2. PERTENECEMOS A JESÚS Y A MARÍA
68 Segunda verdad. De lo que Jesucristo es para nosotros,
debemos concluir, con el Apóstol (1Cor 3,23; 6,19-20; 12,27),
que ya no nos pertenecemos a nosotros mismos, sino que
somos totalmente suyos, como sus miembros y esclavos,
comprados con el precio infinito de toda su sangre (1Pe
1,19).
Efectivamente, antes del Bautismo pertenecíamos al
demonio como esclavos suyos. El Bautismo nos ha
convertido en verdaderos esclavos de Jesucristo58 , que no
debemos ya vivir, trabajar ni morir sino a fin de fructificar
para este Dios-Hombre (Rom 7,4), glorificarlo en nuestro
cuerpo y hacerlo reinar en nuestra alma, porque somos su
conquista, su pueblo adquirido y su propia herencia (1Pe
2,9). Por la misma razón, el Espíritu Santo nos compara a:
1°. árboles plantados junto a la corriente de las aguas de la
gracia, en el campo de la Iglesia, que deben dar fruto en
tiempo oportuno (Sal 1,3); 2°. los sarmientos de una vid,
cuya cepa es Cristo, y que deben producir sabrosas uvas
(Jn 15,5); 3°. un rebaño, cuyo pastor es Jesucristo, y que
debe multiplicarse y producir leche (Jn 10,1ss); 4°. una tierra fértil, cuyo agricultor es Dios, y en la cual se multiplica la
semilla, y produce el treinta, el sesenta, el ciento por uno
(Mt 13,3.8). Por otra parte, Jesucristo maldijo a la higuera
infructuosa (Mt 21,19) y condenó al siervo inútil, que no
hizo fructificar su talento (Mt 25,24-30).
Todo esto nos demuestra que Jesucristo quiere recoger
algún fruto de nuestras pobres personas, a saber, nuestras
buenas obras, porque éstas le pertenecen exclusivamente:
creados, mediante Cristo Jesús, para hacer el bien (Ef 2,10). Estas
palabras del Espíritu Santo demuestran que Jesucristo es
el único principio y debe ser también el único fin de
nuestras buenas obras, y que debemos servirle no sólo como
asalariados, sino como esclavos de amor. Me explico.
69 Hay, en este mundo, dos modos de pertenecer a otro y
depender de su autoridad: el simple servicio y la esclavitud.
De donde proceden los apelativos de criado y esclavo.
Por el servicio, común entre los cristianos, uno se compromete a servir a otro durante cierto tiempo y por determinado salario o retribución. Por la esclavitud, en cambio,
uno depende de otro enteramente, por toda la vida, y debe
servir al amo sin pretender salario ni recompensa alguna,
como si fuera uno de sus animales, sobre los que tiene
derecho de vida y muerte.
70 Hay tres clases de esclavitud: natural, forzada y
voluntaria.
Todas las creaturas son esclavas de Dios según el primer
modo: Del Señor es la tierra y cuanto la llena (Sal 24 [23],1).
Conforme al segundo, lo son los demonios y condenados.
Según el tercero, los justos y los santos.
La esclavitud voluntaria es la más perfecta y gloriosa para
Dios, que escruta el corazón (1Sam 16,7), nos lo pide para
sí y se llama Dios del corazón (Sal 73 [72],26) o de la
voluntad amorosa. Efectivamente, por esta esclavitud voluntariamente asumida-, optas por Dios y por su servicio,
sin que importe todo lo demás, aunque no estuvieses
obligado a ello por naturaleza.
71 Hay una diferencia total entre criado y esclavo59 :
1. El criado no entrega a su patrón todo lo que es, todo lo
que posee ni todo lo que puede adquirir por sí mismo
o por otro; el esclavo se entrega totalmente a su amo,
con todo lo que posee y puede adquirir, sin excepción
alguna.
2. El criado exige retribución por los servicios que presta
a su patrón; el esclavo, por el contrario, no puede exigir
nada, por más asiduidad, habilidad y energía que
ponga en el trabajo.
3. El criado puede abandonar a su patrón cuando quiera
o, al menos, cuando expire el plazo del contrato;
mientras que el esclavo no tiene derecho de abandonar
a su amo cuando quiera.
4. El patrón no tiene sobre el criado derecho alguno de
vida o muerte, de modo que, si lo matase como a uno
de sus animales de carga, cometería un homicidio; el
amo, en cambio –conforme a la ley–, tiene sobre su
esclavo derecho de vida y muerte, de modo que puede
venderlo a quien quiera o matarlo -perdóname la
comparación-, como haría con su propio caballo.
5. Por último, el criado está al servicio del patrón sólo
temporalmente; el esclavo lo está para siempre.
72 Nada hay entre los hombres que te haga pertenecer
más a otro que la esclavitud. Nada hay tampoco entre los
cristianos que nos haga pertenecer más completamente a
Jesucristo y a su santísima Madre que la esclavitud aceptada
voluntariamente, a ejemplo de Jesucristo, que por nuestro
amor tomó forma de esclavo (Flp 2,7), y de la Santísima Virgen, que se proclamó servidora y esclava del Señor (Lc 1,38). El
Apóstol se honra de llamarse servidor de Jesucristo (Rom 1,38;
ver 1Cor 7,22; 2Tim 2,24). Los cristianos son llamados
repetidas veces en la Sagrada Escritura servidores de Cristo.
Palabra que -como hace notar acertadamente un escritor
insigne- equivalía antes a esclavo, porque entonces no se
conocían servidores como los criados de ahora, dado que
los señores sólo eran servidos por esclavos o libertos.
Para afirmar abiertamente que somos esclavos de Jesucristo,
el Catecismo del concilio de Trento se sirve de un término que
no deja lugar a dudas, llamándonos mancipia Christi:
esclavos de Cristo60 .
73 Afirmo que debemos pertenecer a Jesucristo y servirle
no sólo como mercenarios, sino como esclavos de amor,
que, por efecto de un intenso amor, se entregan y consagran
a su servicio en calidad de esclavos por el único honor de
pertenecerle. Antes del Bautismo éramos esclavos del
diablo. El Bautismo nos transformó en esclavos de
Jesucristo (Ver Rom 6,22). Es necesario, pues, que los
cristianos sean esclavos del diablo o de Jesucristo.
74 Lo que digo en términos absolutos de Jesucristo, lo
digo, proporcionalmente, de la Santísima Virgen.
Habiéndola escogido Jesucristo por compañera inseparable
de su vida, muerte, gloria y poder en el cielo y en la tierra,
le otorgó, gratuitamente - respecto de su Majestad- todos
los derechos y privilegios que Él posee por naturaleza:
“Todo lo que conviene a Dios por naturaleza, conviene a
María por gracia”61 , dicen los santos. De suerte que, según
ellos, teniendo los dos el mismo querer y poder, tienen
también los mismos servidores y esclavos.
75 Podemos, pues -conforme al parecer de los santos y de
muchos varones insignes-, llamarnos y hacernos esclavos
de amor de la Santísima Virgen, a fin de serlo más perfectamente de Jesucristo. La Virgen Santísima es el medio del
cual se sirvió el Señor para venir a nosotros. Es también el
medio del cual debemos servirnos para ir a Él. Pues María
no es como las demás creaturas, que, si nos apegamos a
ellas, pueden separarnos de Dios en lugar de acercarnos a
El. La tendencia más fuerte de María es la de unirnos a
Jesucristo62 , su Hijo, y la más viva tendencia del Hijo es
que vayamos a El por medio de su santísima Madre. Obrar
así es honrarlo y agradarle, como sería honrar y agradar a
un rey el hacerse esclavo de la reina para ser mejores
súbditos y esclavos del soberano. Por esto, los Santos Padres
y luego San Buenaventura dicen que la Santísima Virgen
es el camino para llegar a Nuestro Señor.
76 Más aún, si –como he dicho– la Santísima Virgen es la
Reina y Soberana del cielo y de la tierra: “Al poder de Dios
todo está sometido, incluida la Virgen; al poder de la Virgen
todo está sometido, incluido Dios”, dicen San Anselmo, San
Bernardo, San Bernardino, San Buenaventura, ¿por qué no
ha de tener tantos súbditos y esclavos como creaturas hay?
Y ¿no será razonable que, entre tantos esclavos por fuerza,
los haya también de amor, que escojan libremente a María
como Soberana? ¡Pues qué! ¿Han de tener los hombres y
los demonios sus esclavos voluntarios y no los ha de tener
María? ¡Y qué! ¿Un rey se siente honrado de que la reina,
su consorte, tenga esclavos sobre los cuales puede ejercer
derechos de vida y muerte –en efecto, el honor y poder del
uno son el honor y poder de la otra–, y el Señor, como el
mejor de los hijos, llevará a mal que María, su Madre santísima, con quien ha compartido todo su poder, tenga también
sus esclavos? ¿Tendrá El menos respeto y amor para con
su Madre que Asuero para con Ester, y Salomón para con
Betsabé? (Est 5,2-8; 1Re 2,19) ¿Quién osará decirlo o siquiera
pensarlo?
77 Pero ¿adónde me lleva la pluma? ¿Por qué detenerme
a probar lo que es evidente? Si alguno no quiere que nos
llamemos esclavos de la Santísima Virgen, ¿qué más da?
¡Hacerte y llamarte esclavo de Jesucristo es hacerte y
proclamarte esclavo de la Santísima Virgen! Porque
Jesucristo es el fruto y gloria de María.
Todo esto se realiza de modo perfecto con la devoción de
que te voy a hablar.
58 “... Nosotros, los cristianos, más que ningún otro debemos entregarnos y consagrarnos como esclavos al Redentor, Señor nuestro” (Catecismo del Concilio
de Trento, I, c.3, n. 12.
59 Montfort quiere decir que nuestra dependencia de Dios y nuestra pertenencia a
Él son absolutas.
60 Ver VD 129.
61 “Los misterios de la gracia que Dios ha realizado en María no se miden según
las leyes ordinarias, sino según la omnipotencia divina” (PÍO XII).
62 VD 129.
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