¡Estimados Hermanos y Hermanas en Cristo! ¡Paz y Bien!
El ciego que se entera de la presencia de Jesús al salir de Jericó era un mendigo, pero Marcos nos revela su nombre Bartimeo, hijo de Timeo. El hecho de llamarlo por su nombre le da identidad, un rostro. Decir el nombre de alguien es un signo de dignidad, es valorar su existencia. Él vivía en Jericó, ciudad de contrastes, como las nuestras. Al oír que Jesús pasaba a su lado intuye que es la oportunidad de su vida. Insistentemente grita, único recurso a su disposición y no se intimida con la muchedumbre que lo reprende. Su grito es de quien necesita, pero también de denuncia a la situación en que vive. No era su deficiencia apenas que gritaba por auxilio, era su propia condición humana (la enfermedad era vista como situación de pecado y con esto estaba excluido de la vida social y religiosa; vivía en la salida de la ciudad). Cargaba consigo un destino cruel: Dios le había abandonado. Jesús expresaría con su grito en la cruz esa angustia de muchas personas, el grito de todos los excluidos que experimentan dolor físico y/o la soledad: “¡Dios mío, Dios mío! ¿por qué me has abandonado?” (Mc 15,34).
El grito de Bartimeo no pasa inadvertido por Jesús, que se detiene, quiere escucharle y ayudarle. Bartimeo arroja su manto, su única protección para buscar refugio en aquel que ahora era su única esperanza. Distinto de los que arrojaban monedas sobre su capa, Jesús no quiere perpetuar su sufrimiento, desea restaurar su existencia. Ante la pregunta: “¿Qué quieres que te haga?”, Jesús daba al ciego la posibilidad de elegir aún sabiendo lo que necesitaba. Le concede la libertad de decir lo que realmente necesitaba, lo que quería, reconociendo así su dignidad.
Toda la vida de Bartimeo había sido una noche oscura, había esperado esa oportunidad por mucho tiempo y en la oscuridad de su sufrimiento no tenía dudas: “Maestro, ¡que pueda ver!” (hace unos días he visto un video de una niña brasileña de dos años que pudo ver por primera vez después de una cirugía y la reacción al ver el mundo a su alrededor es emocionante). El hecho de que Bartimeo pueda ver otra vez le da otro sentido a su existencia. Pero su ver va más allá del sentido físico, sabía que la verdadera luz que ilumina todo ser humano es Jesús y por eso le sigue; “fue llamado de las tinieblas a su luz maravillosa” (1Pe 2,9).
En nuestra sociedad muchos no desean “ver” sino ser vistos, en lo que algunos llaman “generación selfie”. El deseo enfermizo de exhibir nuestra vida puede imposibilitarnos de ver el rostro del otro, especialmente de aquellos que no cuentan en la sociedad. Y, a la vez, puede ser un grito de socorro que intenta hacerse visible, especialmente en las redes sociales. Bartimeo fue capaz de descubrir que en su oscura y marginada existencia Jesús pasaba por su camino. Pidamos al Señor otros ojos para que no seamos indiferentes a la situación de los que padecen al margen del camino y que nos ayude a ver los “invisibles” de la sociedad y seamos promotores de su dignidad.
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