Hace años le oí a un sacerdote decir que el predicaba solamente aquello que vivía. Le escuché con atención y quise entender lo que quería decir. Pero pensé entonces y pienso ahora que si predico sólo lo que vivo, lo que ya he hecho vida, del Evangelio, entonces probablemente mis predicaciones serían brevísimas y muy poco numerosas. Exagerando un poco, podría decir que con una o dos al año y de tres o cuatro minutos cada una, ya tendría suficiente para predicar lo que vivo. ¡Me queda tanto! ¡Son tantas mis imperfecciones, mis lagunas! ¡Son tan pocas mis fuerzas! Quizá los que leen estos comentarios estén ya muy adelantados en el camino del seguimiento. Por mi parte, lo sigo intentando todos los días con la conciencia de que aún queda mucho por vivir.
Pero lo que también hago todos los días, es dar gracias a Dios porque, como dice san Pablo, aunque sea en vasijas de barro, llevamos el evangelio en nuestra manos (2 Cor 4,7). Y eso es lo más grande y lo mejor que nos ha podido pasar. Si Jesús se dirigiese a los oyentes de mis homilías y a los lectores de estos comentarios, les diría también lo mismo que decía a sus oyentes de los fariseos: haced lo que os digan pero no hagáis lo que hacen. Y tendría toda la razón del mundo. No me podría criticar mi buena voluntad, ciertamente, pero si que se daría cuenta con relativa facilidad de las muchas inconsistencias y contradicciones que hay en mi vida.
Digo todo esto, porque a veces tenemos una idea muy negativa de los fariseos. Como si ellos fueran los malos de la película. Todos unos hipócritas, sólo preocupados por guardar las apariencias. Algunos serían así, desde luego. Pero muchos otros eran buena gente, personas de buena voluntad, deseosos de cumplir en todo momento la voluntad de Dios. Quizá había terminado equivocando ese deseo con la búsqueda de la seguridad a través del cumplimiento exhaustivo de unas normas cuya letra terminó siendo más importante que su contenido y motivación.
Conclusión: no hay que desautorizar al predicador porque no sea totalmente coherente con lo que predica. Al fin y al cabo, Jesús no dice en ningún momento “no hagáis lo que dicen”. Recomienda más bien a sus oyentes que “hagan lo que dicen pero que no hagan lo que hacen.” Perfecto. Está claro. En realidad, el predicador es un vocero del Evangelio. No es dueño ni responsable del mensaje. Todos estamos a la escucha de la palabra de Jesús. Todos tenemos que ir haciéndola vida. Todos estamos en camino. También el que predica. Y todos, con mucha humildad, oramos unos por otros, para que vayamos siendo más fieles y más capaces de amar hasta dar la vida, como él hizo.
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