CAPÍTULO VI
La examinación que se debe
hacer antes de la comunión
Señor, cuando yo
pienso tu dignidad y mi vileza, tengo gran temblor y hállome confuso; porque si
no me llego, huya la vida; y si indignamente me atrevo, caigo en ofensa. Pues
¿qué haré, Dios mío, ayudador mío, consejero mío en las necesidades?
Guíame tú por
carrera derecha y enséñame algún ejercicio convenible a la sagrada comunión.
Por cierto,
utilísimo es saber de qué manera deba yo aparejar mi corazón con reverencia y devoción
a ti, Señor, para recibir saludablemente tu sacramento, o para celebrar tan
grande y divino sacrificio.
CAPÍTULO VII
De la examinación de la
conciencia y del propósito de la enmienda
Sobre todas las
cosas es necesario que el sacerdote de Dios llegue a celebrar, y tratar, y
recibir este sacramento con grande humildad de corazón y con devota reverencia,
con entera fe y con piadosa intención de la honra de Dios.
Examina tu
conciencia con diligencia y, según tu poder, descúbrela y aclárala con verdadera
contrición y humilde confesión de tus pecados, de manera que no te quede cosa
grave, o te remuerda e impida de llegar libremente al sacramento. Ten
aborrecimiento de todos tus pecados en general, y por los delitos que cada día
cometes, duélete y gime más particularmente. Y si hay disposición, confiesa a
Dios todas tus miserias en lo secreto de tu corazón.
Gime y duélete
que aún eres tan carnal y mundano, tan vivo en las pasiones, tan lleno de
movimientos de concupiscencias, tan mal guardado en los sentidos exteriores,
tan revuelto en vanas fantasías, tan inclinado a las cosas exteriores y
negligente a las interiores, tan ligero a la risa y al desorden, tan duro para
llorar y arrepentirte, tan aparejado a flojedades y regalos de la carne, tan
perezoso al rigor y al fervor, tan curioso a oír nuevas y a ver cosas hermosas,
tan remiso en abrazar las cosas bajas y despreciadas, tan codicioso en tener
muchas cosas, tan encogido en dar y avariento en retener, indiscreto en hablar,
mal sufrido en callar, descompuesto en las costumbres, importuno en las obras,
tan desordenado en el comer, tan sordo a la palabra de Dios, presto para
holgar, tardío para trabajar, despierto para consejuelas, tan dormilón para las
sagradas vigilias, muy apresurado para acabarlas, muy derramado, sin atención y
negligente en decir las horas, muy tibio en celebrar, seco y sin lágrimas en
comulgar, muy presto distraído, muy tarde o nunca bien recogido, muy de presto
conmovido a ira, aparejado para dar enojos, muy presto para juzgar, riguroso a
reprender, muy alegre en lo próspero y muy caído en lo adverso, proponiendo de
continuo grandes cosas y nunca poniéndolas en efecto.
Confesados y
llorados estos y otros defectos tuyos con dolor y descontento de tu propia
flaqueza, propón firmísimamente de enmendar tu vida y mejorarla de continuo. Y
después, con total renunciación y entera voluntad, ofrecerte a ti mismo en
honra de mi nombre en el altar de tu corazón como sacrificio perpetuo, que es
encomendándome a mí tu cuerpo y tu ánima fielmente, porque merezcas dignamente
llegar a ofrecer el sacrificio y recibir saludablemente el sacramento de mi
cuerpo: que no hay ofrenda más digna ni mayor sacrificio para quitar los
pecados que en la misa y en la comunión ofrecerse a sí mismo pura y enteramente
en el sacrificio del cuerpo de Cristo.
Si el hombre
hiciere lo que es en su mano, y se arrepintiere verdaderamente, cuantas veces
viniere a mí por perdón y gracia, dice el Señor, vivo yo, que no quiero la muerte del pecador, mas que se convierta y
viva, porque no me acordaré más de sus pecados, mas todos le serán
perdonados.
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