CIUDAD DEL VATICANO, viernes 3 de diciembre de 2010 (
ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el discurso que el Papa Benedicto XVI dirigió hoy a los miembros de la Comisión Teológica Internacional, a quienes recibió en audiencia en la Sala del Consistorio con motivo de su Sesión Plenaria.
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Señor cardenal,
venerados Hermanos en el Episcopado,
ilustres profesores y queridos colaboradores
Os acojo con alegría, al término de los trabajos de vuestra Sesión Plenaria anual. Deseo ante todo expresar un sentido agradecimiento por las palabras de obsequio que, en nombre de todos, Usted, señor cardenal, en calidad de presidente de la Comisión Teológica Internacional, ha querido dirigirme. Los trabajos de este octavo “quinquenio” de la Comisión, como Usted ha recordado, afrontan los siguientes temas de gran peso: la teología y su metodología; la cuestión del único Dios en relación con las tres religiones monoteístas; la integración de la Doctrina social de la Iglesia en el contexto más amplio de la doctrina cristiana.
“Porque el amor de Cristo nos apremia, al considerar que si uno solo murió por todos, entonces todos han muerto. Y él murió por todos, a fin de que los que viven no vivan más para sí mismos, sino para aquel que murió y resucitó por ellos" (2Cor 5,14-15). ¿Cómo no sentir también como nuestra esta bella reacción del apóstol Pablo a su encuentro con Cristo resucitado? Precisamente esta experiencia está en la raíz de los tres temas importantes que habéis profundizado en vuestra Sesión Plenaria que acaba de concluir.
Quien ha descubierto en Cristo el amor de Dios, infundido por el Espíritu Santo en nuestros corazones, desea conocer mejor a Aquel de quien es amado y a quien ama. Conocimiento y amor se sostienen mutuamente. Como afirmaron los Padres de la Iglesia, quien ama a Dios es impulsado a convertirse, en cierto sentido, en un teólogo, uno que habla con Dios, que piensa sobre Dios y que intenta pensar con Dios; al mismo tiempo, el trabajo profesional de teólogo es para algunos una vocación de gran responsabilidad ante Cristo, ante la Iglesia. Poder estudiar profesionalmente a Dios mismo y poder hablar de eso – contemplari et contemplata docere (S. Tomás de Aquino, Super Sent., lib. 3 d. 35 q. 1 a. 3 qc. 1 arg. 3) – es un gran privilegio. Vuestra reflexión sobre la visión cristiana de Dios podrá ser una contribución preciosa tanto para la vida de los fieles como para nuestro diálogo con los creyentes de otras religiones y también con los no creyentes. De hecho, la misma palabra "teo-logía" revela este aspecto comunicativo de vuestro trabajo – en la teología intentamos, a través del logos, comunicar lo que “hemos visto y oído" (1Jn 1,3). Pero sabemos bien que la palabra "logos" tiene un significado mucho más grande, que comprende también el sentido de "ratio", "razón". Y este hecho nos lleva a un segundo punto muy importante. Podemos pensar en Dios y comunicar lo que hemos pensado porque Él nos ha dotado de una razón en armonía con su naturaleza. No es por casualidad que el evangelio de Juan comience con la afirmación “En principio estaba el Logos... y el Logos era Dios" (Jn 1,1). Acoger esteLogos – este pensamiento divino – es al final también una contribución a la paz en el mundo. De hecho, conocer a Dios en su verdadera naturaleza es también el modo más seguro para asegurar la paz. Un Dios que no fuese percibido como fuente de perdón, de justicia y de amor, no podría ser luz sobre el sendero de la paz.
Así como el hombre tiende siempre a unir sus conocimientos entre sí, también el conocimiento de Dios se organiza de modo sistemático. Pero ningún sistema teológico puede subsistir si no está permeado por el amor de su divino “Objeto”, que en la teología necesariamente debe ser “Sujeto” que nos habla y con el que estamos en relación de amor. Así, la teología debe ser siempre nutrida por el diálogo con el Logos divino, Creador y Redentor. Además, ninguna teología es tal si no está integrada en la vida y en la reflexión de la Iglesia a través del tiempo y del espacio. Sí, es verdad que, para ser científica, la teología debe argumentar de modo racional, pero debe también ser fiel a la naturaleza de la fe eclesial: centrada en Dios, arraigada en la oración, en una comunión con los demás discípulos del Señor garantizada por la comunión con el Sucesor de Pedro y todo el Colegio episcopal.
Esta acogida y transmisión del Logos tiene también como consecuencia que la misma racionalidad de la teología ayuda a purificar la razón humana liberándola de ciertos prejuicios e ideas que pueden ejercer un fuerte influjo en el pensamiento de cada época. Es necesario por otra parte poner de relieve que la teología vive siempre en continuidad y en diálogo con los creyentes y los teólogos que vinieron antes de nosotros; dado que la comunión eclesial es diacrónica, lo es también la teología. El teólogo no parte nunca de cero, sino que considera como maestros a los Padres y los teólogos de toda la tradición cristiana. Arraigada en la Sagrada Escritura, leída con los Padres y los Doctores, la teología puede ser escuela de santidad, como nos ha atestiguado el beato John Henry Newman. Hacer descubrir el valor permanente de la riqueza transmitida por el pasado no es una contribución pequeña de la teología al concierto de las ciencias.
Cristo murió por todos, aunque no todos lo sepan y lo acepten. Habiendo recibido el amor de Dios, ¿cómo podríamos no amar a aquellos por quienes Cristo dio su propia vida? "Él entregó su vida por nosotros. Por eso, también nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos” (1 Jn 3,16). Todo esto nos lleva al servicio de los demás en el nombre de Cristo; en otras palabras, el compromiso social de los cristianos deriva necesariamente de la manifestación del amor divino. La contemplación del Dios revelado y la caridad hacia el prójimo no se pueden separar, aunque se vivan según carismas distintos. En un mundo que a menudo aprecia muchos dones del Cristianismo – como por ejemplo la idea de una igualdad democrática – sin comprender la raíz de los propios ideales, es particularmente importante mostrar que los frutos mueren si se corta la raíz del árbol. De hecho no hay justicia sin verdad, y la justicia no se desarrolla plenamente si su horizonte se limita al mundo material. Para nosotros los cristianos la solidaridad social tiene siempre una perspectiva de eternidad.
Queridos amigos teólogos, nuestro encuentro de hoy manifiesta de modo precioso y singular la unidad indispensable que debe reinar entre teólogos y pastores. No se puede ser teólogos en soledad:los teólogos necesitan del ministerio de los Pastores de la Iglesia, así como el Magisterio necesita teólogos que lleven a cabo su servicio hasta el fondo, con toda la ascesis que eso implica. A través de vuestra Comisión, deseo por ello dar las gracias a todos los teólogos y animarles a tener fe en el gran valor de su compromiso. Al daros mi enhorabuena por vuestro trabajo, os imparto con afecto mi Bendición.
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