Todo empezó por: “¿Por qué no vas a Medjugorje?, no perdes nada…” Era la frase casi recurrente de nuestros padres (ellos llevaban 5 años yendo) …
De los 9 años de casados podríamos decir que aproximadamente unos 7 años he estado con depresión, así que a pesar de ir agarrando fuerzas cada vez que nacía uno de nuestros “regalitos de Dios” (tenemos 3 hijos maravillosos) aparecían nuevos problemas y, por tanto, más ansiedades. Durante ese tiempo, mi marido estuvo tirando del carro sin replicar, poniendo toda la voluntad y ayudando en todo lo que podía.
Sin darme cuenta, fui apartando de mi vida a las personas que me apreciaban: marido, familiares, amigas… Me querían ayudar a salir de ese pozo, pero yo no me dejaba… Mi carácter era cada vez más desagradable para cualquier persona que intentaba ayudar o acercarse, estaba malhumorada, gritaba y estaba muy triste por dentro sin saber por qué.
Poco a poco y con terapia conseguí salir de ese pozo, pero dentro siempre quedaba un vacío, una tristeza que no acababa de poder curar, de nada servían los psicólogos ni las medicinas. Fue entonces cuando mi marido exteriorizó el cansancio de todos esos años cuidándome; yo no había pensado en él, pero estaba agotado de vivir en esa situación y hacerse cargo de toda la familia… Las cosas entre nosotros no funcionaban… Nuestro matrimonio parecía haber dejado de tener sentido.
Nuestros padres eran conscientes de la situación que vivíamos, ya que fueron testigos de las muchas situaciones difíciles por las que pasamos. Nosotros estábamos en un punto de inflexión y no parecía que la solución fuera a ser la “buena”. Por no negarnos por enésima vez, accedimos a ir a Medjugorje, nada convencidos y con ninguna gana, ya que lo último que nos apetecía era hacer un viaje juntos… Conforme se acercaba la fecha, ambos pensábamos: “Si esto no lo soluciona la Virgen ¿quién lo hará?”, era nuestra última esperanza.
Lo que nunca habíamos podido sospechar es que no fuimos nosotros quienes decidimos ir a Medjugorje, sino que fue la mismísima Virgen María quien nos había invitado a ir y nos estaba esperando, ansiosa, con los brazos abiertos. En aquel pueblecito, para nosotros el más hermoso del mundo, descubrimos el Amor que Nuestra Madre siente por cada uno de nosotros, supimos que nunca nos había abandonado, aunque así nos pareciera, pero en realidad fuimos nosotros quienes nos habíamos alejado de Ella.
En esta peregrinación, además de conocer gente maravillosa e historias increíbles, pudimos sentir la presencia de la Virgen, que nos arropó y nos consoló con Su manto maternal, haciendo desaparecer, en los pocos días que duró nuestro viaje, todo rastro de resentimiento que existía entre nosotros. Tras un testimonio, fuimos conscientes de la importancia del Santo Rosario y que nos ayudaría como matrimonio ante cualquier adversidad. Desde entonces cada noche lo rezamos juntos.
Hace ya 6 meses que volvimos y nuestra vida ha cambiado por completo, somos un matrimonio unido y fuerte que lucha cada día por estar más cerca de Dios y poder recibir así Sus Gracias. Somos conscientes que nuestra peregrinación acaba de empezar, pero nuestras ganas y nuestra determinación por abandonarnos a la voluntad de Dios, han hecho de nosotros una familia unida, llena de fe y cuyo centro es ahora Él.
Fuente: Red Gospa
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