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martes, 10 de septiembre de 2019

La diócesis de Getafe celebrará un congreso de evangelización centrado en la «sanación espiritual»

La diócesis de Getafe celebrará un congreso de evangelización centrado en la «sanación espiritual»

EN EL CERRO DE LOS ÁNGELES EL 28 Y EL 29 DE SEPTIEMBRE


El Congreso de Evangelización ‘Sus heridas nos han curado’, que se celebrará en el Cerro de los Ángeles (Getafe) el 28 y el 29 de septiembre, permitirá conocer novedosos métodos para transmitir el mensaje cristiano e impactantes experiencias de sanación espiritual a través de personas y organizaciones que ayudan en situaciones de dificultad.
(Diocesis Getafe) Este encuentro, organizado por la Diócesis de Getafe con motivo del Año Jubilar del Centenario de la Consagración de España al Sagrado Corazón, incluirá testimonios presenciales para descubrir cómo la Iglesia se hace presente mediante iniciativas rompedoras en ámbitos como la cárcel, la enfermedad o la ruptura familiar.
Los participantes en este congreso podrán aprender, entre otras cosas, del trabajo que en la Diócesis de Getafe desarrolla la asociación Entre Pinto y Valdemoro (EPYV), presente en el interior de varios centros penitenciarios de la Comunidad de Madrid, en los que atiende pastoralmente a la población reclusa para ayudar a su reinserción social.
El congreso también dará a conocer experiencias pioneras en España, como Grupmad, una serie de grupos parroquiales que acompañan y ayudan a las personas que han perdido a algún ser querido a superar el duelo.
El papel de la fe en la enfermedad o en un proceso de ruptura familiar centrará otras charlas de este congreso, a través de la experiencia de la sierva de Jesús sor Carmen Señor o de entidades como Betania, que atiende y acoge a personas que han pasado por una separación dolorosa.
El congreso también mostrará cómo el mundo del cine puede ayudar a transmitir el Evangelio, con el testimonio de Juan Manuel Cotelo, popular productor y director de películas como ‘La última cima’ o ‘El mayor regalo’, un largometraje sobre el perdón, que mezcló ficción con testimonios reales de reconciliación en todo el mundo.
Los participantes en este encuentro de dos días también podrán descubrir el trabajo de evangelización que desarrolla el sacerdote José Manuel Horcajo, párroco en San Ramón Nonato, en el barrio madrileño de Vallecas, con colectivos desfavorecidos.
Diferentes talleres enseñarán sorprendentes iniciativas de evangelización dirigidas a niños, adolescentes, jóvenes o familias, a través de proyectos como ‘Ven, sígueme’, desarrollado por Notre Dame de Vie, u otros, como Life Teen, Proyecto Amor Conyugal o las Agustinas de la Conversión.
El programa de este congreso también incluye ponencias de destacados representantes eclesiásticos, como el cardenal Mons. Juan José Omella, arzobispo de Barcelona; el obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla, o Lourdes Grosso, misionera responsable del área de vida consagrada en la Conferencia Episcopal Española, que hablarán sobre la centralidad del Corazón de Cristo en la nueva evangelización.
Celebraciones litúrgicas, exposiciones y conciertos completarán un intenso fin de semana dedicado al Sagrado Corazón en este Año Jubilar, que comenzó el pasado 2 de diciembre y que se extenderá hasta el 24 de noviembre, solemnidad de Cristo Rey, cuando se cerrará la Puerta Santa de la basílica del Cerro de los Ángeles.
Aunque la entrada al congreso es gratuita, las personas interesadas en asistir deben realizar su inscripción a través del enlace www.corazondecristo.org/congreso/.
El congreso cuenta con el patrocinio de la mutua UMAS.

Obispo alerta del “panorama desolador” de la natalidad en España



Redacción ACI Prensa




Imagen referencial. Crédito: Pixabay.




El Obispo de San Sebastián, Mons. José Ignacio Munilla, publicó el pasado 8 de septiembre un artículo en el Diario Vasco, en el que alertó sobre el “panorama desolador” de la natalidad en España, donde mueren más personas de las que nacen, sin que la sociedad calibre lo que estas cifras significan.

El Prelado escribió este artículo con motivo de la festividad de la Natividad de la Virgen. Por eso recordó a los padres de la Virgen, San Joaquín y Santa Ana, a quienes agradeció “haber traído al mundo a aquella de la que nacería el autor de la vida”.

Sobre la natalidad en España, el Obispo recordó los datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE) a finales del pasado junio y que muestran “un panorama desolador en materia de natalidad”.

Según precisa en el artículo, “la fecundidad se sitúa en 1,25 hijos y los nacimientos han caído un 6% respecto al año anterior. Acumulamos un descenso de un 30% en la última década; y si no nos hubiésemos visto beneficiados por la natalidad de los inmigrantes, este descenso en España habría alcanzado el 44%”.

Es decir, en España “mueren más personas de las que nacen, y mientras que la población de más de 65 años supera los nueve millones de personas, los menores de 15 años no llegan a los siete millones”, unos datos que “se agravan aún más si nos referimos al territorio vasco”.

Mons. Munilla explica que “parece que nos estamos acostumbrando a escuchar periódicamente este tipo de datos, sin calibrar suficientemente lo que implican”.


Por eso precisa que la publicación de este tipo de cifras, que califica de “cada vez más inquietantes”, suscita la lógica preocupación “por la sostenibilidad del sistema de pensiones”.

Además asegura que hay quienes “llegan a mostrar cierto temor por el futuro de nuestra civilización, ya que los flujos migratorios se aceleran por motivo de la descompensación demográfica”.

Aunque también hay voces, “pocas por desgracia”, que plantean la necesidad de “implementar medidas para favorecer la natalidad, tales como la conciliación laboral, la lucha contra la especulación en el precio de la vivienda, incentivos directos, etc”.

El Obispo de San Sebastián explica también que “no estamos ante un fenómeno nuevo en la historia de la humanidad”, ya que esta “crisis de natalidad ha acompañado a casi todos los declives culturales”.

El Prelado pone el ejemplo de la Antigua Grecia, en donde el historiador grecorromano del siglo II, Polibio, escribía que la natalidad había bajado mucho en los últimos años en Grecia. “Las gentes de este país han cedido a la vanidad y al apego a los bienes materiales; se han aficionado a la vida fácil y no quieren casarse o, si lo hacen, se niegan a mantener consigo a los recién nacidos, o solo crían uno o dos como máximo, a fin de procurarles el mayor bienestar mientras son pequeños y dejarles después una fortuna considerable”, precisaba Polibio.

Mons Munilla apuntó que pocos años después de estas crónica de Polibio “el Imperio Romano fagocita a la Grecia decadente, hasta que siglos más tarde llega el ocaso del Imperio Romano, acompañado nuevamente de una profunda crisis de natalidad”.

Ante esta situación, el Obispo de San Sebastián asegura que “sería muy triste si nuestra preocupación por la crisis demográfica se circunscribiese al temor por el debilitamiento de nuestras pensiones, o al miedo a la llegada de extranjeros”.

Precisa que “igualmente, sería muy ingenuo suponer que una administración pública vaya a ser capaz de revertir esta tendencia con la mera aprobación de incentivos a la natalidad, por muy necesarios que sean”.

De hecho, subraya que las clases sociales “más pudientes” no tienen un índice de fecundidad superior a la media, mientras que “los inmigrantes en España tienen un número de hijos muy superior a los autóctonos, a pesar de que su nivel económico es inferior y sus dificultades objetivas para la conciliación laboral sean mayores”.

Por eso explica que “nuestra crisis de natalidad es uno de los signos más evidentes de la crisis de valores que sufre Occidente”.


“En el contexto de una sociedad en la que la calidad de vida se identifica con el mero bienestar, el reto de la maternidad y la paternidad es percibido como demasiado exigente”, apunta el Prelado y destaca que “es innegable que la educación de los niños demanda una entrega plena e incondicional, me atrevería a decir que heroica, que no es fácilmente compatible con la cultura del weekend, de la invasión digital, del consumismo compulsivo, del desorden de vida generalizado, de la crisis existencial”.

Por eso afirma que “ciertamente, la maternidad y la paternidad requieren ‘dar la vida’ en el sentido más amplio del término”, ya que “la crisis demográfica esconde una crisis de esperanza”.

En ese sentido apunta a que “para abordar la cuestión es importante que entendamos que la baja natalidad no solo compromete el futuro de una cultura, sino que afecta en gran medida a su presente”, ya que “la carencia de niños en nuestras familias y en nuestra sociedad, nos empobrece mucho más de lo que suponemos”.

Por eso destaca que “en no pocas ocasiones hemos constatado que solo la inocencia de los niños es capaz de arrancarnos de nuestra zona de confort, de nuestro aburguesamiento, llevándonos a entregar lo mejor de nosotros mismos hasta alcanzar el cenit de la madurez, que suele coincidir con el olvido de uno mismo” y por eso destaca que .”nuestra cultura necesita de los niños de forma apremiante, porque pocas cosas hay tan falsas como una alegría sin inocencia”.

Mons. Munilla también recuerda que es importante no “hurtar a los niños la experiencia de la fraternidad”, pues su déficit “se traduce en la educación, en una notable dificultad para la socialización, además de una proclividad para desarrollar la herida narcisista”.

“Si la experiencia filial nos ayuda a tomar conciencia de nuestra dignidad, somos únicos e irrepetibles, la experiencia de fraternidad nos enseña a ser uno más entre todos; algo absolutamente necesario”, asegura el Obispo.

Por eso explica que “la paternidad y la maternidad requieren ‘dar la vida’. Pero la vida es algo que nos supera. Es un ‘milagro’ que hemos recibido gratis y que estamos llamados a transmitir generosamente”, por eso “los creyentes no solemos hablar de reproducción, sino de procreación” y “los progenitores colaboran con Dios creador para dar vida al mundo”.

Evangelio del día

Primera lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Colosenses 3, 1-11

Hermanos:
Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra.
Porque habéis muerto, y vuestra vida está con Cristo escondida en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida nuestra, entonces también vosotros apareceréis, juntamente con él, en gloria.
En consecuencia, dad muerte a todo lo terreno que hay en vosotros: la fornicación, la impureza, la pasión, la codicia y la avaricia, que es una idolatría.
Eso es lo que atrae el castigo de Dios sobre los desobedientes.
Entre ellos andabais también vosotros, cuando vivíais de esa manera; ahora, en cambio, deshaceos de todo eso: ira, coraje, maldad, calumnias y groserías, ¡fuera de vuestra boca!
No sigáis engañándoos unos a otros.
Despojaos del hombre viejo, con sus obras, y revestíos del nuevo, que se va renovando como imagen de su Creador, hasta llegar a conocerlo.
En este orden nuevo no hay distinción entre judíos y gentiles, circuncisos e incircuncisos, bárbaros y escitas, esclavos y libres, porque Cristo es la síntesis de todo y está en todos.

Salmo

Sal 144, 2-3. 10-11. 12-13ab R/. El Señor es bueno con todos.

Día tras día, te bendeciré
y alabaré tu nombre por siempre jamás.
Grande es el Señor, merece toda alabanza,
es incalculable su grandeza. R/.
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor,
que te bendigan tus fieles;
que proclamen la gloria de tu reinado,
que hablen de tus hazañas. R/.
Explicando tus hazañas a los hombres,
la gloria y majestad de tu reinado.
Tu reinado es un reinado perpetuo,
tu gobierno va de edad en edad. R/.

Evangelio del día

Lectura del santo evangelio según san Lucas 6, 20-26

-«Dichosos los pobres, porque vuestro es el reino de Dios.
Dichosos los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados.
Dichosos los que ahora lloráis, porque reiréis.
Dichosos vosotros, cuando os odien los hombres, y os excluyan, y os insulten, y proscriban vuestro nombre como infame, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo. Eso es lo que hacían vuestros padres con los profetas.
Pero, ¡ay de vosotros, los ricos!, porque ya tenéis vuestro consuelo.
¡Ay de vosotros, los que ahora estáis saciados!, porque tendréis hambre.
¡Ay de los que ahora reís!, porque haréis duelo y lloraréis.
¡Ay si todo el mundo habla bien de vosotros! Eso es lo que hacían vuestros padres con los falsos profetas.»

Reflexión del Evangelio de hoy

Ya que habéis resucitado con Cristo…

La lectura que hoy escuchamos comienza con una afirmación rotunda de Pablo. Algo extremadamente importante, fundamental para nuestra vida. Y que él da por hecho, de tal modo que tenemos la impresión de que no necesita explicar nada. De ahí pasa directamente a “sacar las consecuencias” que esa realidad tiene para nuestra vida.
Y me pregunto sobre nuestra conciencia de “haber resucitado”, de estar viviendo “ya” una vida nueva a la que nos ha dado acceso Cristo Jesús.
Y me temo que, globalmente, no se nos nota mucho que somos resucitados. Es, tal vez, más frecuente entre nosotros la pregunta inquietante sobre la resurrección. En muchas ocasiones, cuando en los grupos cristianos abordamos el tema, nuestra manera de expresarnos pone de manifiesto que, en todo caso, eso de la resurrección es algo para después de la muerte…
Quizá nos ocurre que sobrepasa de tal manera lo imaginable que no nos atrevemos a “dejarnos invadir” por el torrente de la vida plena del resucitado. Es como si fuera demasiado bueno, y por supuesto inalcanzable, para nosotros.
Sin embargo, la “traducción” que Pablo nos ofrece de lo que significa aspirar a los bienes de arriba y dar muerte a lo terreno nos muestra cosas muy interesantes. Lo “terreno” no es nuestra condición de criaturas, ni nada de lo bueno que se hace presente en nuestras vidas. Leemos con atención la lista de las cosas que se nos invita a abandonar y seguro que hay acuerdo en que ninguna de ellas constituye un “bien terreno”. Más bien son presencia del mal y del sufrimiento para los otros y para nosotros mismos.
¿Cómo liberarnos de todo ello? No hay recetas. Pablo nos dice que nos revistamos del hombre nuevo. Que sepamos aventurarnos en esa “dimensión” en la que ya no hay distinción entre los seres humanos (sí diferencias) porque es Cristo quien está en todos. Y aceptarlo supone elegir para nuestra vida el camino del amor, como Él nos mostró. Amar más y mejor como síntesis de todo aquello a lo que podemos aspirar y camino de plenitud.

Dichosos los pobres… ¡ay de vosotros, los ricos!

La versión de las bienaventuranzas de Lucas nos ayuda a caer en la cuenta de la “inversión de valores” que Jesús introduce en nuestra vida: felices los pobres, desgraciados los ricos…
Nunca lo hubiéramos dicho. Por supuesto no es eso lo que opina nuestro mundo. Pero es que, quizá tampoco nosotros estamos demasiado convencidos de que las cosas sean como Jesús las propone.
Es muy difícil aceptar la relación que él establece, que “rompe” directamente nuestros circuitos de conexión. Lo que Jesús no dice es que los pobres sean felices precisamente por serlo. No está predicando las bondades de la pobreza, del hambre, del llanto, de la falta de amor… pero sí está afirmando que Dios opta por aquellos que viven estas situaciones.
De hecho el texto nos explica las razones por las que a unos se les puede llamar felices, mientras se considera desgraciados a los otros. Y no son felices porque son pobres, sino porque van a recibir el Reino. Y no son desgraciados por ser ricos, sino porque ya están saciados (no necesitan nada más).
Desde nuestra experiencia humana podemos atisbar que las carencias y las dificultades se pueden convertir en posibilidad de apertura y de acogida. Quien no tiene “nada” puede estar dispuesto a acoger, a recibir el don de Dios, en sus múltiples formas. Incluso puede desearlo profundamente. Es algo así como si se afinara la capacidad de percibir lo que realmente es esencial para nosotros. Para quien supone que lo tiene todo, esta apertura y este deseo resultan más difíciles porque ya “no le queda sitio”, no nota el vacío…
Quizá una mirada atenta a nuestro interior nos puede ayudar a descubrir cómo andamos de deseo de Dios, de Reino, de ser saciados..., y -según lo que encontremos- a movilizarnos lo que sea necesario para formar parte del grupo de los “dichosos”.
Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.
Hna. Gotzone Mezo Aranzibia O.P.
Congregación Romana de Santo Domingo

lunes, 29 de julio de 2019

ADORACIÓN EUCARÍSTICA. VAYAMOS TODOS LOS DÍAS. LOS SAGRARIOS DE TODAS LAS IGLESIAS ESTÁN VACÍOS. EL REY DE REYES SE IRÁ DE ELLOS SINO VAMOS A ADORARLE Y A DECIRLE TE AMO.


EN COMPAÑÍA DE JESÚS SACRAMENTADO

EL AMOR DE LOS AMORES NECESITA DE NUESTRO AMOR, NUESTRA ADORACIÓN Y NUESTRO CONSUELO. ACUDAMOS A VERLE TODOS LOS DÍAS UN RATITO. DÉMOSLE UNA SONRISA Y GRACIAS. MEDITEMOS SU SAGRADA PASIÓN, LO QUE HA HECHO POR NOSOTROS, ADORÉMOSLE. CONTÉMOSLE NUESTRAS PENAS Y ALEGRÍAS; NUESTRAS NECESIDADES ESPIRITUALES SOBRE TODO, LO DEMÁS VENDRÁ POR SÍ SÓLO.
DE VERDAD QUE NO PODÉMOS IR DIARIAMENTE A VISITARLE 5 MINUTOS?
ÉL NO PUSO EXCUSAS CUANDO SIENDO DIOS SE HIZO HOMBRE, NOS ENSEÑÓ Y DIÓ SU VIDA POR NOSOTROS.


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PARA LOS QUE ESTÁN ENFERMOS Ó INCAPACITADOS, EN EL SIGUIENTE ENLACE TENDR´-AN PARA ESTAR CON ÉL COMO SI ESTUVIERAN EN LA MISMA IGLESIA ADORÁNDOLE. DIOS LO PUEDE TODO:

ORACION POR LAS BENDITAS ÁNIMAS DEL PURGATORIO.

Resultado de imagen de SANTA GERTRUDIS





CADA VEZ QUE SE OFREZCA ESTA ORACIÓN, SERÁN LIBERADAS 1000 ALMAS DEL PURGATORIO, EXTENDIÉNDOSE ESTA PROMESA A LA CONVERSIÓN Y SALVACIÓN DE LAS ALMAS QUE AÚN VIVEN.

Se recomienda también vivamente rezarla todos los días y difundirla portodos los medios posibles, para mayor gloria de Dios y salvación de las almas. Así, a la hora de nuestra muerte, cuando nos presentemos ante Dios, no tendremos las manos vacías de buenas obras. Esta oración, rezada constantemente a modo de jaculatoria, salvará miles o millones de almas.
Tengamos en cuenta que las almas del Purgatorio sufren de una manera indecible e inexpresable humanamente, y que ellas por sí solas nada pueden.
Si no es por nuestras oraciones y ofrecimientos a su favor, se ven
imposibilitadas para aliviar su sufrimiento o para liberarse del Purgatorio y ascender al Cielo. Hacer esto por las pobres almas del Purgatorio es una de las mayores obras de Misericordia que están a nuestro alcance:
PRESIGNARSE: "En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén".
SEÑOR MÍO JESUCRISTO: "Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero,
Creador, Padre y Redentor mío; por ser Vos quien sois, Bondad infinita, y
porque os amo sobre todas las cosas, me pesa de todo corazón de haberos
ofendido; también me pesa porque podéis castigarme con las penas del
infierno. Ayudado de Vuestra divina gracia, propongo firmemente nunca más
pecar, confesarme y cumplir la penitencia que me fuera impuesta. Amén".
ORACIÓN QUE LIBERARÁ 1000 ALMAS DEL PURGATORIO CADA VEZ QUE SEA OFRECIDA A DIOS: 
  
"Padre Eterno, te ofrezco la Preciosísima Sangre de Vuestro Divino Hijo
Jesucristo, en unión con las Misas celebradas hoy día a través del mundo:
* Por todas las benditas ánimas del Purgatorio.
* Por todos los pecados y pecadores del mundo entero.
* Por los pecadores en la Iglesia Universal.
* Por los de mi propio hogar, y dentro de mi familia.
Amén".
PROMESA DE JESUCRISTO A SANTA GERTRUDIS:
El Salvador aseguró a Santa Gertrudis la Magna, religiosa cisterciense del
Monasterio de Helfta en Eisleben (Alemania), a finales del siglo XIII, que
esta oración liberaría a 1000 almas del Purgatorio cada vez que se
ofreciese, extendiéndose también la Promesa a la conversión y salvación de
las que todavía peregrinan en la Tierra.

VIA CRUCIS POR LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO.



En el Vía Crucis dedicado especialmente a las almas del Purgatorio, ellas estaban detrás de mí, y veía como un haz de gotitas de rocío luminoso que brotaban de mi plegaria y caían sobre ellas como una refrescante lluvia ligera. Invoqué al Señor, y le pedí que renovase sobre estas almas la abundante y vivificante efusión de su preciosísima Sangre; varias veces ví como una doble marea de sangre que brotaba de las llagas y del Corazón ardiente de Jesús crucificado, o más bien que toda su Sangre se reunía en un solo río, para derramarse en dos olas ardientes; la primera regaba en la tierra a la Iglesia militante, y la otra reposaba como una nube sobre el Purgatorio. Cuando presente al Padre esta Sangre redentora, un diluvio de luz caía sobre las benditas almas del Purgatorio, que lo recibian como una lluvia bienhechora, como personas sedientas y perdidas en el desierto, que de pronto recibiesen una copiosa lluvia de agua clara y fresca.

INDULGENCIA PLENARIA TODO EL AÑO REZANDO EL SANTO VÍA CRUCIS RECORRIENDO LAS ESTACIONES DE UNA IGLESIA. 

VIA CRUCIS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO.

Oración inicial:

Señor Jesús que nos dijiste: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, permítenos acompañarte en tu Vía Crucis, rememorando los sufrimientos que por nuestros pecados padeciste en Jerusalén y de algún modo sigues padeciendo en los miembros de tu Cuerpo Místico.
¡Oh Dios hecho hombre, Rey universal!
Como vasallos tuyos queremos ir contigo, sufrir contigo y morir como Tú, para gloria de tu majestad ofendida, en reparación por nuestras culpas y en sufragio por las benditas Almas del Purgatorio.
María, Madre de la Iglesia, ayúdanos a luchar contra el pecado y aumenta nuestra caridad hacia nuestros hermanos que esperan la entrada al Banquete Celestial.

Primera estación: Jesús condenado a muerte.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Está el inicuo Juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un facineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia. ¡Oh Jesús mío querido! ¡Tú, autor de la vida, condenado a muerte! ¡Tú, la inocencia y santidad infinitas condenado a morir en un infame patíbulo, como el más infame malhechor! Qué amor tan grande el tuyo que ingratitud tan enorme la mía, pues te condeno de nuevo cada día. Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala inclinación, por un mezquino interés, por un qué dirán!
Perdóname, Jesús mío, y por esa inicua sentencia, no permitas que sea yo condenado a la muerte eterna, que merecían mis pecados.

En el pretorio Jesús con amor,
la sentencia acepta del pretor, por ti.
Dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena interna de tanta pena
que pasó por mis pecados.
¿Qué he hecho por Cristo
¿Qué hago por Cristo?
¿Qué he de hacer por Cristo?

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Segunda estación: Sale Jesús con la cruz a cuestas.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar Tú mismo, cual otro Isaac, el instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de fuerzas! ¡Tus espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y pesada! Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo… sin embargo, la aceptas, y besándola la abrazas y llevas decididamente por mi amor.
Y tú, pecador, ¿aborrecerás la ligera cruz que Dios te envía? ¿Querrás tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dramático camino de la cruz?
Reconozco mi engaño, Salvador mío; envíame penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí, y en sufragio por las Almas del Purgatorio.

Sobre sus hombros se carga la cruz,
quien del mundo es la más clara luz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Tercera estación: Jesús cae la primera vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

No es extraño, Jesús mío, que sucumbas rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me pasma y sin duda hace llorar hasta los Ángeles del Cielo es la bárbara fiereza con que te tratan esos sayones inhumanos. Si cae un animal se le tiene compasión; lo ayudan a levantarse. Pero cae el Rey de cielos y tierra, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acosan con diabólico furor…
¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces, oh Señor? En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría; tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles, y Yo para liberarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas? Aquí me tienes; descarga tú también duros golpes sobre Mí.
No, Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderte.

Cae por tierra rendido el Señor
mas se yergue con subido ardor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico espectáculo? El pregonero publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal. Una multitud inmensa se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús. Los soldados y sayones en dos filas, y Jesús en medio de los malhechores. ¿Lo conoces, oh Madre amantísima? ¿Ése es tu hijo bendito? ¿Es ese el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los ángeles? ¿Aquel hijo de Dios que con tanto regocijo diste a luz en Belén? ¿Dónde están ahora los reyes y pastores que entonces lo adoraban? ¿Qué se han hecho los ángeles del cielo que entonaban entonces himnos de alabanza? ¡Qué cambiado está! Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su cabeza; todo Él hecho una llaga. ¡Oh María, afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Madre, la más desolada de todas las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre todos los hijos de Adán! ¡Oh Jesús! ¡Oh María!
Os suplicamos que saquéis tantas almas del Purgatorio y convirtáis tantos pecadores, cuantas fueron las sensaciones de dolor que sufrieron vuestros amantísimos corazones en el encuentro de la calle de la amargura.

Jesús con pena a María encontró,
y la Madre se desvaneció, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Quinta estación: Jesús ayudado por el Cireneo.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Temiendo los judíos no se les muriese Jesús antes de llagar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo Simón Cireneo acepta este favor, y aún por la fuerza.
¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y nadie quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas pocos gustan de padecer contigo.
Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: El que no carga su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo.
Oh Jesús, ayúdanos a ser Cireneos voluntarios que, con nuestros sacrificios y oraciones, ayudemos a las almas que padecen en el Purgatorio.

Simón ayuda forzado al Señor
de la cruz gustando el gran valor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Sexta estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Qué valor el de esta piadosa mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los ángeles, cubierto de polvo, afeado con saliva, denegrido con sangre; y movida a compasión, se quita la toca, atropella por todo y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro desfigurado
¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos, que por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar bien! Dichosa Verónica, y ¡cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro santísimo estampado en esa afortunada toca!
¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta imagen de sus virtudes? Pisotea generoso el respeto humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Vía Crucis y no dudes en ofrecerlo a las Almas del Purgatorio, y Dios, con su inmensa misericordia, grabará en tu alma sus virtudes.

Tierna Verónica enjuga la Faz,
del omnipotente Rey de paz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cae el Señor por segunda vez bajo su cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción abandonemos el camino de la virtud? No; bien podrán decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; pero por lo mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.
¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado sino el que combatiendo legítimamente perseverare hasta el fin, ¿de qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu Divina Gracia, amarte y servirte hasta morir, ofreciendo mi cruz por el alivio de los sufrimientos que padecen las benditas Almas del Purgatorio.

Vuelve por tierra Jesús a caer,
Pecador no vayas a ceder, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Qué caridad tan ardiente! Olvidando sus atrocísimos dolores, Jesús se acuerda tan sólo de nuestras penas. “Hijas de Jerusalén”, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando, “no lloréis mi suerte, llorad más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos”.
Pero, ¿puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios? Si, cristiano, hay cosa más digna de lágrimas, y de lágrimas eternas; y es el pecado. Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal terrible, el único mal. ¡Y no obstante tú pecas con tanta facilidad! ¡Y pasas tranquilo días, meses, años y hasta la vida entera, sino en el pecado al menos en la tibieza y en la mediocridad!
Las Almas del Purgatorio están deseosas que te acuerdes de ellas, que las ayudes a salir de esa cárcel de dolores. ¿No será éste un buen motivo para vencer tu mediocridad y tibieza? ¿Serías capaz de negarles tu ayuda?

Lloran las hijas de Jerusalén,
preso y condenado nuestro Bien, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Novena estación: Jesús cae la tercera vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Tú, “resplandor de la gloria del Padre”, consuelo de los mártires, hermosura y alegría del cielo, Tú, caído en tierra primera, segunda y tercera vez! ¿No eres Tú la fortaleza de Dios?…
– “¿Y qué, hijo mío? ¿no has pecado tú mas de una, dos o tres veces? ¿No recaes cada día innumerables veces en el pecado? ¿Por qué esa perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy formas generosos propósitos, y mañana están ya olvidados; ahora me entregas el corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y liviandades. Yo caigo segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas, caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo para que, temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo, en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno.”
Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dame fuerza, te lo suplico, para que me levante por fin de mi vida de pecado y camine firme y constante en tu santo servicio, sin olvidarme de ser misericordioso con las almas purgantes, que ya nada pueden hacer por ellas mismas, sino que dependen de nosotros para cruzar más rápidamente la Puerta Celestial.

El verbo Rey cae por tercera vez,
Mira, cristiano, por tierra al Juez, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Décima estación: Jesús despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cuando te curan una herida, por fina que sea la venda que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¡qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva! ¿Cuál sería, pues, el tormento de Jesús al serle quitada la vestidura? Como había derramado tanta sangre, estaba pegada a su cuerpo llagado; vienen los verdugos y le arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante de tanta muchedumbre? “En ti pensaba pecador; en los pecados impuros que cometes; por ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz. Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad peligrosa; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”.
¡Oh inmensa caridad tuya! ¡Oh negra ingratitud mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con mis pecados. Nunca más pecar.

Ya lo desnudan furia cruel,
Y a beber le dan vinagre y hiel, por ti.

– Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria

Undécima estación: Jesús clavado en la cruz.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Quién de nosotros tendría el valor para sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre el lecho del dolor; ya enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de sangre. Mas esto es poco. Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban los pies y las manos a los agujeros de antemano en la cruz, lo atan, pues, con cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando del lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!
Todo lo contempla su madre amantísima; y por ese gran dolor te pedimos que alivies los terribles dolores que padecen las Almas del Purgatorio.

A martillazos en manos y pies,
Déjase clavar el que Dios es, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón! Sin embargo dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu Reino”; al instante oye: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina si quisieses arrepentirte de veras!.
Pero si dejas tu conversión para más adelante, tema que no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él, tenía a sus pies a la abogada de pecadores, María Santísima; a su lado estaba Jesucristo, el Sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero, ve la naturaleza estremecida y, sin embargo, muere como ha vivido, continúa blasfemando, y se condena para siempre.
No permitas, Jesús mío, que, sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para más adelante y demore, también, la posibilidad que me brindas de ayudar aquí y ahora a las benditas Almas que están padeciendo en el Purgatorio.

Después de tres horas de agonizar,
Jesús clama al Padre al expirar, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Decimotercera estación: Jesús muerto en brazos de su madre.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿A dónde iré, afligida Madre mía? Tu Hijo ha muerto, y mis pecados son los verdugos que le clavaron en cruz y le dieron muerte inhumana. Soy yo quien ha apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón. Si, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esta augusta cabeza, y abrí esas llagas, yo descoyunté y despedacé ese inocentísimo cuerpo que tienes en tus brazos. Reo de tan horrendo deicidio ¿A dónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que sea mi ingratitud, Tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de traspasar en mí los derechos que tenía a tu amor. Me arrojo, pues, en tus brazos, con la más viva confianza. No me desprecies, suave refugio de pecadores arrepentidos y de las Almas que padecen en el Purgatorio, míranos con ojos de bondad, ampáranos ahora y siempre.

El cuerpo santo, con pena mortal,
recibe la Madre virginal, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Decimocuarta estación: Jesús puesto en el sepulcro.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Contempla, cristiano, cómo José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María, le piden el objeto de sus caricias, ungiéndoles con preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de piedra. ¡Cuál no sería el dolor de la Virgen! Sin duda “grande era como el mar su amargura” cuando vio a su hijo ensangrentado, clavado y expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía; tal ves lo abrazaba y lo lavaba con sus lágrimas. Más ahora, oh angustiada Señora, una losa te priva de este último consuelo. ¡Oh sepulcro afortunado! Ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi pobre corazón. Sea éste, Dios mío, el sepulcro donde descanses; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que te envuelvan y los aromas que te recreen. En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y triunfe glorioso con El y con todas aquellas almas que ayudamos a cruzar las puertas celestiales por siglos infinitos.

Pesada losa el sepulcro cerró,
De María el Alma allí quedó, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Oración final: 

Señor mío Jesucristo, que para redimir al mundo de la esclavitud del demonio, quisiste nacer entre nosotros mortal y pasible, por esas tus amargas penas que yo, aunque indigno pecador, voy meditando, y por tu Pasión y Muerte, líbrame del pecado que me separa de Ti y dígnate a llevarme a donde llevaste a aquel dichoso ladrón, que fue crucificado contigo y que, en vida, no me olvide de socorrer a las Almas que sufren en lugar de expiación, oh Jesús mío, que en el Padre y Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.