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jueves, 18 de julio de 2019

VIA CRUCIS POR LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO.



En el Vía Crucis dedicado especialmente a las almas del Purgatorio, ellas estaban detrás de mí, y veía como un haz de gotitas de rocío luminoso que brotaban de mi plegaria y caían sobre ellas como una refrescante lluvia ligera. Invoqué al Señor, y le pedí que renovase sobre estas almas la abundante y vivificante efusión de su preciosísima Sangre; varias veces ví como una doble marea de sangre que brotaba de las llagas y del Corazón ardiente de Jesús crucificado, o más bien que toda su Sangre se reunía en un solo río, para derramarse en dos olas ardientes; la primera regaba en la tierra a la Iglesia militante, y la otra reposaba como una nube sobre el Purgatorio. Cuando presente al Padre esta Sangre redentora, un diluvio de luz caía sobre las benditas almas del Purgatorio, que lo recibian como una lluvia bienhechora, como personas sedientas y perdidas en el desierto, que de pronto recibiesen una copiosa lluvia de agua clara y fresca.

INDULGENCIA PLENARIA TODO EL AÑO REZANDO EL SANTO VÍA CRUCIS RECORRIENDO LAS ESTACIONES DE UNA IGLESIA. 

VIA CRUCIS POR LAS ALMAS DEL PURGATORIO.

Oración inicial:

Señor Jesús que nos dijiste: “Quien quiera venir conmigo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame”, permítenos acompañarte en tu Vía Crucis, rememorando los sufrimientos que por nuestros pecados padeciste en Jerusalén y de algún modo sigues padeciendo en los miembros de tu Cuerpo Místico.
¡Oh Dios hecho hombre, Rey universal!
Como vasallos tuyos queremos ir contigo, sufrir contigo y morir como Tú, para gloria de tu majestad ofendida, en reparación por nuestras culpas y en sufragio por las benditas Almas del Purgatorio.
María, Madre de la Iglesia, ayúdanos a luchar contra el pecado y aumenta nuestra caridad hacia nuestros hermanos que esperan la entrada al Banquete Celestial.

Primera estación: Jesús condenado a muerte.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Está el inicuo Juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un facineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia. ¡Oh Jesús mío querido! ¡Tú, autor de la vida, condenado a muerte! ¡Tú, la inocencia y santidad infinitas condenado a morir en un infame patíbulo, como el más infame malhechor! Qué amor tan grande el tuyo que ingratitud tan enorme la mía, pues te condeno de nuevo cada día. Y ¿por qué? ¡Por seguir una mala inclinación, por un mezquino interés, por un qué dirán!
Perdóname, Jesús mío, y por esa inicua sentencia, no permitas que sea yo condenado a la muerte eterna, que merecían mis pecados.

En el pretorio Jesús con amor,
la sentencia acepta del pretor, por ti.
Dolor con Cristo doloroso,
quebranto con Cristo quebrantado,
lágrimas, pena interna de tanta pena
que pasó por mis pecados.
¿Qué he hecho por Cristo
¿Qué hago por Cristo?
¿Qué he de hacer por Cristo?

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Segunda estación: Sale Jesús con la cruz a cuestas.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Y quieres, inocente Jesús mío, llevar Tú mismo, cual otro Isaac, el instrumento del suplicio! ¡Estás exhausto de fuerzas! ¡Tus espaldas y hombros están doloridos y rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y pesada! Y cuánto no acrecientan todavía su peso mis iniquidades y las de todo el mundo… sin embargo, la aceptas, y besándola la abrazas y llevas decididamente por mi amor.
Y tú, pecador, ¿aborrecerás la ligera cruz que Dios te envía? ¿Querrás tú ir al cielo por los deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dramático camino de la cruz?
Reconozco mi engaño, Salvador mío; envíame penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí, y en sufragio por las Almas del Purgatorio.

Sobre sus hombros se carga la cruz,
quien del mundo es la más clara luz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Tercera estación: Jesús cae la primera vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

No es extraño, Jesús mío, que sucumbas rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me pasma y sin duda hace llorar hasta los Ángeles del Cielo es la bárbara fiereza con que te tratan esos sayones inhumanos. Si cae un animal se le tiene compasión; lo ayudan a levantarse. Pero cae el Rey de cielos y tierra, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le maltratan y acosan con diabólico furor…
¿Y qué hacías, en qué pensabas entonces, oh Señor? En ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría; tú habías merecido los oprobios y tormentos más horribles, y Yo para liberarte de ellos he querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No estás todavía satisfecho? ¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas? Aquí me tienes; descarga tú también duros golpes sobre Mí.
No, Jesús mío, no; antes morir que volver a ofenderte.

Cae por tierra rendido el Señor
mas se yergue con subido ardor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Cuarta estación: Jesús encuentra a su Madre.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Qué sentiste, oh angustiada Señora, al ver aquel trágico espectáculo? El pregonero publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal. Una multitud inmensa se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús. Los soldados y sayones en dos filas, y Jesús en medio de los malhechores. ¿Lo conoces, oh Madre amantísima? ¿Ése es tu hijo bendito? ¿Es ese el más hermoso de los hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los ángeles? ¿Aquel hijo de Dios que con tanto regocijo diste a luz en Belén? ¿Dónde están ahora los reyes y pastores que entonces lo adoraban? ¿Qué se han hecho los ángeles del cielo que entonaban entonces himnos de alabanza? ¡Qué cambiado está! Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su cabeza; todo Él hecho una llaga. ¡Oh María, afligida entre todas las mujeres! ¡Oh Madre, la más desolada de todas las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre todos los hijos de Adán! ¡Oh Jesús! ¡Oh María!
Os suplicamos que saquéis tantas almas del Purgatorio y convirtáis tantos pecadores, cuantas fueron las sensaciones de dolor que sufrieron vuestros amantísimos corazones en el encuentro de la calle de la amargura.

Jesús con pena a María encontró,
y la Madre se desvaneció, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Quinta estación: Jesús ayudado por el Cireneo.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Temiendo los judíos no se les muriese Jesús antes de llagar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo que tienen de crucificarle, buscan quien le ayude a llevar la cruz, y no le encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo Simón Cireneo acepta este favor, y aún por la fuerza.
¿Y así te desamparan, Jesús mío? ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste con cinco panes en el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, paralíticos y enfermos que sanaste? ¡Y nadie quiere llevar tu cruz! ¡Ni siquiera tus apóstoles, ni Pedro! ¡Y ella, no obstante, nos predica la latitud de tu misericordia, la longitud de tu poder y la profundidad de tu sabiduría infinita! ¡Qué misterio incomprensible! Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina, mas pocos gustan de padecer contigo.
Teman, pues, los que eluden la cruz, oyendo a Cristo que dice: El que no carga su cruz y viene en pos de Mí, no puede ser mi discípulo.
Oh Jesús, ayúdanos a ser Cireneos voluntarios que, con nuestros sacrificios y oraciones, ayudemos a las almas que padecen en el Purgatorio.

Simón ayuda forzado al Señor
de la cruz gustando el gran valor, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Sexta estación: Verónica enjuga el rostro de Jesús.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Qué valor el de esta piadosa mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los ángeles, cubierto de polvo, afeado con saliva, denegrido con sangre; y movida a compasión, se quita la toca, atropella por todo y acercándose al Salvador, le enjuga su rostro desfigurado
¡Cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía de tantos cristianos, que por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar bien! Dichosa Verónica, y ¡cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su rostro santísimo estampado en esa afortunada toca!
¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en tu alma una perfecta imagen de sus virtudes? Pisotea generoso el respeto humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Vía Crucis y no dudes en ofrecerlo a las Almas del Purgatorio, y Dios, con su inmensa misericordia, grabará en tu alma sus virtudes.

Tierna Verónica enjuga la Faz,
del omnipotente Rey de paz, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Séptima estación: Jesús cae por segunda vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cae el Señor por segunda vez bajo su cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos; nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que el infierno desahoga contra Él todo su furor. Mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción abandonemos el camino de la virtud? No; bien podrán decirle: Si eres Hijo de Dios baja de la cruz, deja la cruz; pero por lo mismo que lo es, allí permanecerá, a ella se aferrará hasta morir.
¿Cuándo, Señor, imitaré tu heroica constancia? No siendo coronado sino el que combatiendo legítimamente perseverare hasta el fin, ¿de qué me servirá abrazar la virtud y llevar la cruz solamente algunos días? Cueste, pues, lo que costare, quiero, con tu Divina Gracia, amarte y servirte hasta morir, ofreciendo mi cruz por el alivio de los sufrimientos que padecen las benditas Almas del Purgatorio.

Vuelve por tierra Jesús a caer,
Pecador no vayas a ceder, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Octava estación: Jesús consuela a las santas mujeres.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¡Qué caridad tan ardiente! Olvidando sus atrocísimos dolores, Jesús se acuerda tan sólo de nuestras penas. “Hijas de Jerusalén”, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando, “no lloréis mi suerte, llorad más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos”.
Pero, ¿puede haber objeto más digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios? Si, cristiano, hay cosa más digna de lágrimas, y de lágrimas eternas; y es el pecado. Pues el pecado es la única causa de la pasión y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal terrible, el único mal. ¡Y no obstante tú pecas con tanta facilidad! ¡Y pasas tranquilo días, meses, años y hasta la vida entera, sino en el pecado al menos en la tibieza y en la mediocridad!
Las Almas del Purgatorio están deseosas que te acuerdes de ellas, que las ayudes a salir de esa cárcel de dolores. ¿No será éste un buen motivo para vencer tu mediocridad y tibieza? ¿Serías capaz de negarles tu ayuda?

Lloran las hijas de Jerusalén,
preso y condenado nuestro Bien, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Novena estación: Jesús cae la tercera vez.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Tú, “resplandor de la gloria del Padre”, consuelo de los mártires, hermosura y alegría del cielo, Tú, caído en tierra primera, segunda y tercera vez! ¿No eres Tú la fortaleza de Dios?…
– “¿Y qué, hijo mío? ¿no has pecado tú mas de una, dos o tres veces? ¿No recaes cada día innumerables veces en el pecado? ¿Por qué esa perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy formas generosos propósitos, y mañana están ya olvidados; ahora me entregas el corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y liviandades. Yo caigo segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas, caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo para que, temerario, no te expongas de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo, en fin, para que no caigas tú jamás en el abismo del infierno.”
Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad; y por esta tan dolorosa caída, dame fuerza, te lo suplico, para que me levante por fin de mi vida de pecado y camine firme y constante en tu santo servicio, sin olvidarme de ser misericordioso con las almas purgantes, que ya nada pueden hacer por ellas mismas, sino que dependen de nosotros para cruzar más rápidamente la Puerta Celestial.

El verbo Rey cae por tercera vez,
Mira, cristiano, por tierra al Juez, por ti.

– Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre.

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria.

Décima estación: Jesús despojado de sus vestiduras.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Cuando te curan una herida, por fina que sea la venda que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa madre, ¡qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva! ¿Cuál sería, pues, el tormento de Jesús al serle quitada la vestidura? Como había derramado tanta sangre, estaba pegada a su cuerpo llagado; vienen los verdugos y le arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y hasta pedazos de carne que se le habían pegado…¿Y en qué pensabas, purísimo Jesús, al verte desnudo delante de tanta muchedumbre? “En ti pensaba pecador; en los pecados impuros que cometes; por ellos ofrecía Yo al Eterno Padre esta confusión y suplicio tan atroz. Sabía cuanto te costaría deshacerte de aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad peligrosa; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”.
¡Oh inmensa caridad tuya! ¡Oh negra ingratitud mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con mis pecados. Nunca más pecar.

Ya lo desnudan furia cruel,
Y a beber le dan vinagre y hiel, por ti.

– Bendita y alabada sea la pasión y muerte de nuestro Señor Jesucristo…
– Y los dolores de su Santísima Madre

* Padrenuestro, Avemaría y Gloria

Undécima estación: Jesús clavado en la cruz.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿Quién de nosotros tendría el valor para sufrir que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para ver así atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por nuestro amor. Ya le tienden sobre el lecho del dolor; ya enclavan aquella mano omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de sangre. Mas esto es poco. Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no llegaban los pies y las manos a los agujeros de antemano en la cruz, lo atan, pues, con cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando del lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!
Todo lo contempla su madre amantísima; y por ese gran dolor te pedimos que alivies los terribles dolores que padecen las Almas del Purgatorio.

A martillazos en manos y pies,
Déjase clavar el que Dios es, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Duodécima estación: Jesús muere en la cruz.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Contempla, cristiano, a esos dos malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen ladrón! Sin embargo dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en tu Reino”; al instante oye: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Qué bondad la de Dios! ¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina si quisieses arrepentirte de veras!.
Pero si dejas tu conversión para más adelante, tema que no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él, tenía a sus pies a la abogada de pecadores, María Santísima; a su lado estaba Jesucristo, el Sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación de su compañero, ve la naturaleza estremecida y, sin embargo, muere como ha vivido, continúa blasfemando, y se condena para siempre.
No permitas, Jesús mío, que, sordo a tus inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para más adelante y demore, también, la posibilidad que me brindas de ayudar aquí y ahora a las benditas Almas que están padeciendo en el Purgatorio.

Después de tres horas de agonizar,
Jesús clama al Padre al expirar, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Decimotercera estación: Jesús muerto en brazos de su madre.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

¿A dónde iré, afligida Madre mía? Tu Hijo ha muerto, y mis pecados son los verdugos que le clavaron en cruz y le dieron muerte inhumana. Soy yo quien ha apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón. Si, yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen el firmamento, yo traspasé esta augusta cabeza, y abrí esas llagas, yo descoyunté y despedacé ese inocentísimo cuerpo que tienes en tus brazos. Reo de tan horrendo deicidio ¿A dónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que sea mi ingratitud, Tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de traspasar en mí los derechos que tenía a tu amor. Me arrojo, pues, en tus brazos, con la más viva confianza. No me desprecies, suave refugio de pecadores arrepentidos y de las Almas que padecen en el Purgatorio, míranos con ojos de bondad, ampáranos ahora y siempre.

El cuerpo santo, con pena mortal,
recibe la Madre virginal, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Decimocuarta estación: Jesús puesto en el sepulcro.
Te adoramos, Señor, y te bendecimos.
Porque por tu Santa Cruz redimiste al mundo.

Contempla, cristiano, cómo José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María, le piden el objeto de sus caricias, ungiéndoles con preciosos aromas le amortajan y ponen en un nuevo sepulcro de piedra. ¡Cuál no sería el dolor de la Virgen! Sin duda “grande era como el mar su amargura” cuando vio a su hijo ensangrentado, clavado y expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía; tal ves lo abrazaba y lo lavaba con sus lágrimas. Más ahora, oh angustiada Señora, una losa te priva de este último consuelo. ¡Oh sepulcro afortunado! Ya que encierras el adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con esas prendas riquísimas mi pobre corazón. Sea éste, Dios mío, el sepulcro donde descanses; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que te envuelvan y los aromas que te recreen. En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús, resucite y triunfe glorioso con El y con todas aquellas almas que ayudamos a cruzar las puertas celestiales por siglos infinitos.

Pesada losa el sepulcro cerró,
De María el Alma allí quedó, por ti.

-Bendita y alabada sea la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo…
-Y los dolores de su Santísima Madre.

*Padrenuestro, Avemaría y Gloría.

Oración final: 

Señor mío Jesucristo, que para redimir al mundo de la esclavitud del demonio, quisiste nacer entre nosotros mortal y pasible, por esas tus amargas penas que yo, aunque indigno pecador, voy meditando, y por tu Pasión y Muerte, líbrame del pecado que me separa de Ti y dígnate a llevarme a donde llevaste a aquel dichoso ladrón, que fue crucificado contigo y que, en vida, no me olvide de socorrer a las Almas que sufren en lugar de expiación, oh Jesús mío, que en el Padre y Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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