SEGUNDA PARTE
EL CULTO DE MARÍA EN LA IGLESIA
CAPÍTULO I
FUNDAMENTOS TEOLÓGICOS
DEL CULTO A MARÍA
60 Acabo de exponer brevemente que la devoción a la
Santísima Virgen nos es necesaria. Es preciso decir ahora
en qué consiste. Lo haré, Dios mediante, después de
clarificar algunas verdades fundamentales que iluminarán
la maravillosa y sólida devoción que quiero dar a conocer.
1. JESUCRISTO, FIN ÚLTIMO DEL CULTO A MARÍA
61 Primera verdad. El fin último de toda devoción debe ser
Jesucristo, Salvador del mundo, verdadero Dios y
verdadero hombre51 . De lo contrario, tendríamos una
devoción falsa y engañosa.
Jesucristo es el alfa y la omega, el principio y el fin (Ap 1,8;21,6)
de todas las cosas. La meta de nuestro ministerio - escribe
San Pablo- es construir el cuerpo de Cristo; hasta que todos, sin
excepción, alcancemos la edad ...adulta... (Ef 4,13). Efectivamente, sólo en Cristo habita realmente la plenitud total
de la divinidad (Col 2,9) y todas las demás plenitudes de
gracia, virtud y perfección. Sólo en Cristo hemos sido
bendecidos con toda bendición del Espíritu (Ef 1,3).
Porque El es el único Maestro que debe enseñarnos,
el único Señor de quien debemos depender,
la única Cabeza a la que debemos estar unidos,
el único Modelo a quien debemos asemejarnos,
el único Médico que debe curarnos,
el único Pastor que debe apacentarnos,
el único Camino que debe conducirnos,
la única Verdad que debemos creer,
la única Vida que debe vivificarnos
y el único Todo que en todo debe bastarnos.
Bajo el cielo, no tenemos los hombres otro diferente de él al que
debamos invocar para salvarnos (Hech 4,12).
Dios no nos ha dado otro fundamento de salvación,
perfección y gloria que Jesucristo. Todo edificio que no esté
construido sobre esta roca firme, se apoya en arena
movediza, y se derrumbará infaliblemente tarde o
temprano.
Quien no esté unido a Cristo como el sarmiento a la vid,
caerá, se secará y lo echarán al fuego (ver Jn 15,6). En
cambio, si permanecemos en Jesucristo, y Jesucristo en
nosotros, no pesa ya sobre nosotros condenación alguna:
ni los ángeles del cielo, ni los hombres de la tierra, ni los
demonios del infierno, ni creatura alguna podrá hacernos
daño, porque nadie podrá separarnos de la caridad de Dios
presente en Cristo Jesús (ver Rom 8,39).
Por Jesucristo, con Jesucristo, en Jesucristo lo podemos todo:
tributar al Padre en la unidad del Espíritu Santo todo honor
y gloria; hacernos perfectos y ser olor de vida eterna para
nuestro prójimo.
62 Por tanto, si establecemos la sólida devoción a la
Santísima Virgen, es sólo para establecer más perfectamente
la de Jesucristo y ofrecer un medio fácil y seguro para
encontrar al Señor52 . Si la devoción a la Santísima Virgen
apartase de Jesucristo, habría que rechazarla como ilusión
diabólica. Pero - como ya lo he demostrado53 e insistiré en
ello más adelante54 , sucede todo lo contrario. Esta devoción
nos es necesaria para hallar perfectamente a Jesucristo,
amarlo con ternura y servirlo con fidelidad.
63 Me dirijo a ti por un momento, amabilísimo Jesús mío,
para quejarme amorosamente ante tu divina Majestad de
que la mayor parte de los cristianos, aun los más instruidos,
ignoran la unión necesaria que existe entre ti y tu Madre
santísima. Tú, Señor, estás siempre con María, y María está
siempre contigo y no puede existir sin ti; de lo contrario,
dejaría de ser lo que es. María está de tal manera transformada en ti por la gracia, que Ella ya no vive ni es nada;
sólo tú, Jesús mío, vives y reinas en Ella más perfectamente
que en todos los ángeles y santos.
¡Ah! ¡Si se conociera la gloria y el amor que recibes en esta
creatura admirable, se tendrían hacia ti y hacia Ella sentimientos muy diferentes de los que ahora se tienen! Ella se
halla tan íntimamente unida a ti, que sería más fácil separar
la luz del sol, el calor del fuego; más aún, sería más fácil
separar de ti a todos los ángeles y santos que a la divina
María, porque Ella te ama más ardientemente y te glorifica
con mayor perfección que todas las demás creaturas juntas.
64 ¿No será, pues, extraño y lamentable, amable Maestro
mío, el ver la ignorancia y oscuridad de todos los hombres
respecto a tu santísima Madre? No hablo tanto de los
idólatras y paganos: no conociéndote a ti, tampoco a Ella la conocen. Tampoco hablo de los herejes y cismáticos:
separados de ti y de tu Iglesia, no se preocupan de ser
devotos de tu Madre. Hablo, sí, de los católicos, y aun de
los doctores entre los católicos; ellos hacen profesión de
enseñar a otros la verdad, pero no te conocen ni a ti ni a tu
Madre santísima sino de manera especulativa, árida, estéril
e indiferente. Estos caballeros hablan sólo rara vez de tu
santísima Madre y del culto que se le debe. Tienen miedo,
según dicen, a que se deslice algún abuso y se te haga injuria
al honrarla a Ella demasiado. Si ven u oyen a algún devoto
de María hablar con frecuencia de la devoción hacia esta
Madre amantísima, con acento filial, eficaz y persuasivo,
como de un medio sólido y sin ilusiones, de un camino
corto y sin peligros, de una senda inmaculada y sin
imperfecciones y de un secreto maravilloso55 para encontrarte y amarte debidamente, gritan en seguida contra él,
esgrimiendo mil argumentos falsos para probarle que no
hay que hablar tanto de la Virgen, que hay grandes abusos
en esta devoción y es preciso dedicarse a destruirlos, que
es mejor hablar de ti en vez de llevar a las gentes a la devoción a la Santísima Virgen, a quien ya aman lo suficiente.
Si alguna vez se les oye hablar de la devoción a tu santísima
Madre, no es, sin embargo, para fundamentarla o inculcarla,
sino para destruir sus posibles abusos. Mientras carecen
de piedad y devoción tierna para contigo, porque no la
tienen para con María. Consideran el rosario, el escapulario,
la corona (cinco misterios), como devociones propias de
mujercillas y personas ignorantes, que poco importan para
la salvación. De suerte que, si cae en sus manos algún
devoto de la Santísima Virgen que reza el rosario o practica alguna devoción en su honor, no tardan en cambiarle el
espíritu y el corazón, y le aconsejan que, en lugar del rosario,
rece los siete salmos penitenciales, y, en vez de la devoción
a la Santísima Virgen, le exhortan a la devoción a Jesucristo.
¡Jesús mío amabilísimo! ¿Tienen éstos tu espíritu? ¿Te es
grata su conducta? ¿Te agrada quien, por temor a desagradarte, no se esfuerza por honrar a tu Madre? ¿Es la devoción
a tu santísima Madre obstáculo a la tuya? ¿Forma Ella
bando aparte? ¿Es, por ventura, una extraña, que nada tiene
que ver contigo? ¿Quien le agrada a Ella, te desagrada a ti?
Consagrarse a Ella y amarla, ¿será separarse o alejarse de
ti?
65 ¡Maestro amabilísimo! Sin embargo, si cuanto acabo
de decir fuera verdad, la mayoría de los sabios -justo castigo
de su soberbia- no se alejarían más que ahora de la devoción
a tu santísima Madre ni mostrarían para con Ella mayor
indiferencia de la que ostentan.
¡Guárdame, Señor! ¡Guárdame de sus sentimientos y de su
conducta! Dame participar en los sentimientos de gratitud,
estima, respeto y amor que tienes para con tu santísima
Madre, a fin de que pueda amarte y glorificarte tanto más
perfectamente cuanto más te imite y siga de cerca.
66 Y, como si no hubiera dicho nada en honor de tu
santísima Madre, concédeme la gracia de alabarla
dignamente, a pesar de todos sus enemigos -que son los
tuyos-, y gritarles a voz en cuello con todos los santos: “No
espere alcanzar misericordia de Dios quien ofenda a su
Madre bendita”56 .
67 Para alcanzar de tu misericordia una verdadera
devoción hacia tu santísima Madre y difundir esta devoción
por toda la tierra, concédeme amarte ardientemente, y acepta para ello la súplica inflamada que te dirijo con San
Agustín y tus verdaderos amigos.
Tú eres, ¡oh Cristo!,
mi Padre santo, mi Dios misericordioso,
mi rey poderoso, mi buen pastor,
mi único maestro, mi mejor ayuda,
mi amado hermosísimo, mi pan vivo,
mi sacerdote por la eternidad,
mi guía hacia la patria,
mi luz verdadera, mi dulzura santa,
mi camino recto, mi Sabiduría preclara,
mi humilde simplicidad, mi concordia pacífica,
mi protección total, mi rica heredad,
mi salvación eterna...
¡Cristo Jesús, Señor amabilísimo!
¿Por qué habré deseado durante la vida
algo fuera de ti, mi Jesús y mi Dios?
¿Dónde me hallaba cuando no pensaba en ti?
Anhelos todos de mi corazón,
inflámense y desbórdense desde ahora
hacia el Señor Jesús;
corran que mucho se han retrasado;
apresúrense hacia la meta,
busquen al que buscan.
¡Oh Jesús! ¡Anatema el que no te ama!
¡Rebose de amargura quien no te quiera!
¡Dulce Jesús!
¡Que todo buen corazón dispuesto a la alabanza
te ame, se deleite en ti,
se admire ante ti!
¡Dios de mi corazón!
¡Herencia mía, Cristo Jesús!
Vive, Señor, en mi;
enciéndase en mi pecho
la viva llama de tu amor,
acrézcase en incendio;
arda siempre en el altar de mi corazón,
queme en mis entrañas, incendie lo íntimo de mi alma,
y que en el día de mi muerte
comparezca yo del todo perfecto en tu presencia.
Amén57 .
He querido transcribir esta maravillosa plegaria de San
Agustín para que, repitiéndola todos los días, pidas el amor
de Jesucristo, ese amor que estamos buscando por medio
de la excelsa María
57 La oración está entresacada de diferentes obras de SAN AGUSTÍN.
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