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Tengo que reconocer, antes de nada, que este pastel era demasiado suculento como para no hincarle el diente. Alguno que otro, aquí mismo, ya lo ha hecho, pero me ha resultado imposible (ni quiero ni podía no querer) callarme al respecto la penúltima de Europa Laicista (aunque ellos se dicen “Laica”). Yo lo hago un poco tarde pero, ciertamente, les ha tocado hoy al estar, hasta el día de la fecha, todo el pescado vendido en este blog.
Pero vaya si voy a decir algo al respecto y aunque comprendo que es una publicidad que no merecen los laicistas de Europa Laica, ciertamente callar sería mucho más grave.
Es sintomático o, mejor, expresión de una forma de pensar alejada de la realidad en la que se vive, pronunciarse de según qué forma y sobre según que asuntos. Así, hay personas o grupos de personas (véase, por ejemplo, Europa Laica) que caminan a piñón fijo y sea la situación que sea siempre salen con los mismos argumentos gastados, periclitados, pasados, caducos y trasnochados.
Seguramente entre escuchar el nombre de Benedicto XVI y empezar a segregar bilis no pasa ni siquiera un segundo. Si, además, se trata de dar a la juventud la formación espiritual y, también, material (pues no cabe, aquí, una falta de “unidad de vida” o hacer algo distinto de lo que se dice que se piensa en la vida ordinaria) que le niega la sociedad hedonista, hodiernista (del ahora mismo) y relativista en la que viven, estoy más que seguro que las personas que, por ejemplo, forman parte de Europa Laica (laicista, como sabemos) no puede reprimir sus deseos de zaherir al Santo Padre y, si es posible, impedir que diga lo que tiene que decir y lo que no puede dejar de decir.
Es bien cierto que lo que Benedicto XVI traerá a Madrid dentro de, ya, pocos días, es más que sabido. No hay nada nuevo ni lo puede haber porque es lo mismo que, teniendo en cuenta los tiempos en los que se vive, viene diciendo la Iglesia católica desde hace muchos, muchos, muchos siglos. Por lo tanto, no es posible que se diga otra cosa que lo que se tiene que decir. Si esto es contrario al mundo, a la mundanidad y al siglo… pues que se acostumbren a escuchar lo que hay que decir.
Entonces… el sentido totalitario, fascista y contrario a todo derecho ajeno, sale a la vista y a la vida ordinaria. Y, por eso, los cuatro gatos que forman Europa Laica se creen en el extraño derecho de decir lo que el Papa puede o no puede, debe o no debe, decir. Este atajo de seres humanos creados por Dios que quieren olvidar a su Creador porque les dice que lo que hacen no está ni medianamente bien, creen que porque tienen un apoyo ideológico gubernamental y porque algunos sectores marginales de la sociedad les apoyan, el Santo Padre tiene que cerrar la boca y mirar para otro lado cuando se fomenta el aborto, cuando se manipulan seres humanos en estado embrionario, cuando se impone la ideología de género, cuando se disuelve la sociedad al establecer un divorcio facilito, facilón y exprés y etc., etc., etc. Ante esto sólo cabe el “sí señor” de los aborregados que prefieren tener una vida tranquila y que nadie se dé cuenta de que existen para poder seguir malviviendo, o bienviviendo, entre otros que no están de acuerdo con que los lleven a la fosa de la que tanto escribió el salmista.
Dicen, por eso, algo que es monstruoso y que sólo cabe en una mente enferma y que pretenda tapar las palabras con las pesadas cargas de determinadas leyes. Pretenden que, en caso de que Benedicto XVI diga algo que no conviene a su limitadita forma de pensar que se eleve “la correspondiente queja a la institución Iglesia católica e, incluso, si se considera, tomen otras medidas jurídicas”. Y esto, más o menos, ha de querer decir, que se lleve al Fiscal que sea del ronzal para que tome medidas. Vamos, aplicar las leyes porque les da la gana, porque les conviene y porque les viene bien a los que, con el apoyo de un poder corrupto (al menos, moralmente hablando) esperan resolver sus neurosis con medidas que, claramente, se extralimitan de un ordinario vivir y proceder de personas civilizadas.
Y, por si esto no fuera, ya, suficiente, insisten en decir que la visita que Benedicto XVI va a realizar a España a mediados del próximo de mes de agosto, es “privada”, de “carácter privado” o así como sea por el estilo. Esto lo dicen, seguramente, para que no intervenga ningún poder público como si el Santo Padre fuera un turista de los muchos millones que todos los años vienen a España a pasar unos días y llevarse un buen recuerdo de nuestra patria.
¡Dónde se ha visto que un Papa acuda a una Jornada Mundial de la Juventud en visita privada como si fuera a visitar un museo o a ver una ópera! Esto sólo puede caber en una forma de pensar que no se da cuenta, porque no quiere ni le interesa, de lo que es la verdad y que no es otra que el Santo Padre es un Jefe de Estado que acude a una nación en la que hay otro Jefe de Estado (en este caso el Rey Juan Carlos) y que, por eso mismo, el Gobierno sólo puede hacer lo que hace y que no puede hacer otra cosa porque, además, la mayoría de españoles (lo vuelvo a decir otra vez) somos de religión católica y con nuestros impuestos pagamos muchas cosas con las que no estamos de acuerdo. Por eso mismo no nos da la santa gana que se haga de menos a Benedicto XVI o al Papa que venga a España. Eso ya debería estar más que claro y entendido por aquellos que se creen que porque los católicos no estamos por las calles ejerciendo fuerza física se nos puede tomar el pelo y tomarnos, además, por el pito de un sereno. Sólo faltaría eso.
Por eso, a las personas que forman parte de Europa Laica mejor les vendría dejar de decir tantas cosas fuera de lugar y dedicarse, si es que son capaces, a otra cosa que no sea tratar de incordiar al Santo Padre y, por extensión, a todos los católicos del mundo.
Además, seguramente la Fiscalía General del Estado no tiene nada más importante que hacer que estar escuchando lo que diga el Papa. Y esto porque, además, no les conviene hacerlo pues no vaya a ser que se convierta alguno.
Eleuterio Fernández Guzmán
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