Queridos hermanos:
Hoy existe mucha “religión a la carta”; y, dentro de tan surtida oferta, a veces nos encontramos con personas que se dicen cristianas pero que, con gran “libertad de espíritu”, añaden sus codas: “creo en Jesús pero no en el más allá”, “lo de la resurrección es un mito”, “yo me inclino todo lo más por la reencarnación…”. Nada nuevo; los saduceos del tiempo de Jesús no contaban con ningún tipo de mundo futuro; preferían optar por el “fracaso del Dios creador”, a quien la muerte arrebataría irremisiblemente la más noble de sus criaturas; y combatían la esperanza de Jesús con la conocida “trampa saducea”.
La situación actual tiene mucho en común con aquella. En un mundo secularizado y materialista, la idea de supervivencia es para algunos objeto de burla. Ya los filósofos de la Atenas decadente miraron con menosprecio a San Pablo cuando les habló de la resurrección (Hechos 17,32). Pero lo curioso de nuestro tiempo es el resurgir de lo pseudo-religioso. Es evidente que la capacidad de secularidad tiene sus límites, debido, en definitiva, a que la referencia a lo transcendente está inscrita en lo más profundo del ser humano; y, cuando se lo orilla, vienen sus pobres sucedáneos. Basta hacer un poco de zapping en la televisión y percibir la oferta de adivinación a través de las cartas; o fijarnos en afiches de muros o de postes de farolas en los que un “vidente” nos ofrece su número de móvil y sus servicios. Lo creíamos propio de la época precrítica; pero no. Los “postcristianos” han tenido que buscar sustitución de lo abandonado, y han caído en lo ridículo; Chesterton lo dijo con su conocido gracejo: “cuando se deja de creer en Dios, se cree en cualquier cosa”.
Nuestra fe es en el Dios de la vida, el que nos creó para que disfrutemos eternamente de su compañía participando de su gloria. Jesús manifiesta que el Padre no reduce su amor a recordar a muertos, que aquellos que nosotros contemplamos en un lejano pasado son los suyos, viven con él. El mismo Jesús, con sus curaciones, fue orillando el poder de la muerte, mientras anunciaba que había venido para que tengamos vida, y en abundancia.
Jesús fue un biófilo, y quiere que los suyos lo seamos igualmente. Nos invita a luchar contra todo asomo de muerte, contra el dolor y cuanto hace que la existencia humana sea “existencia disminuida”. Para lanzarnos con entusiasmo a esta lucha, necesitamos una sensibilidad como la de Jesús, un corazón de carne, que se compadece.
Y una forma de existencia disminuida es la vida sin esperanza, como la de los saduceos que ponen trampas a Jesús. Frente a tal carencia, nosotros estamos llamados, como San Pablo, “a anunciar la promesa de vida que hay en Cristo Jesús”, según acabamos de leer en la carta a Timoteo. En medio de una humanidad frecuentemente aburrida, a veces nihilista, cada creyente debe aplicarse la llamada que se hace al discípulo del apóstol: “Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio. No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”.
Vuestro hermano
Severiano Blanco cmf
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