Queridos hermanos:
“Yo vendré a reunir a todas las naciones”, se nos dice en la primera lectura de Isaías, es el sueño de Dios. Sin embargo, algunos podemos pensar que nosotros tenemos la exclusividad: “Hemos comido y bebido contigo, y tú has enseñado en nuestras plazas”. En este Evangelio se muestra nuestra inseguridad, por eso preguntamos: “Señor, ¿serán pocos los que se salven?”. La respuesta es muy dura, sobre todo para los que se crean con derechos adquiridos, rompe nuestras seguridades, si alguna vez nos hemos sentido los selectos, los que están en posesión de la verdad y van por el buen camino. Los preferidos pueden ser rechazados: “No sé quiénes sois”.
Pero, si hemos ido a Misa todos los domingos, hemos preparado miles de homilías, hemos bautizado a nuestros hijos y enterrado a nuestros mayores, nos hemos casado por la Iglesia, ayunado en Cuaresma, comprometidos en todas las colectas, e incluso somos catequistas, de Cáritas… ¿No es esto suficiente para salvarse? Jesús no responde a la pregunta, con los actos que tenemos que realizar, o si basta con cumplir con los primeros viernes de mes, su respuesta es: “Esforzaos por entrar por la puerta estrecha. Os digo que muchos intentaran entrar y no podrán”.
Algunos dirán, no tengo tiempo estoy en época de crianza y en los años activos, en los que son otras las prioridades: el trabajo, la hipoteca; el recurrir a Dios es para los tiempos difíciles en la enfermedad, cuando se pierde a un ser querido. Hay un momento decisivo en la vida de cada uno: “Cuando el amo de la casa se levante y cierre la puerta, os quedaréis fuera y llamaréis a la puerta, diciendo: Señor ábrenos; y él os replicará: No sé quiénes sois”. Hemos estado ocupados en otras cosas importantes, pero el esfuerzo del hombre por su salvación, parece no admitir más que una dedicación exclusiva a Dios.
¿Cuál es la puerta estrecha, dónde se encuentra? Puede que sigamos pensando en las normas, el texto termina diciendo: “Hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos”, ahí está la puerta. En este año de la misericordia muchos han cruzado diversas puertas del perdón, ¿pero hemos pedido y concedido perdón a alguien que nos ha hecho daño o al que se lo hemos hecho nosotros? Hemos cruzado la puerta de una chabola, de la habitación de un enfermo, de la casa de un parado de larga duración, de alguien que tiene una depresión…, son puertas cotidianas, el esfuerzo es traspasarlas, porque detrás de ellas puedo descubrir a Dios.
“Entonces será el llanto y el rechinar de dientes, cuando veáis a Abrahán, Isaac y Jacob y a todos los profetas en el reino de Dios, y vosotros os veáis echados fuera. Y vendrán de Oriente y Occidente, del norte y del sur, y se sentarán en la mesa en el reino de Dios”. Bien puede ocurrir que, a la hora de la verdad, nos encontremos con la sorpresa de que otras gentes, a las que consideramos distintas, entren en el Reino, porque fueron buenas personas, se portaron bien con sus semejantes, hicieron todo el bien que tuvieron a su alcance. Lo definitivo es ser y estar con los últimos.
Podríamos decir con la segunda lectura de la carta a los Hebreos: “Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, no te enfades por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos… ¿qué padre no corrige a sus hijos? Ninguna corrección nos gusta cuando la recibimos, sino que nos duele; pero después de pasar por ella, nos da como fruto una vida honrada y en paz”. ¿Cuál serán las puertas estrechas de mi vida en las que tengo que esforzarme en entrar? ¿Estoy abierto al sueño de Dios y al de Jesús, para crear esa mesa en la que todos cojan, de Oriente y Occidente, del norte y el sur y anuncien su gloria? No temamos que el Señor nos corrija nuestras contradicciones o falsas seguridades y fortalezca nuestras manos débiles y las rodillas vacilantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario