Nuestra fe se basa en lo que Dios ha revelado, en lo que Jesucristo, el Hijo de Dios -Dios como el Padre-, nos ha venido a revelar. Por eso debemos tener completa confianza en el Evangelio y en la Iglesia Católica, que es la que nos enseña estas verdades para que las creamos.
Si no creemos a la Iglesia, no creemos a Jesús, no creemos a Dios, y lo dejamos como a un mentiroso. Dios no puede mentir. No puede engañarse ni engañarnos. Pero hay alguien que sí nos quiere engañar: el demonio, porque en él la mentira es como su naturaleza, y desde la caída de nuestros primeros padres, Adán y Eva, él no deja de engañar a todos los hombres. Cuidémonos nosotros de su veneno, porque en estos tiempos los hombres, instigados por Satanás, quieren poner en duda todo, como si no existiera la Verdad absoluta, como si cada uno pudiera pensar lo que quiera, creer lo que se le dé la gana, y elegir cualquier camino, cualquier religión o secta porque todas conducen al mismo Dios. ¡Esto es un disparate y una herejía! ¿Para qué vino entonces Jesús al mundo?, ¿para que siguiéramos cada uno en lo suyo, en su religión más o menos revelada? ¡No! Él ha venido para dar testimonio de la Verdad, que es una, como uno es Dios, y que la Iglesia Católica nos transmite a través del Papa y de los Obispos y sacerdotes unidos al Papa.
Estemos atentos porque hoy podemos caer todos, ya que el demonio es muy astuto y utiliza sofismas y medias verdades, que muchas veces son peores que el error mismo.
Aquí es necesaria la sencillez y la humildad, y sobre todo la obediencia, porque la fe es prestar obediencia a lo que Dios nos reveló y la Iglesia nos manda que creamos. Y si no somos obedientes, entonces nos rebelamos y perdemos el rumbo, perdemos la fe. Y sabemos que sin fe es imposible agradar a Dios y salvarse.
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