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¿No sabéis que los que desempeñan funciones sagradas viven del Templo y los que sirven al altar del altar participan? Del mismo modo, también el Señor ha ordenado, que los que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio" (1 Cor. 9, 13-14)
Además de los diez mandamientos de la ley de Dios, también existen los cinco preceptos de la Iglesia; el quinto de estos es: ayudar a la Iglesia en sus necesidades.
La Iglesia es de este mundo y tiene necesidades materiales que deben ser cubiertas por sus fieles. Por esto la Iglesia quiere que sus fieles sean conscientes del precepto de sostener el culto, su misión y a todos los que de manera directa, exclusiva y por vocación trabajan en ella.
La Iglesia agradece siempre a sus fieles el aporte de talento, tiempo y dinero para que ella pueda desarrollarse y crecer. Y
cualquier ayuda debe brotar de un corazón generoso y lleno de fe que quiere o desea contribuir con sus medios en una empresa de especial interés humano y sobrenatural o, a través de ella, llevar un poco de consuelo al que está pasando una necesidad.
El canon 222 enuncia todo el arco de necesidades de la Iglesia en cuya solución deben ayudar los fieles: "
Los fieles tienen el deber de ayudar a la Iglesia en sus necesidades, de modo que disponga de lo necesario para el culto divino, las obras apostólicas de caridad y el conveniente sustento de los ministros. Tienen también el deber de promover la justicia social, así como, recordando el precepto del Señor, ayudar a los pobres con sus propios bienes”.
¿De qué manera los fieles ayudan a la Iglesia? Mediante el
diezmo(que casi nadie lo tiene en cuenta), los
estipendios de la misa, las
limosnas que se recogen en la misa,
donaciones y la
ofrenda en el momento de solicitar un sacramento o un sacramental.Pero, ¡ojo!
Los Sacramentos de la Iglesia no se venden ni se compran. No tienen precio ni valor económico.
Querer comprar o vender, por ejemplo, el perdón, la condición de hijos de Dios, el Cuerpo de Cristo, etc., es absurdo.
La Gracia Divina es invaluable pues consiste en la participación de la misma Vida Divina.
Pero la gestión y la administración de los sacramentos sí implican una compensación, una ofrenda que evidentemente SE PROPONE a los que los solicitan.
Pero
no es absolutamente obligatorio; si alguien o alguna familia no pueden dar su ofrenda, no se le niega el sacramento ni la acción de la Iglesia a su favor.
Jesucristo frecuentaba la sinagoga y, cuando estaba en Jerusalén, asistía al templo y en él enseñaba. Allí una vez
Jesús observa a la gente que daba su ofrenda al templo y pone como ejemplo a una viuda que ofrece al templo lo que necesita para comer (Cf. Mc 12,44). Jesús por tanto no se opone a que la gente colabore económicamente en lo relacionado con la Iglesia.
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Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría” (2 Cor 9, 7). Y tanto fue el celo del Señor por el Templo que en una ocasión echó fuera los que no lo respetaban como Casa de Oración (Mt 21,12-13).
Lo que se pide al fiel es algo irrisorio, pues ¿cuánto gana un médico en una hora? ¿Cuánto vale una hora de trabajo de un arquitecto o de un sicólogo? ¿Un obispo, un sacerdote o un religioso no están a la misma altura de cualquier otro profesional? Claro, pero ellos no están en función del dinero sino en función del reino de Dios.
Lastimosamente
algunos fieles critican como injusto y oneroso lo poco que se le pide, por ejemplo en el caso de los matrimonios para el pago de trámites, empleados, luz, limpieza, etc., pero no tienen ningún inconveniente en tirar la casa por la ventana para pagar serenatas, flores, cantores, fotógrafos, alfombras, vestidos, asesorías, salones de belleza, grandes banquetes, viaje de bodas, etcétera.
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