Otra vez a vueltas con el tema de la riqueza. Parece que es una de las obsesiones de Jesús. Hasta llegar a una expresión tan exagerada como la del Evangelio de hoy: “Es más fácil a un camello pasar por el ojo de una aguja que un rico entre en el reino de Dios.” Dicha la frase, la entrada de un rico en el reino es algo que sería mejor no intentarlo porque realmente parece que es imposible. Tan imposible como que un camello pase por el ojo de una aguja.
Los discípulos se preocupan y tienen razón para preocuparse. Por la sencilla razón de que el dinero es algo necesario en la vida. A veces tanto despreciar a las riquezas supone un poco despreciar la vida de tantas y tantas personas que trabajan muy duro muchas horas al día, siete días a la semana y todas las semanas del año apenas para conseguir lo justo para sobrevivir ellos y su familia. Y siempre con la amenaza de perder el trabajo o de no conseguir lo suficiente. Muchas personas en nuestro mundo el dinero lo consiguen con mucho esfuerzo, con mucho sacrificio. Y les es absolutamente necesario para llegar al día siguiente.
Decir que no hay que dar importancia al dinero, que hay que ser pobres y desprendidos, que no hay que preocuparse tanto por ganarlo, es como dar una bofetada en la cara de tantos y tantas que viven con lo justo y con un poco menos de lo justo. Sólo los ricos se pueden permitir el lujo de hablar de “desprendimiento” y cosas así.
Por eso, los discípulos se preguntan si alguien puede salvarse. Entre los que tienen mucho y los que los desean para sobrevivir, casi estamos todos los que formamos esta gran familia que es la humanidad.
Diría que hay que entender bien lo que dice Jesús. No dice que la riqueza sea mala en sí misma. Las cosas, el dinero, lo que tenemos y unos ganan con tanta facilidad y otros con tanto trabajo y esfuerzo, son siempre medios. Este es el mensaje fundamental. Medios, ¿para qué? Sencilla respuesta si nos ponemos en la perspectiva de Jesús: son medios para el Reino, para el servicio de la fraternidad, para construir la justicia.
Es decir, el objetivo central, la prioridad absoluta, es el Reino. Todo lo demás son medios que hay que saber poner al servicio del Reino. Y, por ende, y si la ocasión lo exige, también hay que saber renunciar a ellos.
El hombre y la mujer que trabajan duramente para sacar adelante a su familia están trabajando al servicio del Reino. El rico que pone sus bienes a disposición de los pobres, que trabaja para crear más riqueza, para crear puestos de trabajo... también está trabajando al servicio del Reino.
El que tiene y trabaja para atesorar, para contar y recontar lo que tiene, para lucirlo en frente de los demás, y que lo que tiene le sirve para despreciar a los demás, ése sería mejor que se convirtiese porque sino le va a ser más difícil entrar en el Reino que a un camello pasar por el ojo de una aguja. Y se va a perder lo mejor de la vida: el Reino.
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