Hoy celebramos la memoria de santa Brígida de Suecia. En la mayoría de los países es memoria libra pero en Europa es fiesta porque es una de las patronas de Europa y tiene lecturas propias.
Hoy, fuera de Europa, toca el evangelio de la parábola del trigo y la cizaña. Es una parábola que nos habla de la paciencia de Dios para con nosotros. Algunos de los empleados del dueño del campo querían arrancar la cizaña en cuanto vieron que empezaba a crecer. Pero fue el dueño el que les dijo que prefería esperar a ver como maduraba toda la cosecha. Entonces se vería claridad la diferencia entre la cizaña y el trigo. No fuera a ser que llevados de sus prisas y de sus urgencias purificadoras arrancase parte del trigo al querer arrancar la cizaña.
Santa Brígida ilumina también un momento de la historia de Europa en que la iglesia necesitó mucho de la paciencia de Dios. El siglo XIV fue su siglo. Eran tiempos duros y convulsos aquellos de la Edad Media. Hasta los papas habían dejado Roma y se habían instalado en Aviñón (Francia). No todos, ni reyes ni papas, se dejaban guiar precisamente por lo mejor del Evangelio en sus vidas. Brígida fue una mujer en un mundo dominado por los hombres y, en un cierto sentido, por la fuerza bruta. Sin embargo, vivió entregada a la oración, viajó por toda Europa y trató por todos los medios de ayudar a todos a vivir una vida más conforme con el Evangelio.
Quizá la han hecho patrona de Europa porque la recorrió en todas direcciones. Hizo las tres peregrinaciones más tradicionales en aquel tiempo: fue a visitar la tumba de Santiago Apóstol en Santiago de Compostela, la tumba de san Pedro en Roma y llegó también a Jerusalén a visitar los santos lugares. Tuvo relación por carta y personal con los líderes religiosos y políticos de la época, instando siempre al papa a volver a Roma y dejar Aviñón y no dudando en reprender a los que no se comportaban adecuadamente, ya fuesen obispos, abades, o nobles. A muchos los ayudó a convertirse y vivir una vida mejor.
A santa Brígida le tocó vivir en un tiempo en el que la cizaña convivía con el trigo. Como el dueño del campo tuvo paciencia para amonestar a todos y predicar la palabra de Dios. Ella no se sentía encargada de cosechar. Lo suyo fue sembrar y tratar de hacer lo posible para que nada se torciera. Lo suyo era tener la misma paciencia que Dios tiene con nosotros, dándonos siempre otra oportunidad para enderezar nuestra vida.
Ojalá sepamos escuchar la voz de las personas que Dios nos va poniendo en el camino de nuestra vida para ayudarnos a crecer bien. Es posible que, al final del camino, quede quizá algo de cizaña en el campo de nuestra vida. Ahí será Dios mismo el que se encargue de recogerla y quemarla para que podamos entrar con toda la dignidad de hijos e hijas de Dios en su reino.
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