CAPÍTULO XVI
Que debemos manifestar a
Cristo nuestras necesidades y pedirle su gracia
¡Oh dulcísimo y
muy amado Señor, a quien yo deseo ahora recibir devotamente, tú sabes mi
enfermedad, y la necesidad que padezco, y en cuántos males y vicios estoy
caído, cuántas veces soy agraviado, tentado, turbado, y ensuciado! A ti vengo
por remedio, a ti demando consolación y alivio. A ti, Señor, que sabes todas
las cosas, hablo, a quien son manifiestos todos los secretos de mi corazón, y
que solo me puedes consolar y perfectamente ayudar. Tú sabes mejor que ninguno
lo que me falta, cuán pobre soy en virtudes; vesme aquí delante de ti, pobre y
desnudo, demandando gracia y pidiendo misericordia.
Harta, Señor, a
este tu hambriento mendigo, enciende mi frialdad con el fuego de tu amor,
alumbra mi ceguedad con la claridad de tu presencia, vuélveme todo lo terreno
en amargura, todo lo contrario y pesado en paciencia, todo lo criado en
menosprecio y olvido. Levanta, Señor, mi corazón a ti en el cielo, y no me
dejes vaguear por la tierra. Tú solo, Señor, desde ahora me seas dulce para
siempre, que tú solo eres mi manjar, mi amor, mi gozo, mi dulzura y todo mi
bien.
¡Oh si me
encendieses del todo en tu presencia y me abrasases y trasmudases en ti, para
que sea hecho un espíritu contigo por la gracia de la unión interior y por
derretimiento de tu abrasado amor! No me consientas, Señor, partirme de ti
ayuno y seco, mas obra conmigo piadosamente, como muchas veces lo has hecho
maravillosamente con tus santos. ¡Qué maravilla si todo yo estuviese hecho
fuego por ti y desfalleciese en mí, pues tú eres fuego que siempre arde y nunca
cesa, amor que alimpia los corazones y alumbra los entendimientos!
CAPÍTULO XVII
Del abrasado amor y de la
grande afección de recibir a Cristo
¡Oh Señor, con
suma devoción, con abrasado amor, con todo mi afecto te deseo yo recibir; como
muchos santos y devotas personas te desearon en la comunión, que te agradaron
muy mucho en la santidad de su vida y tuvieron devoción ardentísima! ¡Oh Dios
mío, amor eterno, todo mi bien, bienaventuranza que no se acaba!
Yo te deseo
recibir con muy mayor deseo y muy más digna reverencia que ninguno de los
santos jamás tuvo ni pudo sentir.
Y aunque yo sea
indigno de tener todos aquellos sentimientos devotos, mas ofrézcote yo todo el
amor de mi corazón muy graciosamente, como si todos aquellos inflamados deseos
yo solo tuviese; y aun cuando puede el ánima piadosa concebir y desear, todo te
lo doy y ofrezco con humildísima reverencia y con entrañable fervor.
No deseo guardar
cosa para mí, sino sacrificarme a mí y a todas mis cosas a ti de muy buen
corazón y voluntad. Señor Dios mío, Criador mío, Redentor mío, con tal afecto,
reverencia, y loor y honor, con tal agradecimiento, dignidad y amor, con tal
fe, esperanza y puridad te deseo recibir hoy, como te recibió y deseó tu
santísima Madre la gloriosa Virgen María, cuando el ángel que le dijo el
misterio de la Encarnación, con humilde devoción respondió: He aquí la sierva del Señor, hágase en mí
según tu palabra. Y como el bendito mensajero tuyo, excelentísimo entre
todos los santos, Juan Bautista en tu presencia lleno de alegría se gozó con
gozo de Espíritu Santo, estando aun en las entrañas de su madre. Y después,
mirándote cuando andabas entre los hombres, con mucha humildad y devoción
decía: El amigo del esposo que está con
él y lo oye, alégrase con gozo por la voz del esposo.
Pues así, Señor,
yo deseo ser inflamado de grandes y sacros deseos, y presentarme a ti de todo
corazón.
Por eso, Señor,
yo te doy y ofrezco a ti los excesivos gozos de todos los devotos corazones,
las vivísimas afecciones, los excesos mentales, las soberanas iluminaciones,
las celestiales visiones, con todas las virtudes y loores celebradas y que se
pueden celebrar por toda criatura en el cielo y en la tierra, por mí y por
todos mis encomendados, para que seas por todos dignamente loado y para siempre
glorificado. Señor Dios mío, recibe mis votos y deseos de darte infinito loor y
cumplida bendición, los cuales justísimamente te son debidos según la multitud
de tu inefable grandeza.
Esto te ofrezco
hoy y te deseo ofrecer cada día y cada momento, y convido y ruego con todo mi
afecto a todos los espíritus celestiales y a todos tus fieles que te alaben y
te den gracias juntamente conmigo.
Alábente, Señor,
todos los pueblos, y las generaciones, y lenguas, magnifiquen tu dulcísimo y
santo nombre con grande alegría e inflamada devoción. Merezcan, Señor, hallar
gracia y misericordia cerca de ti todos los que devotamente celebran tu
santísimo sacramento y con entera fe lo reciben; y cuando hubieren gozado de la
devoción y unión deseada, y fueren maravillosamente consolados y recreados, y
se partieren de la mesa celestial, yo les ruego que se acuerden de mí, pobre
pecador.
CAPÍTULO XVIII
Que no sea el hombre
curioso escudriñador del sacramento, sino humilde imitador de Cristo,
humillando su sentido a la sagrada fe
Mira que te
guardes mucho del escudriñar inútil y curiosamente este profundísimo
sacramento, si no quieres ser sumido en el abismo de las dudas.
El que es escudriñador de la Majestad, será ofuscado y
confundido de la gloria. Más puede obrar Dios que
el hombre entender; pero permitida es la piadosa y humilde pesquisa de la
verdad, que está siempre aparejada a ser enseñada y estudia de andar pos las
sanas sentencias de los Padres.
Bienaventurada la
simpleza que deja las cuestiones dificultosas y va por el camino llano y firme
de los mandamientos de Dios. Muchos perdieron la devoción queriendo escudriñar
cosas altas.
Fe te demandan y
buena vida, no alteza de entendimiento ni profundidad de los misterios de Dios.
Si no entiendes ni alcanzas las cosas que están debajo de ti, ¿cómo entenderás
lo que está sobre ti? Sujétate a Dios y humilla tu seso a la fe, y darte han
lumbre de ciencia, según te fuere útil y necesario.
Algunos son
gravemente tentados de la fe en el sacramento, y esto no se ha de imputar a
ellos, sino al enemigo. No te cures ni disputes con tus pensamientos, ni
respondas a las dudas que el diablo te pone. Cree a la palabra de Dios, cree a
sus santos profetas, y huirá de ti el enemigo.
Muchas veces
aprovecha al siervo de Dios que sufra estas cosas; porque el demonio no tienta
a los infieles y pecadores, porque ya los posee seguramente, mas tienta y
atormenta en diversas maneras a los fieles y devotos.
Pues anda con
sencilla y cierta fe, y llega al sacramento con humilde reverencia, y lo que no
puedes entender, encomiéndalo seguramente a Dios todopoderoso.
Dios no te
engaña. El que se cree a sí mismo demasiadamente, es engañado. Dios con los
sencillos anda, y se descubre a los humildes, y da entendimiento a los
pequeños; abre el sentido a los puros pensamientos y esconde la gracia a los
curiosos y soberbios.
La razón humana
flaca es, y engañarse puede; mas la fe verdadera no puede ser engañada.
Toda razón
natural debe seguir a la fe, y no ir delante de ella ni quebrarla. Porque la fe
y el amor aquí muestran mucho su excelencia, y obran secretamente en este
santísimo y excelentísimo sacramento.
Dios eterno e
inmenso y de potencia infinita hace grandes cosas que no se pueden escudriñar
en el cielo y en la tierra, y no hay que pesquisar de sus maravillosas obras.
Si tales fuesen las obras de Dios que fácilmente por humana razón se pudiesen
entender, no se dirían maravillosas ni inefables.
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