Cada año iniciamos el año litúrgico con el tiempo de Adviento, que nos prepara para el advenimiento de Cristo en la celebración de la Navidad. El Concilio Vaticano II dice que «la santa madre Iglesia considera que es un deber para ella celebrar la obra de salvación de su Esposo divino con un recuerdo sagrado, en días determinados a lo largo del año».
El Catecismo de la Iglesia católica destaca la centralidad del misterio de Cristo como realidad básica de toda celebración litúrgica. Esta centralidad de Cristo es vivida por la comunidad cristiana sobre todo el domingo, llamado con toda razón el día del Señor, y en la celebración de la eucaristía dominical. La fiesta del domingo es un punto irrenunciable para la Iglesia.
«La Iglesia –se afirma en el Catecismo–, siguiendo una tradición apostólica que tiene su origen en el mismo día de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días. El domingo es el día por excelencia de la celebración litúrgica, en el que los fieles se reúnen para que, escuchando la Palabra de Dios y participando en la eucaristía, recuerden la Pasión, la Resurrección y la Gloria del Señor Jesús, y de todo ello den gracias a Dios».
Conviene mucho recordar la importancia para los cristianos de la fiesta del domingo. Ante la crisis actual se habla de la necesidad de garantizar la competitividad y reactivar la productividad. Y una de las posibles medidas sugeridas consiste en reformar las disposiciones sobre el descanso dominical, ampliando las normas para trabajar, por ejemplo en el comercio. En este aspecto, hemos de advertir una vez más que se corre el peligro de erosionar todavía más la institución del domingo y que probablemente hay otras medidas más adecuadas para poder superar la crisis actual.
Es razonable que necesidades familiares o exigencias de utilidad pública –pensamos en los servicios públicos imprescindibles– puedan eximir legítimamente del reposo dominical. Pero han de ser casos excepcionales e, incluso en estos casos, es muy necesario que se garantice el derecho al descanso en otro día de la semana.
La incidencia negativa de la falta del reposo dominical, en especial sobre la familia, aconseja que se evite un proceso que comporte una total liberación de los horarios comerciales. La razón está en que el matrimonio y la familia son instituciones básicas para el bien de las personas y de la misma sociedad, y requieren que los esposos y los hijos puedan estar juntos. Por ello la Constitución española «asegura la protección social, económica y jurídica de la familia».
La familia necesita de determinadas condiciones para formarse y, sobre todo, para estabilizarse en términos positivos. Una de estas condiciones es el tiempo. Los miembros de la familia precisan del tiempo suficiente para convivir y crecer en el amor y la ayuda mutua. Nuestra sociedad conoce muy bien cuánta importancia tiene el tiempo –y en especial el que llamamos tiempo libre– para construir la relación interpersonal que da sentido a la familia.
Por estos motivos, es siempre bueno no olvidar el gran valor que el descanso dominical tiene para la institución familiar. Y conviene que los cristianos sean conscientes de esto y actúen en consecuencia, según las posibilidades de cada uno. Como también consta en el Catecismo de la Iglesia católica, «dentro del respeto a la libertad religiosa y al bien común, los cristianos tienen el deber de procurar que los domingos y fiestas de guardar de la Iglesia sean reconocidos como días de fiesta legales–.
Lluís Martínez Sistach
Director del Instituto deCiencias de la Vida de la Universidad Católica de Valencia
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