«Cuando estuve allí, tuve la sensación de dos cosas que me estarían totalmente prohibidas: matarme a mí mismo y matar a otra persona. Si me suicidaba, sería como devolverle a Dios un regalo, tirándoselo a la cara… Matar a otra persona equivaldría a interponerme en los designios de Dios para con ella».
Todos los suicidas están de acuerdo en un punto: Creen que su intento de suicidio no solucionó nada; y se encuentran exactamente con los mismos problemas de que habían intentado librarse, quitándose la vida. Cualquiera que fuese la dificultad de que habían intentado escapar, continuaba allí sin resolver… Todos afirmaron que después de su experiencia, no volverían a pensar jamás en el suicidio. Su actitud común era que habían cometido un error y se alegraban mucho de haber fracasado en su intento.
El médico Francis Ceravolo me contó la historia de uno de sus pacientes suicidas. Él es italiano y lo conozco de hace años. Es un hombre simpático y tranquilo, pero que no creía en Dios. Y me dijo:
«Yo vi fuego y vi pequeñas criaturas a mi alrededor. Ellas tenían miradas perversas y parecían terribles. Yo los vi. Ahora creo en Dios, porque sé que Él me dio la oportunidad de sobrevivir».
Sadira, como consecuencia de una sobredosis de pastillas, tuvo una experiencia después de la muerte. Dice:
«Lo que yo viví fue la cosa más horrible. Oía aquellas voces que no eran de la tierra. Ellos gritaban. Yo estaba desnuda y sentía vergüenza, aunque todo estaba oscuro. Esas criaturas eran como anoréxicas, calvas, desnudas, sin dientes, todas sucias. Había como cincuenta, todas a mi alrededor. Yo podía sentir su respiración cerca de mí y olían muy mal. Todo era muy real. Me sentí juzgada y que iba a ser castigada. Aquellos seres estaban allí para castigarme; pero, después de un tiempo de terror, se fueron.
Como católica, sabía que nadie puede suicidarse. Nunca lo haré de nuevo. Yo estaba horrorizada, estaba en el Infierno. Fui al Infierno. Personalmente, nunca creí en el infierno. Yo creía que el infierno era no ser capaces de ver a Dios. Pero, después de esto, creo en el Infierno. Cuando me desperté, estaba aterrorizada. Reconozco que el suicidio nunca es la solución. No es una opción. Dios no lo quiere y yo creo en Dios. Esta experiencia cambió mi vida y estoy contenta de que me sucediera».
Marie era una estudiante francesa de 17 años que, después de una desilusión amorosa, decidió quitarse la vida. Dice:
«A la salida del túnel he encontrado otros seres, no los veía, pero los sentía. Aquellos seres estaban llenos de amor, eran como ángeles... He descendido y he visto formas grisáceas. Eran dulces, benévolos y una voz me ha dicho: “Son los suicidas”, haciéndome saber que el suicidio no es una solución, sino algo muy grave. Después, he encontrado un ser luminoso indescriptible, de una gravedad y profundidad impresionante. Toda mi vida ha comenzado a desfilar delante de mí como en un film y todo era alocado. He visto a las personas que he conocido y el efecto de mis acciones sobre ellas. Era terrible. Me sentía estúpida. La voz del ser de luz era impresionante, distinta a la de los ángeles que había visto a la salida del túnel. Después de la revisión de vida, me he sentido estúpida y he descartado totalmente de mi vida la idea del suicidio. Ahora estoy totalmente convencida de que hay una vida después de la muerte y de que existe un ser supremo a quien podemos llamar Dios».
Evidentemente, los suicidas no necesariamente se condenan. Dios comprende mejor que nadie los condicionamientos que han podido llevar a cada persona a semejante decisión equivocada. Lo cierto es que es un gravísimo error, porque rompe el plan de Dios y, sobre todo, acorta el tiempo de vida disponible para aprender a amar, que es la razón de ser de nuestra existencia. De todos modos, nosotros no somos quiénes para juzgarlos, Dios los juzgará. Pero, ciertamente, todos ellos se arrepentirán en el más allá o quizás deban purificarse durante mucho tiempo para reparar el tiempo perdido. Esas formas grisáceas podrían indicarnos que no están condenados, sino en un estado de purificación que nosotros llamamos Purgatorio.
(Del libro “Experiencias del Más Allá”, del Padre Ángel Peña)
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