimiento de tal magnitud -que podríamos calificar de grandioso- marcaría el principio del fin de todas las desgracias que nos afligen.
Con motivo de aquella Consagración que en España tuvo lugar hace un siglo, vale la pena no solamente conmemorar dicha efeméride sino hacer hasta lo imposible para que dicho ejemplo fuese imitado en esta atribulada nación que lleva años padeciendo un Calvario interminable.
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