Queridos hermanos:
La Iglesia primitiva se encontró de sopetón con la ardua tarea de administrar la herencia doctrinal y vivencial de Jesús en un contexto nuevo, diferente al del Maestro. Quiso conservar el mayor número posible de recuerdos, y no mantenerlos como piezas de museo, sino haciéndolos vida propia. Y, en este punto, una dificultad muy especial debió de surgirle al intentar aplicarse a sí misma –el grupo de amigos de Jesús– cosas que él había dicho a los adversarios. Es el caso de la parábola que acabamos de oír, y que en ese sentido también implica dificultad para nosotros, el nuevo grupo de adeptos a Jesús.
Al narrar esta parábola demuestra Jesús su excelente dotación pedagógica. La situación que describe era exactamente la de su tiempo y espacio, bien inteligible a sus oyentes: gran parte del terreno de Palestina está en propiedad de romanos; los judíos son arrendatarios, siempre propensos a la rebelión, muy seguros de que el dueño –que vive muy lejos– no se molestará en ir en persona a cobrar los frutos del arriendo. Es el trasfondo sociológico.
Pero Israel contaba además con un buen trasfondo religioso-moral. Por medio de Isaías, Yahvé se había presentado como el dueño de una viña ingrata y estéril; la había cultivado con primor, pero ella, en vez de uvas, sólo había producido agrazones. Y Él se lamentaba: “¿qué más se puede hacer por mi viña que yo no haya hecho?” (Is 5,4). Y todavía especifica: esa viña es “la casa de Israel”, y, vista su ingratitud, la va a convertir en un erial.
Al igual que el profeta Isaías, Jesús amenazó a Israel con un rechazo definitivo por su infidelidad e “improductividad religiosa”. Y el evangelista intenta despertar a su Iglesia de sus posibles letargos. ¿Qué uso hace de los dones recibidos? ¿Cuál es su producto? Debe tener en cuenta que el que se presenta ahora a percibir los frutos no es un criado (un profeta del AT…), sino que es Jesús mismo, el “Hijo querido”, que vive en medio de ella.
Don y respuesta. Es el binomio que recorre todas las páginas de la Escritura; es el resumen de la vida cristiana. La segunda carta de Pedro, probablemente composición pseudónima y la más tardía de todo el Nuevo Testamento, recoge en otros términos el mismo mensaje: tenemos “gracia y paz por el conocimiento de Dios y de Jesús”; el poder de Dios nos ha concedido “todo lo que conduce a la vida y a la piedad”, “inapreciables y extraordinarios bienes”. En consecuencia, de nosotros se espera mucho: honradez, autodominio, constancia, amor fraterno… Dios mismo nos ha capacitado para ello.
No seamos la viña ingrata que sólo produce agrazones, ni los arrendatarios que se niegan a entregar el fruto. No ignoremos la presencia permanente (no mera visita) del “Hijo querido” que vive entre nosotros y que nos impulsa a trabajar cada día por un mundo mejor, por una viña más bella y frondosa.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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