Le pido al Papa que deje la basílica de San Pedro, y todas las riquezas que contiene el Estado pontificio...(Jorge Costadoat,SJ).
“Ah, cuánto querría una Iglesia pobre y para los pobres”, ha dicho el Papa Francisco. Sus palabras nos estremecen.
Pero, ¿qué ha querido decir con ellas? Las personas entenderán cosas muy distintas. Conceptos de pobreza y de riqueza puede haber muchos.
Lo normal es que nadie quiera ser pobre. ¿A quién pudiera gustarle pertenecer a la “Iglesia de los pobres”? Sería raro. Sería extraño, a no ser que alguien haya descubierto la pobreza del reino de Dios y conozca en carne propia la maravilla de seguir a Jesús pobre. No sería extraño, en este caso, que uno quisiera echar a los ricos fuera de la Iglesia. Jesús sostenía que lo normal sería que los ricos se fueran al infierno y que solo Dios podría lo imposible: que algún rico se salve. Pero las palabras de Jesús, como todas sus metáforas, han sido un aguijón para provocar la conversión. No hemos de creer que Jesús quería realmente que los ricos se fueran al infierno. Quería que se convirtieran; que renunciaran a sus riquezas y las dieran a los pobres.
Hay muchas maneras de ser pobre y no es normal que alguien quiera ser un hambriento, un sediento, no tener con qué vestirse ni dónde dormir, vivir bajo rejas, ser víctima del alcohol, la droga, de una enfermedad maldita o de pelambres ajenos. ¡Quién querría! Solo puede quererlo alguien que acoge con gozo las palabras de Jesús; “bienaventurados ustedes los pobres porque de ustedes es el reino de Dios”. Nadie más.
¿Una Iglesia pobre y para los pobres? ¿Qué quiere el Papa? ¿Querrá lo que Jesús querría? Supongamos que sí. Recemos para que Jesús ilumine al Papa y le ayude a descubrir exactamente qué significa hoy, en este siglo XXI, en esta Iglesia en crisis, la bienaventuranza franciscana de Jesús.
Yo quisiera muchas cosas. Pero, si me dieran la oportunidad de pedir al Papa Francisco una sola, esta sería;que abandone la ciudad del Vaticano e instale la sede del obispo de Roma en alguna de las parroquias de la periferia de esta misma ciudad. Pudiera ser la parroquia de Prima Porta. Son barrios de clase media emergente, antes familias obreras y de gran esfuerzo. Los conozco bien.
Le pido al Papa que deje la basílica de San Pedro, y todas las riquezas que contiene el Estado pontificio. Me escandalizó cuando adolescente y me escandaliza ahora que soy adulto. Como sacerdote no lo puedo entender, pero el resto del Pueblo de Dios, en su gran mayoría, tampoco lo entiende. ¡Qué tiene que ver esta fastuosidad con Jesús de Nazaret! La Iglesia rica es sacramento que reproduce simbólicamente un cristianismo para los ricos. El oro sacro canoniza el oro profano.
La inmensa mayoría del Pueblo de Dios que hoy reboza de esperanza con un Papa que se llama Francisco y da señales de humildad; que quiere que la Iglesia efectivamente sea la Iglesia de los pobres, vería en el abandono de la ciudad del Vaticano un símbolo de un cristianismo auténtico. Los cristianos, por muchas razones, son pobres. La inmensa mayoría son pobres.
Todos, por alguna razón, son pobres. Las edificaciones vaticanas les son chocantes, a no ser cuando se dejan embrujar por la magia de la riqueza, del poder, en una palabra, del ídolo, el falso dios que promete salvación pero no a través de la cruz.
Se nos dirá, ¿y qué hacemos con los museos, las bibliotecas, las joyas y, sobre todo, con los restos de Pedro y de los demás santos y papas?
No sé. Pero el Evangelio es lo primero. Todo lo demás se arregla.
Jorge Costadoat, SJ
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