CAPÍTULO VIII
Del ofrecimiento de Cristo
en la cruz, y de la propia renunciación
Así como yo me
ofrecía mí mismo por tus pecados a Dios
Padre, de mi voluntad, extendidas las manos en la cruz, desnudo el cuerpo, en
tanto que no me quedaba cosa que todo no pasase en sacrificio para aplacar al
Padre, así debes tú, cuanto más entrañablemente puedas ofrecerte a ti mismo de
toda voluntad a mí en sacrificio puro y santo cada día en la misa con todas tus
fuerzas y deseos.
¿Qué otra cosa
quiero de ti, sino que estudies de renunciarte del todo en mí? Cualquiera cosa
que me das sin ti, no me curo de ello, porque no quiero tu don, sino a ti.
Así como no te
bastarían a ti todas las cosas sin mí, así no me puede agradar a mí cuanto me
ofreces sin ti. Ofrécete a mí y date todo por mí y será muy acepto tu
sacrificio. Ya ves cómo yo me ofrecí todo al Padre por ti, y también di todo mi
cuerpo y sangre en manjar por ser todo tuyo y que tú quedases todo mío; mas si
te estás en ti mismo y no te ofreces muy de gana a mi voluntad, no es cumplida
ofrenda, ni será entre nosotros entera unión.
Por eso, ante
todas tus obras, haz ofrecimiento voluntario de ti mismo en mis manos si
quieres alcanzar libertad y gracia. Por eso hay tan pocos alumbrados y libres
de dentro, porque no saben negarse del todo a sí mismos.
Ésta es mi firme
sentencia, que no puede ser mi discípulo
el que no renunciare todas las cosas. Por eso, si tú deseas ser mi
discípulo, ofrécete a ti mismo con todos tus deseos.
CAPÍTULO IX
Que debemos ofrecernos a
Dios con todas nuestras cosas y rogarle por todos
Señor, tuyo es
todo lo que está en el cielo y en la tierra, y yo deseo ofrecerme a ti de mi
voluntad y quedar tuyo para siempre. Señor, con sencillo corazón me ofrezco hoy
a ti por siervo perpetuo en servicio y sacrificio de perpetuo loor. Recíbeme
con este santo sacrificio de tu preciosísimo cuerpo que te ofrezco hoy en
presencia de los ángeles que están presentes invisiblemente. Y ruégote, Señor,
que sea para salud mía y de todo el pueblo.
Señor, ofrézcote
todos mis pecados y delitos, cuantos yo cometí delante de ti y de tus ángeles
desde el día que comencé a pecar hasta hoy; todos los pongo sobre tu altar, que
amansa tu ira, para que tú, Señor, los enciendas todos juntamente, y los quemes
con el fuego de tu caridad, y quites todas las mancillas de mis pecados, y
alimpies mi conciencia de todo pecado, y me restituyas la gracia que yo perdí
pecando, perdonándome plenariamente y levantándome por tu bondad al beso santo
de la paz.
¿Qué puedo hacer
por mis pecados, sino confesarlos humildemente, llorando y rogando a tu
misericordia sin cesar? Ruégote que me oigas con misericordia aquí donde estoy
delante de ti. Todos mis pecados me descontentan muy mucho, y no quiero más
cometerlos; pésame de ellos, y cuanto yo viviere me pesará, aparejado a hacer
penitencia y satisfacción con todo mi poder. ¡Oh Dios!, perdona, perdona mis
pecados por tu santo nombre, salva mi ánima que redimiste por tu sangre preciosa.
Vesme aquí, Señor, yo me pongo en tu misericordia, yo me renuncio en tus manos:
haz conmigo según tu bondad y no según mi malicia.
También te
ofrezco, Señor, todos mis bienes, aunque son muy pocos e imperfectos, para que
tú los enmiendes y santifiques, y los hagas agradables a ti y aceptes, y
traigas siempre a perfección, y a mí, hombrecillo inútil y perezoso, lleves a
bienaventurado y loable fin.
Y también te
ofrezco todos los santos deseos de los devotos y todas las necesidades de mis
padres y hermanos, amigos y parientes, y de todos mis conocidos, y de todos
cuantos han hecho bien a mí y a otros por tu amor, y de todos los que desearon
y pidieron que yo orase, o dijese misa por ellos y por todos los suyos, vivos o
difuntos, porque todos sientan el favor de tu gracia y de tu consolación y
defensión; y, librados de todo mal, sean muy alegres y te den por todo
altísimas gracias.
También te
ofrezco estas oraciones y sacrificios agradables, especialmente por los que en
algo me han dañado, enojado, o vituperado, y por todos los que yo alguna vez
enojé, turbé, agravié y escandalicé por obra, o de palabra, por ignorancia, o a
sabiendas.
Porque tú, Señor,
nos perdones a todos juntamente nuestros pecados y las ofensas que hacemos unos
a otros. Aparta, Señor, de nuestros corazones toda sospecha, todo deseo de
venganza, ira y contienda, y toda cosa que pueda estorbar la caridad y
disminuir el amor del prójimo.
Señor, ten
misericordia y piedad de los que te la demandan. Da tu gracia a los
necesitados, y haz que seamos tales que seamos dignos de gozar de tu gracia y
que aprovechemos para la vida eterna.
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