CAPÍTULO XII
Que se debe aparejar con
grandísima diligencia el que ha de recibir a Jesucristo
Yo soy amador de
pureza y dador de toda santidad; yo busco el corazón puro, y allí es el lugar
de mi descanso. Aparéjame un palacio grande, bien aderezado, y haré contigo la
pascua con mis discípulos. Si quieres que venga a ti y me quede contigo,
alimpia de ti la vieja levadura y limpia la morada de tu corazón. Alanza de ti
todo el mundo y todo el ruido de los vicios. Asiéntate como pájaro solitario en
el tejado, y piensa tus pecados en amargura de tu ánima. Cualquier persona que
ama a otra, apareja buen lugar y muy aderezado para recibirla. Porque en esto
se conoce el amor del que hospeda al amado.
Mas sábete que no
puedes cumplir este aparejo con el mérito de tus obras, aunque un año entero te
aparejases y no tratases otra cosa en tu ánima; mas por sola mi piedad y gracia
se te permite llegar a mi mesa, como si un pobre fuese llamado a la mesa de un
rico, y no tuviese otra cosa para pagar el beneficio sino, humillándose,
agradecerlo.
Haz lo que es en
ti y con mucha diligencia, no por manera de costumbre ni por necesidad; mas con
temor, y reverencia y amor recibe el cuerpo del Señor Dios tuyo, que tienes por
bien venir a ti. Yo soy el que te llamé, yo el que mandé que se hiciese así; yo
supliré lo que te falta, ven y recíbeme. Cuando yo te doy gracia de devoción,
da gracias a Dios, no porque eres digno, mas porque tuve misericordia de ti.
Y si no tienes
devoción, y te sientes muy seco, continúa la oración, da gemidos, llama y no
ceses hasta que merezcas recibir una migaja o una gota de saludable gracia. Tú
me has menester a mí, que no yo a ti. Ni vienes tú a santificarme a mí, mas yo
a santificarte y mejorarte. Tú vienes para que seas por mí santificado y unido
conmigo, para que recibas nueva gracia y de nuevo te enciendas para mayor
perfección. No desprecies esta gracia, apareja de continuo con toda diligencia
tu corazón, y recibe dentro de ti a tu amado.
Y también
conviene que te aparejes a la devoción y sosiego no sólo antes de la comunión,
mas que te conserves y guardes en ella después de recibido el santísimo
sacramento. Ni se debe tener menos guarda después que el devoto aparejo
primero. Porque la buena guarda de después es muy mejor aparejo para alcanzar
otra vez mayor gracia. Que de aquí viene a hacerse el hombre muy indispuesto,
por desordenarse y derramarse luego en los placeres exteriores.
Guárdate de
hablar mucho, y recógete a algún lugar secreto, y goza de tu Dios, pues tienes
al que todo el mundo no te puede quitar. Yo soy a quien del todo te debes dar,
de manera que ya no vivas más en ti, sino en mí sin ningún cuidado.
CAPÍTULO XIII
Que el ánima devota con
todo su corazón debe desear la unión de Cristo en el sacramento
Señor, ¿quién me
dará que te halle dolo, y te abra todo mi corazón, y te goce como mi ánima
desea, y que ya ninguno me desprecie, ni criatura alguna me mueva, mas tú solo
me hables, y yo a ti, como suele hablar el amado a su amado y conversar un
amigo con otro? Esto ruego y esto deseo, que sea unido todo a ti, y aparte ya
mi corazón de todo lo criado, y por la sagrada comunión y por la frecuencia del
celebrar aprenda a gustar cosas eternas. ¡Oh Señor, Dios mío!, ¿cuándo estaré
todo unido contigo, y absorto en ti, y del todo olvidado de mí, y que tú seas
en mí, y yo, Señor, en ti, y que así estemos juntos en uno?
Verdaderamente tú
eres mi amado, escogido en muchos millares, con el cual desea morar mi ánima
todos los días de su vida. Verdaderamente tú eres mi pacífico, en ti está la
suma paz y la verdadera holganza; fuera de ti todo es trabajo, y dolor, y
miseria infinita. Verdaderamente tú eres Dios escondido, y tu consejo no es con
los malos, mas con los humildes y sencillos es tu habla.
¡Oh Señor, cuán
suave es tu espíritu, que tienes por bien para mostrar tu dulzura de mantener
tus hijos del pan suavísimo que desciende del cielo! Verdaderamente no hay otra
nación tan grande que tenga sus dioses tan cerca de sí como tú, Dios nuestro,
estás cerca de todos sus fieles, a los que te das para que te coman, y gocen
con gozo continuo, y para que levanten su corazón al cielo.
¿Qué gente hay
alguna tan nobilísima como el pueblo cristiano, o qué criatura hay debajo del
cielo tan amada como el ánima devota, a la cual entra Dios a apacentar de su
gloriosa carne? ¡Oh inexplicable gracia, oh maravillosa bondad, oh amor sin
medida, dado singularmente al hombre!
¿Qué daré yo al
Señor por esta gracia y caridad tan grande? No hay cosa que más agradable le pueda
yo dar que es mi corazón todo entero, para que sea a él ayuntado
entrañablemente. Entonces alegrarán todas mis entrañas, cuando mi ánima fuere
unida perfectamente a Dios. Entonces me dirá Él: Si tú quieres estar conmigo,
yo quiero estar contigo. Y yo le responderé: Señor, ten por bien de quedarte
conmigo, que yo de buena voluntad quiero estar contigo. Éste es todo mi deseo,
que mi corazón esté unido contigo.
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