La parábola del Evangelio de hoy es ya conocida. El rey que organiza la boda de su hijo. Los convidados que no quieren ir con las excusas más pintorescas. Y la búsqueda del rey de nuevos invitados. Todo en medio de un cierto ambiente de violencia. Porque la reacción del rey contra sus invitados primeros fue realmente fuerte. Se dice que el rey “montó en cólera”. Y las consecuencias fueron terribles.
Pero hay algo que llama la atención, que constituye la “punta” de la parábola. Es la parte final de la parábola. Ya está lleno el banquete. Han venido los nuevos convidados. No se les había avisado con antelación. Ha sido una invitación general, a “malos y buenos”, dice expresamente el Evangelio. No parece que hayan tenido mucho tiempo para preparase. Pero nuestro rey se extraña porque encuentra que uno de esos nuevos invitados ha entrado en la sala del banquete sin llevar un traje decente, sin “vestirse de fiesta.” Y de nuevo el rey tiene una reacción desmedida. Lo echa del banquete y, atado de pies y manos, lo condena a las tinieblas. ¿No es extraña esta reacción del rey? Tanto hablar del Dios que acoge a todos y luego parece que el rey (¿no representa el rey al mismo Dios Padre?) excluye a uno de sus invitados de última hora apenas porque no lleva el traje de fiesta.
Hay que tener presente que las parábolas no eran alegorías sino precisamente parábolas. En las parábolas no importa cada uno de los detalles. Como decía un gran estudioso de las parábolas, el biblista Joachim Jeremías, las parábolas pretenden transmitir una sola idea. Desde esta perspectiva, diríamos que Jesús recoge una narración que posiblemente era una historia ya popular entre la gente. Pero le añade ese final tan llamativo. A la fiesta del reino hay que ir de fiesta. No vale entrar de cualquier manera. Es la fiesta de la fraternidad, de la alegría, del gozo. El reino es la fiesta de las fiestas. Es la fiesta de la vida. El traje de fiesta que no lleva el invitado no se refiere sólo al vestido. Ir de fiesta es toda una actitud.
Valiéndose de una historia popular, Jesús nos recuerda que el reino ya está cerca. Por el reino vale la pena dejarlo todo. El reino es más importante que “las tierras y los negocios” que prefieren los primeros invitados. El reino es la vida misma y eso significa gozo y disfrute en fraternidad. El reino implica poner el corazón en clave de fiesta.
De alguna manera, podríamos decir que no es el rey el que condena a las tinieblas a los primeros invitados, los que rechazan ir al banquete, y al invitado que está sin traje de fiesta. Son ellos mismos los que se condenan a las tinieblas, los que se excluyen de la fiesta de la vida, los que eligen quedarse fuera lejos de las luces y de la alegría de la boda.
Ser cristiano se debe caracterizar por la alegría. Estamos invitados al banquete del reino. Estamos ya celebrando. No hay lugar para caras tristes sino para el gozo y la alegría en fraternidad. Dios mismo es el que nos da esos trajes nuevos de fiesta. Leamos de nuevo, desde esta perspectiva, la primera lectura. Y alabemos y demos gracias.
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