Tengo la sensación de que me repito en estos comentarios. Pero es que el Evangelio está ahí y no es posible hablar de otra cosa sino de lo que hace y dice Jesús. En el texto de este día aparece esta frase que nos dice muchísimo de quién era Jesús y de cómo sentía y actuaba: “vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.”
Es así de sencillo. A Jesús no le van las disquisiciones doctrinales. O le van muy poco. O no le van nada. A Jesús lo que le importa es la gente. Son las personas. No pone condiciones. No pide certificados. No les hace pasar por un proceso de catequesis. No les exige un determinado comportamiento. Nada de eso.
Simplemente, Jesús levanta los ojos y ve delante de él personas que sufren. Nada más. Eso es suficiente. No hace más título que el del sufrimiento para merecer la atención de Jesús.
Quizá se nos haya ocurrido pensar que todos aquellos que buscaban a Jesús lo hacían por puro interés. Habían oído que curaba a la gente, que hacía milagros. No estaban pensando en convertirse de su mala vida. No pensaban e seguirle al estilo de los discípulos. Si me apuran, su mensaje del reino de Dios les daba lo mismo. Ellos sólo sentían el dolor que padecían, el sufrimiento que les atenazaba, la soledad que inundaba sus vidas. Y veían que Jesús les podía solucionar esos problemas. Su interés, podemos decirlo, era muy egoísta.
Pero nada de eso hacía que Jesús los rechazase. Bastaba con ver su dolor, su soledad, su sufrimiento, para que sintiese lástima de ellos.
Jesús se siente de tal modo solidario con esa multitud que termina dándoles de comer. Desde un cierto punto de vista el suyo no fue un milagro muy productivo. ¡Sólo les solucionó la comida de un día! Pero Jesús no pretendía solucionar los problemas de sus vidas para siempre. Simplemente, veía la necesidad delante y trataba de poner remedio. Sin condiciones.
Ahí vemos lo que siente Dios por nosotros. Porque Jesús es el primer testigo de Dios. Dios es el que nos ama sin condiciones. Da lo mismo lo que hayamos hecho. Dios se siente tocado por nuestro dolor. Y un Padre no quiere que sus hijos sufran. De ninguna manera. Por ninguna razón. Y sufre cuando los ve sufriendo.
Ojalá tuviésemos nosotros los mismos sentimientos que tenía Jesús, que tiene Dios. Ojalá que, cuando pase frente a nosotros un hermano o hermana que sufren, pensemos inmediatamente en qué podemos hacer. Sin ponerle condiciones, sin que tenga que ser necesariamente de los nuestros, sin pedirle que antes se convierta. Simplemente porque es hermano nuestro. Entonces empezaríamos a ser mejores discípulos de Jesús. Mejores hijos del Padre.
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