4. LA ACCIÓN MATERNAL DE MARÍA FACILITA EL
ENCUENTRO PERSONAL CON CRISTO
83 Cuarta verdad. Es más perfecto, porque es más humilde,
no acercarnos a Dios por nosotros mismos, sino acudir a
un mediador. Estando tan corrompida nuestra naturaleza
-como acabo de demostrar-, si nos apoyamos en nuestros
propios esfuerzos, habilidad y preparación para llegar hasta
Dios y agradarle, ciertamente nuestras obras de justificación
quedarán manchadas o pesarán muy poco delante de Dios
para comprometerlo a unirse a nosotros y escucharnos.
Porque no sin razón nos ha dado Dios mediadores69 ante
sí mismo. Vio nuestra indignidad e incapacidad, se apiadó
de nosotros, y, para darnos acceso a sus misericordias, nos proveyó de poderosos mediadores ante su grandeza. Por
tanto, despreocuparte de tales mediadores y acercarte
directamente a la santidad divina sin recomendación alguna es faltar a la humildad y al respecto debido a un Dios
tan excelso y santo, es hacer menos caso de ese Rey de reyes
del que harías de un soberano o príncipe de la tierra, a quien
no te acercarías sin un amigo que hable por ti70 .
84 Jesucristo es nuestro abogado y mediador de redención
ante el Padre. Por Él debemos orar junto con la Iglesia
triunfante y militante. Por Él tenemos acceso ante la
Majestad divina, y sólo apoyados en Él y revestidos de sus
méritos debemos presentarnos ante el Padre, así como el
humilde Jacob compareció ante su padre Isaac, para recibir
la bendición, cubierto con pieles de cabrito.
85 Pero ¿no necesitamos, acaso, un mediador ante el
mismo Mediador? ¿Bastará nuestra pureza para unirnos a
Él directamente y por nosotros mismos? ¿No es Él, acaso,
Dios igual en todo a su Padre, y, por consiguiente, el Santo
de los santos, tan digno de respeto como su Padre? Si por
amor infinito se hizo nuestro fiador y mediador ante el
Padre para aplacarlo y pagarle nuestra deuda, ¿será esto
razón para que tengamos menos respeto para con su
majestad y santidad?
Digamos, pues, abiertamente, con San Bernardo, que
necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y que
la excelsa María es la más capaz de cumplir este oficio
caritativo. Por Ella vino Jesucristo a nosotros, y por Ella
debemos nosotros ir a Él.
Si tememos ir directamente a Jesucristo-Dios a causa de su
infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados,
imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de
María, nuestra Madre. Ella es tierna y bondadosa. En Ella no hay nada austero o repulsivo ni excesivamente sublime
o deslumbrante. Al verla, vemos nuestra propia naturaleza.
No es el sol, que con la viveza de sus rayos podría
deslumbrarnos a causa de nuestra debilidad. Es hermosa
y apacible como la luna (Cant 6,10), que recibe la luz del
sol para acomodarla a la debilidad de nuestra vista.
María es tan caritativa que no rechaza ninguno de los que
imploran su intercesión, por más pecador que sea, pues
-como dicen los santos- jamás se ha oído decir que alguien
haya acudido confiada y perseverantemente a Ella y haya
sido rechazado. Ella es tan poderosa que sus peticiones
jamás han sido desoídas. Bástale presentarse ante su Hijo
con alguna súplica para que Él la acepte y reciba y se deje
siempre vencer amorosamente por los pechos, las entrañas
y las súplicas de su Madre queridísima.
86 Esta es doctrina sacada de los escritos de San Bernardo
y San Buenaventura. Según ellos, para llegar a Dios tenemos
que subir tres escalones: el primero, más cercano y adaptado
a nuestras posibilidades, es María71 ; el segundo es Jesucristo
y el tercero es Dios Padre. Para llegar a Jesucristo hay que
ir a María, nuestra Mediadora de intercesión. Para llegar al
Padre hay que ir al Hijo, nuestro Mediador de redención72 .
Este es precisamente el orden que se observa en la forma
de devoción de la que hablaré más adelante.
69 “La única mediación del Redentor no excluye, sino que suscita en las creaturas
diversa cooperación participada de la única fuente” (LG 62).
70 Leer VD 83-86 a la luz de LG 60 y 62
71 María “ocupa en la santa Iglesia el lugar más alto después de Cristo y el más
cercano a nosotros” (LG 54; ver MC 28). María es de nuestra raza y de nuestra
historia; como madre a quien Cristo nos ha encomendado, busca que cada día
seamos más semejantes al Hermano mayor.
72 Según Ef 2,18, por Cristo llegamos hasta el Padre, en un mismo Espíritu; ahora
bien, María y el Espíritu luchan por la misma causa: Ella es la fidelísima cooperadora del Espíritu Santo (ver MC 25.27).
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