LA SANTÍSIMA VIRGEN , mujer Eucarística
Oración a María Madre de la Eucaristía
Ave María, dulce Madre de la Eucaristía.
Con dolor y mucho amor, nos has dado
a tu Hijo Jesús mientras pendía de la Cruz.
Nosotros, débiles criaturas, nos aferramos a Ti
para ser hijos dignos de este
gran AMOR y DOLOR.
Ayúdanos a ser humildes y sencillos,
ayúdanos a amar a todos los hombres,
ayúdanos a vivir en la gracia
estando siempre listos para recibir
a Jesús en nuestro corazón.
Oh María, Madre de la Eucaristía,
nosotros, por cuenta propia, no podremos comprender
este gran misterio de amor.
Que obtengamos la luz del Espíritu Santo,
para que así podamos comprender
aunque sea por un solo instante,
todo el infinito amor de tu Jesús
que se entrega a Sí mismo por nosotros.
AMEN
“En la escuela de María, mujer
eucarística”. Guiados por Santa María hemos de redescubrir, para valorarla más,
la presencia de Cristo en el Santísimo Sacramento para que así podamos aprender
a estar.
Porque ser cristiano no consiste,
ante todo, en hacer muchas cosas. Ser cristiano consiste, básicamente en estar;
en saber estar.
¿Cómo es el estar de Jesús en la
Santa Misa y en el Sagrario? La presencia del Señor en la Eucaristía es una
presencia que causa la alegría y la esperanza confiada, porque Él está con
nosotros, todos los días, hasta el fin del mundo.
Es una presencia iluminante que
nos abre los ojos de la fe. Una presencia salvadora, que se convierte en
alimento para el camino de la vida. Una presencia real y sustancial, que
impulsa a transformar el mundo. Una presencia de amistad, que pide nuestra
compañía, para poder así “palpar el amor infinito de su corazón”.
La Santísima Virgen María ha
reproducido en su vida este estilo que define el estar de Cristo en la
Eucaristía.
La Virgen está y sabe estar.
María está en Nazaret, ofreciendo en la obediencia de la fe su seno virginal
para que se realizase la Encarnación del Hijo de Dios.
Está en casa de Santa Isabel,
llevando en su seno a Jesucristo, convertida en el primer sagrario de la
historia. Está en Caná de Galilea, para decirnos: “Haced lo que Él os diga”.
Está junto a la Cruz, uniéndose
con su entrega a la total entrega de su Hijo.
Está presente como Madre en todas
las celebraciones eucarísticas, como lo estuvo en la primera comunidad reunida
después de la Ascensión en espera de Pentecostés (Hechos 1, 14).
El suyo es un modo de estar
propio de quien espiritualmente ha asimilado mejor que nadie el estar de Cristo
en la Eucaristía.
La presencia de María es como un
reflejo de la presencia del Señor: una presencia alegre, alentadora,
iluminante, salvadora, efectiva y generosa.
Debemos aprender de María este
saber estar para así transparentar en nuestras vidas las actitudes que derivan
de la Eucaristía: la gratitud, la donación de sí mismo, la caridad y el deseo
de contemplación y adoración a Cristo. Cocsulta la Encíclica Ecclesia de
Eucharistia , S.S. Juan Pablo II
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