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Ora todos los días muchas veces: "Jesús, María, os amo, salvad las almas".

El Corazón de Jesús se encuentra hoy Locamente Enamorado de vosotros en el Sagrario. ¡Y quiero correspondencia! (Anda, Vayamos prontamente al Sagrario que nos está llamando el mismo Dios).

ESTEMOS SIEMPRE A FAVOR DE NUESTRO PAPA FRANCISCO, ÉL PERTENECE A LA IGLESIA DE CRISTO, LO GUÍA EL ESPÍRITU SANTO.

Las cinco piedritas (son las cinco que se enseñan en los grupos de oración de Medjugorje y en la devoción a la Virgen de la Paz) son:

1- Orar con el corazón el Santo Rosario
2- La Eucaristía diaria
3- La confesión
4- Ayuno
5- Leer la Biblia.

REZA EL ROSARIO, Y EL MAL NO TE ALCANZARÁ...
"Hija, el rezo del Santo Rosario es el rezo preferido por Mí.
Es el arma que aleja al maligno. Es el arma que la Madre da a los hijos, para que se defiendan del mal."

-PADRE PÍO-

Madre querida acógeme en tu regazo, cúbreme con tu manto protector y con ese dulce cariño que nos tienes a tus hijos aleja de mí las trampas del enemigo, e intercede intensamente para impedir que sus astucias me hagan caer. A Ti me confío y en tu intercesión espero. Amén

Oración por los cristianos perseguidos

Padre nuestro, Padre misericordioso y lleno de amor, mira a tus hijos e hijas que a causa de la fe en tu Santo Nombre sufren persecución y discriminación en Irak, Siria, Kenia, Nigeria y tantos lugares del mundo.

Que tu Santo Espíritu les colme con su fuerza en los momentos más difíciles de perseverar en la fe.Que les haga capaces de perdonar a los que les oprimen.Que les llene de esperanza para que puedan vivir su fe con alegría y libertad. Que María, Auxiliadora y Reina de la Paz interceda por ellos y les guie por el camino de santidad.

Padre Celestial, que el ejemplo de nuestros hermanos perseguidos aumente nuestro compromiso cristiano, que nos haga más fervorosos y agradecidos por el don de la fe. Abre, Señor, nuestros corazones para que con generosidad sepamos llevarles el apoyo y mostrarles nuestra solidaridad. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

sábado, 1 de junio de 2019

SANTA MISA


DE LA SANTA MISA COMO HAY QUE HACERLA
Jesús ha dictado a Catalina una gran cantidad de libros que son un regalo de Dios para todos nosotros. Jesús, a través de los mensajes que le entrega a Catalina, se transforma en un verdadero Maestro que nos explica los Evangelios, interpreta el mundo que vivimos en la actualidad, y nos lleva de Su mano y de la de Su amadísima Madre, a la Patria Celestial. 
¡Gracias Jesús por ser nuestro Maestro en estos difíciles tiempos!
Descargar libro o video completo ( Catalina_imprimir.zip )

Testimonio de Catalina Rivas sobre la Santa Misa
Testimonio de Catalina Rivas sobre la Misa
En la maravillosa catequesis con la que el Señor y la Virgen María nos han ido instruyendo, en primer lugar, enseñándonos la forma de rezar el Santo Rosario, de orar con el corazón, de meditar y disfrutar de los momentos de encuentro con Dios y con nuestra Madre bendita; la manera de confesarse bien… está, la del conocimiento de lo que sucede en la Santa Misa y la forma de vivirla con el corazón.
Este es el testimonio que debo y quiero dar al mundo entero, para mayor Gloria de Dios y para la salvación de todo aquel que quiera abrir su corazón al Señor. Para que muchas almas consagradas a Dios, reaviven el fuego del amor a Cristo, unas que son dueñas de las manos que tienen el poder de traerlo a la tierra para que sea nuestro alimento, las otras, para que pierdan la “costumbre rutinaria” de recibirlo y revivan el asombro del encuentro cotidiano con el amor. Para que mis hermanos y hermanas laicos del mundo entero vivan el mayor de los Milagros con el corazón: la celebración de la Santa Eucaristía.
Era la vigilia del día de la Anunciación y los componentes del grupo nuestro habíamos ido a confesarnos. Algunas de las señoras del grupo de oración no alcanzaron a hacerlo y dejaron su confesión para el día siguiente antes de la Santa Misa.
Cuando llegué al día siguiente a la Iglesia un poco atrasada, el señor Arzobispo y los sacerdotes ya estaban saliendo al presbiterio. Dijo la Virgen con aquella voz tan suave y femenina que a una le endulza el alma. “Hoy es un día de aprendizaje para ti y quiero que prestes mucha atención, porque de lo que seas testigo hoy, todo lo que vivas en este día, tendrás que participarlo a la humanidad.” Me quedé sobrecogida sin entender pero procurando estar muy atenta.
Lo primero que percibí es que había un coro de voces muy hermosas que cantaban como si estuviesen lejos, a momentos se acercaba y luego se alejaba la música como con el sonido del viento.
El señor Arzobispo empezó la Santa Misa, y al llegar a la Oración Penitencial, dijo la Santísima Virgen:
“Desde el fondo de tu corazón, pide perdón al Señor por todas tus culpas, por haberlo ofendido, así podrás participar dignamente de este privilegio que es asistir a la Santa Misa.”
Seguramente que por una fracción de segundo pensé: “Pero si estoy en Gracia de Dios, me acabo de confesar anoche”.
Ella contestó: “¿Y tú crees que desde anoche no has ofendido al Señor? Déjame que Yo te recuerde algunas cosas. Cuando salías para venir aquí, la muchacha que te ayuda se acercó para pedirte algo y como estabas con retraso, a la apurada, le contestaste no de muy buena forma. Eso ha sido una falta de caridad de tu parte y dices no haber ofendido a Dios…?”
“De camino hacia acá un autobús se atravesó en tu camino, casi te choca y te expresaste en forma poco conveniente contra ese pobre hombre, en lugar de venir haciendo tus oraciones, preparándote para la Santa Misa. Has faltado a la caridad y has perdido la paz, la paciencia. ¿Y dices no haber lastimado al Señor…?”
“En el último momento llegas, cuando ya la procesión de los celebrantes está saliendo para celebrar la Misa… y vas a participar de ella sin una previa preparación…”
- “Ya, Madre Mía, ya no me digas más, no me recuerdes más cosas porque me voy a morir de pesar y vergüenza”, contesté.
“¿Por qué tienen que llegar en el último momento? Ustedes deberían estar antes para poder hacer una oración y pedir al Señor que envíe Su Santo Espíritu, que les otorgue un espíritu de paz que eche fuera el espíritu del mundo, las preocupaciones, los problemas y las distracciones para ser capaces de vivir este momento tan sagrado. Pero llegan casi al comenzar la celebración, y participan como si participaran de un evento cualquiera, sin ninguna preparación espiritual. ¿Por qué? Es el Milagro más grande, van a vivir el momento de regalo más grande de parte del Altísimo y no lo saben apreciar.”
Era bastante. Me sentía tan mal que tuve más que suficiente para pedir perdón a Dios, no solamente por las faltas de ese día, sino por todas las veces que, como muchísimas otras personas, esperé a que termine la homilía del sacerdote para entrar en la Iglesia. Por las veces que no supe o me negué a comprender lo que significaba estar allí, por las veces que tal vez habiendo estado mi alma llena de pecados más graves, me había atrevido a participar de la Santa Misa.
Era día de Fiesta y debía recitarse el Gloria. Dijo nuestra Señora: “Glorifica y bendice con todo tu amor a la Santísima Trinidad en tu reconocimiento como criatura Suya”.
Qué distinto fue aquel Gloria. De pronto me veía en un lugar lejano, lleno de luz ante la Presencia Majestuosa del Trono de Dios, y con cuánto amor fui agradeciendo al repetir: “…por tu inmensa Gloria Te alabamos, Te bendecimos, Te adoramos, Te glorificamos, Te damos gracias, Señor, Dios Rey celestial, Dios Padre Todopoderoso”, y evoqué el rostro paternal del Padre lleno de bondad… “…Señor, Hijo único Jesucristo, Señor Dios, Cordero de Dios, Hijo del Padre, Tú que quitas el pecado del mundo”, y Jesús estaba delante de mí, con ese rostro lleno de ternura y Misericordia: “…porque sólo Tú eres Dios, sólo Tú, Altísimo Jesucristo, con el Espíritu Santo…”, el Dios del Amor hermoso, Aquel que en ese momento estremecía todo mi ser…
Y pedí: “Señor, libérame de todo espíritu malo, mi corazón te pertenece, Señor mío envíame tu paz para conseguir el mejor provecho de esta Eucaristía y que mi vida dé sus mejores frutos. Espíritu Santo de Dios, transfórmame, actúa en mí, guíame ¡Oh Dios, dame los dones que necesito para servirte mejor…!”
Llegó el momento de la Liturgia de la Palabra y la Virgen me hizo repetir: “Señor, hoy quiero escuchar Tu Palabra y producir fruto abundante, que Tu Santo Espíritu limpie el terreno de mi corazón, para que Tu Palabra crezca y se desarrolle, purifica mi corazón para que esté bien dispuesto.”
“Quiero que estés atenta a las lecturas y a toda la homilía del sacerdote. Recuerda que la Biblia dice que la Palabra de Dios no vuelve sin haber dado fruto. Si tú estás atenta, va a quedar algo en ti de todo lo que escuches. Debes tratar de recordar todo el día esas Palabras que dejaron huella en ti. Serán dos frases unas veces, luego será la lectura del Evangelio entera, tal vez solo una palabra, paladear el resto del día y eso hará carne en ti porque esa es la forma de transformar la vida, haciendo que la Palabra de Dios lo transforme a uno.”
“Y ahora, dile al Señor que estás aquí para escuchar lo que quieres que Él diga hoy a tu corazón.”
Nuevamente agradecí a Dios por darme la oportunidad de escuchar Su Palabra y le pedí perdón por haber tenido el corazón tan duro por tantos años y haber enseñado a mis hijos que debían ir a Misa los domingos, porque así lo mandaba la Iglesia, no por amor, por necesidad de llenarse de Dios…
Yo que había asistido a tantas Eucaristías, más por compromiso; y con ello creía estar salvada. De vivirla, ni soñar, de poner atención en las lecturas y la homilía del sacerdote, menos.
¡Cuánto dolor sentí por tantos años de pérdida inútil, por mi ignorancia!… ¡Cuánta superficialidad en las Misas a las que asistimos porque es una boda, una Misa de difunto o porque tenemos que hacernos ver con la sociedad! ¡Cuánta ignorancia sobre nuestra Iglesia y sobre los Sacramentos! ¡Cuánto desperdicio en querer instruirnos y culturizarnos en las cosas del mundo, que en un momento pueden desaparecer sin quedarnos nada, y que al final de la vida no nos sirven ni para alargar un minuto a nuestra existencia! Y sin embargo, de aquello que va a ganarnos un poco del cielo en la tierra y luego la vida eterna, no sabemos nada, ¡Y nos llamamos hombres y mujeres cultos…!
Un momento después llegó el Ofertorio y la Santísima Virgen dijo “Reza así: (y yo la seguía) Señor, te ofrezco todo lo que soy, lo que tengo, lo que puedo, todo lo pongo en Tus manos. Edifica Tú, Señor con lo poco que soy. Por los méritos de Tu Hijo, transfórmame, Dios Altísimo. Te pido por mi familia, por mis bienhechores, por cada miembro de nuestro Apostolado, por todas las personas que nos combaten, por aquellos que se encomiendan a mis pobres oraciones… Enséñame a poner mi corazón en el suelo para que su caminar sea menos duro. Así oraban los santos, así quiero que lo hagan.”
Y es que así lo pide Jesús, que pongamos el corazón en el suelo para que ellos no sientan la dureza, sino que los aliviemos con el dolor de aquel pisotón. Años después leí un librito de oraciones de un Santo al que quiero mucho: José María Escrivá de Balaguer, y allá pude encontrar una oración parecida a la que me enseñaba la Virgen. Tal vez este Santo a quien me encomiendo, agradaba a la Virgen Santísima con aquellas oraciones.
De pronto empezaron a ponerse de pie unas figuras que no había visto antes. Era como si del lado de cada persona que estaba en la Catedral, saliera otra persona y aquello se llenó de unos personajes jóvenes, hermosos. Iban vestidos con túnicas muy blancas y fueron saliendo hasta el pasillo central dirigiéndose hacia el Altar.
Dijo nuestra Madre: “Observa, son los Ángeles de la Guarda de cada una de las personas que está aquí. Es el momento en que su Ángel de la Guarda lleva sus ofrendas y peticiones ante el Altar del Señor.”
En aquel momento, estaba completamente asombrada, porque esos seres tenían rostros tan hermosos, tan radiantes como no puede uno imaginarse. Lucían unos rostros muy bellos, casi femeninos, sin embargo la complexión de su cuerpo, sus manos, su estatura era de hombre. Los pies desnudos no pisaban el suelo, sino que iban como deslizándose, como resbalando. Aquella procesión era muy hermosa.
Algunos de ellos tenían como una fuente de oro con algo que brillaba mucho con una luz blanca-dorada, dijo la Virgen: “Son los Ángeles de la Guarda de las personas que están ofreciendo esta Santa Misa por muchas intenciones, aquellas personas que están conscientes de lo que significa esta celebración, aquellas que tienen algo que ofrecer al Señor…”
“Ofrezcan en este momento…, ofrezcan sus penas, sus dolores, sus ilusiones, sus tristezas, sus alegrías, sus peticiones. Recuerden que la Misa tiene un valor infinito por lo tanto, sean generosos en ofrecer y en pedir.”
Detrás de los primeros Ángeles venían otros que no tenían nada en las manos, las llevaban vacías. Dijo la Virgen: “Son los Ángeles de las personas que estando aquí, no ofrecen nunca nada, que no tienen interés en vivir cada momento litúrgico de la Misa y no tienen ofrecimientos que llevar ante el Altar del Señor.”
En último lugar iban otros Ángeles que estaban medio tristones, con las manos juntas en oración pero con la mirada baja. “Son los Ángeles de la Guarda de las personas que estando aquí, no están, es decir de las personas que han venido forzadas, que han venido por compromiso, pero sin ningún deseo de participar de la Santa Misa y los Ángeles van tristes porque no tienen qué llevar ante el Altar, salvo sus propias oraciones.”
“No entristezcan a su Ángel de la Guarda… Pidan mucho, pidan por la conversión de los pecadores, por la paz del mundo, por sus familiares, sus vecinos, por quienes se encomiendan a sus oraciones. Pidan, pidan mucho, pero no sólo por ustedes, sino por los demás.”
“Recuerden que el ofrecimiento que más agrada al Señor es cuando se ofrecen ustedes mismos como holocausto, para que Jesús, al bajar, los transforme por Sus propios méritos. ¿Qué tienen que ofrecer al Padre por sí mismos? La nada y el pecado, pero al ofrecerse unidos a los méritos de Jesús, aquel ofrecimiento es grato al Padre.”
Aquel espectáculo, aquella procesión era tan hermosa que difícilmente podría compararse a otra. Todas aquellas criaturas celestiales haciendo una reverencia ante el Altar, unas dejando su ofrenda en el suelo, otras postrándose de rodillas con la frente casi en el suelo y luego que llegaban allá desaparecían a mi vista.
Llegó el momento final del Prefacio y cuando la asamblea decía: “Santo, Santo, Santo” de pronto, todo lo que estaba detrás de los celebrantes desapareció. Del lado izquierdo del señor Arzobispo hacia atrás en forma diagonal aparecieron miles de Ángeles, pequeños, Ángeles grandes, Ángeles con alas inmensas, Ángeles con alas pequeñas, Ángeles sin alas, como los anteriores; todos vestidos con unas túnicas como las albas blancas de los sacerdotes o los monaguillos.
Todos se arrodillaban con las manos unidas en oración y en reverencia inclinaban la cabeza. Se escuchaba una música preciosa, como si fueran muchísimos coros con distintas voces y todos decían al unísono junto con el pueblo: Santo, Santo, Santo
Había llegado el momento de la Consagraciónel momento del más maravilloso de los Milagros… Del lado derecho del Arzobispo hacia atrás en forma también diagonal, una multitud de personas, iban vestidas con la misma túnica pero en colores pastel: rosa, verde, celeste, lila, amarillo; en fin, de distintos colores muy suaves. Sus rostros también eran brillantes, llenos de gozo, parecían tener todos la misma edad. Se podía apreciar (y no puedo decirlo por qué) que había gente de distintas edades, pero todos parecían igual en las caras, sin arrugas, felices. Todos se arrodillaban también ante el canto de “Santo, Santo, Santo, es el Señor…”
Dijo nuestra Señora: “Son todos los Santos y Bienaventurados del cielo y entre ellos, también están las almas de los familiares de ustedes que gozan ya de la Presencia de Dios.” Entonces la vi. Allá justamente a la derecha del señor Arzobispo… un paso detrás del celebrante, estaba un poco suspendida del suelo, arrodillada sobre unas telas muy finas, transparentes pero a la vez luminosas, como agua cristalina, la Santísima Virgen, con las manos unidas, mirando atenta y respetuosamente al celebrante. Me hablaba desde allá, pero silenciosamente, directamente al corazón, sin mirarme.
“¿Te llama la atención verme un poco más atrás de Monseñor, verdad? Así debe ser… Con todo lo que Me ama Mi Hijo, no Me Ha dado la dignidad que da a un sacerdote de poder traerlo entre Mis manos diariamente, como lo hacen las manos sacerdotales. Por ello siento tan profundo respeto por un sacerdote y por todo el milagro que Dios realiza a través suyo, que me obliga a arrodillarme aquí.”
¡Dios mío, cuánta dignidad, cuánta gracia derrama el Señor sobre las almas sacerdotales y ni nosotros, ni tal vez muchos de ellos estamos conscientes!
Delante del altar, empezaron a salir unas sombras de personas en color gris que levantaban las manos hacia arriba. Dijo la Virgen Santísima: “Son las almas benditas del Purgatorio que están a la espera de las oraciones de ustedes para refrescarse. No dejen de rezar por ellas. Piden por ustedes, pero no pueden pedir por ellas mismas, son ustedes quienes tienen que pedir por ellas para ayudarlas a salir para encontrarse con Dios y gozar de Él eternamente.”
“Ya lo ves, aquí Estoy todo el tiempo… La gente hace peregrinaciones y busca los lugares de Mis apariciones, y está bien por todas las gracias que allá se reciben, pero en ninguna aparición, en ninguna parte Estoy más tiempo presente que en la Santa Misa. Al pie del Altar donde se celebra la Eucaristía, siempre Me van a encontrar; al pie del Sagrario permanezco Yo con los Ángeles, porque Estoy siempre con Él.”
Ver ese rostro hermoso de la Madre en aquel momento del “Santo”, al igual que todos ellos, con el rostro resplandeciente, con las manos juntas en espera de aquel milagro que se repite continuamente, era estar en el mismo cielo. Y pensar que hay gente, habemos personas que podemos estar en ese momento distraídas, hablando… Con dolor lo digo, muchos varones más que mujeres, que de pie cruzan los brazos, como rindiéndole un homenaje de pie al Señor, de igual a igual.
Dijo la Virgen: “Dile al ser humano, que nunca un hombre es más hombre que cuando dobla las rodillas ante Dios.”
El celebrante dijo las palabras de la Consagración. Era una persona de estatura normal, pero de pronto empezó a crecer, a volverse lleno de luz, una luz sobrenatural entre blanca y dorada lo envolvía y se hacía muy fuerte en la parte del rostro, de modo que no podía ver sus rasgos. Cuando levantaba la forma vi sus manos y tenían unas marcas en el dorso de las cuales salía mucha luz. ¡Era Jesús!… Era Él que con Su Cuerpo envolvía el del celebrante como si rodeara amorosamente las manos del señor Arzobispo. En ese momento la Hostia comenzó a crecer y crecer enorme y en ella, el Rostro maravilloso de Jesús mirando hacia Su pueblo.
Por instinto quise bajar la cabeza y dijo nuestra Señora: “No agaches la mirada, levanta la vista, contémplalo, cruza tu mirada con la Suya y repite la oración de Fátima: Señor, yo creo, adoro, espero y Te amo, Te pido perdón por aquellos que no creen, no adoran, no esperan y no Te aman. Perdón y Misericordia… Ahora dile cuánto lo amas, rinde tu homenaje al Rey de Reyes.”
Se lo dije, parecía que sólo a mí me miraba desde la enorme Hostia, pero supe que así contemplaba a cada persona, lleno de amor… Luego bajé la cabeza hasta tener la frente en el suelo, como hacían todos los Ángeles y bienaventurados del Cielo. Por fracción de un segundo tal vez, pensé qué era aquello que Jesús tomaba el cuerpo del celebrante y al mismo tiempo estaba en la Hostia que al bajarla el celebrante se volvía nuevamente pequeña. Tenía yo las mejillas llenas de lágrimas, no podía salir de mi asombro.
Inmediatamente Monseñor dijo las palabras consagratorias del vino y junto a sus palabras, empezaron unos relámpagos en el cielo y en el fondo. No había techo de la Iglesia ni paredes, estaba todo oscuro solamente aquella luz brillante en el Altar.
De pronto suspendido en el aire, vi a Jesús, crucificado, de la cabeza a la parte baja del pecho. El tronco transversal de la cruz estaba sostenido por unas manos grandes, fuertes. De en medio de aquel resplandor se desprendió una lucecita como de una paloma muy pequeña muy brillante, dio una vuelta velozmente toda la Iglesia y se fue a posar en el hombro izquierdo del señor Arzobispo que seguía siendo Jesús, porque podía distinguir Su melena y Sus llagas luminosas, Su cuerpo grande, pero no veía Su Rostro.
Arriba, Jesús crucificado, estaba con el rostro caído sobre el lado derecho del hombro. Podía contemplar el rostro y los brazos golpeados y descarnados. En el costado derecho tenía una herida en el pecho y salía a borbotones, hacia la izquierda sangre y hacia la derecha, pienso que agua pero muy brillante; más bien eran chorros de luz que iban dirigiéndose hacia los fieles moviéndose a derecha e izquierda. ¡Me asombraba la cantidad de sangre que fluía hacia del Cáliz! Pensé que iba a rebalsar y manchar todo el Altar, ¡pero no cayó una sola gota!
Dijo la Virgen en ese momento: “Este es el milagro de los milagros, te lo He repetido, para el Señor no existe ni tiempo ni distancia y en el momento de la consagración, toda la asamblea es trasladada al pie del Calvario en el instante de la crucifixión de Jesús.”
¿Puede alguien imaginarse eso? Nuestros ojos no lo pueden ver, pero todos estamos allá, en el momento en que a Él lo están crucificando y está pidiendo perdón al Padre, no solamente por quienes lo matan, sino por cada uno de nuestros pecados: “¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!”
A partir de aquel día, no me importa si me toman como a loca, pero pido a todos que se arrodillen, que traten de vivir con el corazón y toda la sensibilidad de que son capaces aquel privilegio que el Señor nos concede.
Cuando íbamos a rezar el Padrenuestro, habló el Señor por primera vez durante la celebración y dijo:
“Aguarda, quiero que ores con la mayor profundidad que seas capaz y que en este momento, traigas a tu memoria a la persona o a las personas que más daño te hayan ocasionado durante tu vida, para que las abraces junto a tu pecho y les digas de todo corazón: “En el Nombre de Jesús yo te perdono y te deseo la paz. En el Nombre de Jesús te pido perdón y deseo mi paz. Si esa persona merece la paz, la va a recibir y le hará mucho bien; si esa persona no es capaz de abrirse a la paz, esa paz volverá a tu corazón. Pero no quiero que recibas y des la paz a otras personas cuando no eres capaz de perdonar y sentir esa paz primero en tu corazón.”
“Cuidado con lo que hacen” – continuó el Señor – “Ustedes repiten en el Padrenuestro: perdónanos así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden. Si ustedes son capaces de perdonar y no olvidar, como dicen algunos, están condicionando el perdón de Dios. Están diciendo perdóname únicamente como yo soy capaz de perdonar, no más allá.”
No sé cómo explicar mi dolor, al comprender cuánto podemos herir al Señor y cuánto podemos lastimarnos nosotros mismos con tantos rencores, sentimientos malos y cosas feas que nacen de los complejos y de las susceptibilidades. Perdoné, perdoné de corazón y pedí perdón a todos los que me habían lastimado alguna vez, para sentir la paz del Señor.
El celebrante decía: “…concédenos la paz y la unidad…” y luego: “la paz del Señor esté con todos ustedes…”
De pronto vi que en medio de algunas personas que se abrazaban (no todos), se colocaba en medio una luz muy intensa, supe que era Jesús y me abalancé prácticamente a abrazar a la persona que estaba a mi lado. Pude sentir verdaderamente el abrazo del Señor en esa luz, era Él que me abrazaba para darme Su paz, porque en ese momento había sido yo capaz de perdonar y de sacar de mi corazón todo dolor contra otras personas. Eso es lo que Jesús quiere, compartir ese momento de alegría abrazándonos para desearnos Su Paz.
Llegó el momento de la Comunión de los celebrantes, ahí volví a notar la presencia de todos los sacerdotes junto a Monseñor. Cuando él comulgaba, dijo la Virgen:
“Este es el momento de pedir por el celebrante y los sacerdotes que lo acompañan, repite junto a Mí: Señor, bendícelos, santifícalos, ayúdalos, purifícalos, ámalos, cuídalos, sostenlos con Tu Amor… Recuerden a todos los sacerdotes del mundo, oren por todas las almas consagradas…”
Hermanos queridos, ese es el momento en que debemos pedir porque ellos son Iglesia, como también lo somos nosotros los laicos. Muchas veces los laicos exigimos mucho de los sacerdotes, pero somos incapaces de rezar por ellos, de entender que son personas humanas, de comprender y valorar la soledad que muchas veces puede rodear a un sacerdote.
Debemos comprender que los sacerdotes son personas como nosotros y que necesitan comprensión, cuidado, que necesitan afecto, atención de parte de nosotros, porque están dando su vida por cada uno de nosotros, como Jesús, consagrándose a él.
El Señor quiere que la gente del rebaño que le ha encomendado Dios ore y ayude en la santificación de su Pastor. Algún día, cuando estemos al otro lado, comprenderemos la maravilla que el Señor ha hecho al darnos sacerdotes que nos ayuden a salvar nuestra alma.
Empezó la gente a salir de sus bancas para ir a comulgar. Había llegado el gran momento del encuentro, de la Comunión, el Señor me dijo: “Espera un momento, quiero que observes algo…por un impulso interior levanté la vista hacia la persona que iba a recibir la comunión en la lengua de manos del sacerdote.
Debo aclarar que esta persona era una de las señoras de nuestro grupo que la noche anterior no había alcanzado a confesarse, y lo hizo recién esa mañana, antes de la Santa Misa. Cuando el sacerdote colocaba la Sagrada Forma sobre su lengua, como un flash de luz, aquella luz muy dorada-blanca atravesó a esta persona por la espalda primero y luego fue bordeándola en la espalda, los hombros y la cabezaDijo el Señor:
“¡Así es como Yo Me complazco en abrazar a un alma que viene con el corazón limpio a recibirme!”
El matiz de la voz de Jesús era de una persona contenta. Yo estaba atónita mirando a esa amiga volver hacia su asiento rodeada de luz, abrazada por el Señor, y pensé en la maravilla que nos perdemos tantas veces por ir con nuestras pequeñas o grandes faltas a recibir a Jesús, cuando tiene que ser una fiesta.
Muchas veces decimos que no hay sacerdotes para confesarse a cada momento y el problema no está en confesarse a cada momento, el problema radica en nuestra facilidad para volver a caer en el mal. Por otro lado, así como nos esforzamos por ir a buscar un salón de belleza o los señores un peluquero cuando tenemos una fiesta, tenemos que esforzarnos también en ir a buscar un sacerdote cuando necesitamos que saque todas esas cosas sucias de nosotros, pero no tener la desfachatez de recibir a Jesús en cualquier momento con el corazón lleno de cosas feas.
Cuando me dirigía a recibir la comunión Jesús repetía: “La última cena fue el momento de mayor intimidad con los Míos. En esa hora del amor, instauré lo que ante los ojos de los hombres podría ser la mayor locura, hacerme prisionero del Amor. Instauré la Eucaristía. Quise permanecer con ustedes hasta la consumación de los siglos, porque Mi Amor no podía soportar que quedaran huérfanos aquellos a quienes amaba más que a Mi vida…”
Recibí aquella Hostia, que tenía un sabor distinto, era una mezcla de sangre e incienso que me inundó entera. Sentía tanto amor que las lágrimas me corrían sin poder detenerlas…
Cuando llegué a mi asiento, al arrodillarme dijo el Señor: “Escucha…” Y en un momento comencé a escuchar dentro de mí las oraciones de una señora que estaba sentada delante de mí y que acababa de comulgar.
Lo que ella decía sin abrir la boca era más o menos así: “Señor, acuérdate que estamos a fin de mes y que no tengo el dinero para pagar la renta, la cuota del auto, los colegios de los chicos, tienes que hacer algo para ayudarme… Por favor, haz que mi marido deje de beber tanto, no puedo soportar más sus borracheras y mi hijo menor, va a perder el año otra vez si no lo ayudas, tiene exámenes esta semana… Y no te olvides de la vecina que debe mudarse de casa, que lo haga de una vez porque ya no la puedo aguantar… etc., etc.”
De pronto el señor Arzobispo dijo: “Oremos” y obviamente toda la asamblea se puso de pie para la oración final. Jesús dijo con un tono triste: “¿Te has dado cuenta? Ni una sola vez Me ha dicho que Me ama, ni una sola vez ha agradecido el don que Yo le He hecho de bajar Mi Divinidad hasta su pobre humanidad, para elevarla hacia Mí. Ni una sola vez ha dicho: gracias, Señor. Ha sido una letanía de pedidos… y así son casi todos los que vienen a recibirme.”
“Yo He muerto por amor y Estoy resucitado. Por amor espero a cada uno de ustedes y por amor permanezco con ustedes…, pero ustedes no se dan cuenta que necesito de su amor. Recuerda que Soy el Mendigo del Amor en esta hora sublime para el alma.”
¿Se dan cuenta ustedes de que Él, el Amor, está pidiendo nuestro amor y no se lo damos? Es más, evitamos ir a ese encuentro con el Amor de los Amores, con el único amor que se da en oblación permanente.
Cuando el celebrante iba a impartir la Bendición, la Santísima Virgen dijo: “Atenta, cuidado… Ustedes hacen un garabato en lugar de la señal de la Cruz. Recuerda que esta bendición puede ser la última que recibas en tu vida, de manos de un sacerdote. Tú no sabes si saliendo de aquí vas a morir o no y no sabes si vas a tener la oportunidad de que otro sacerdote te de una bendición. Esas manos consagradas te están dando la bendición en el Nombre de la Santísima Trinidad, por lo tanto, haz la señal de la Cruz con respeto y como si fuera la última de tu vida.”
¡Cuántas cosas nos perdemos al no entender y al no participar todos los días de la Santa Misa! ¿Por qué no hacer un esfuerzo de empezar el día media hora antes para correr a la Santa Misa y recibir todas las bendiciones que el Señor quiere derramar sobre nosotros?
Estoy consciente de que no todos, por sus obligaciones pueden hacerlo diariamente, pero al menos dos o tres veces por semana, sí y sin embargo tantos esquivan la Misa del domingo con el pequeño pretexto de que tienen un niño chico o dos o diez y por lo tanto no pueden asistir a Misa… ¿Cómo hacen cuando tienen otro tipo de compromisos importantes? Cargan con todos los niños o se turnan y el esposo va a una hora y la esposa a otra hora, pero cumplen con Dios.
Tenemos tiempo para estudiar, para trabajar, para divertirnos, para descansar, pero NO TENEMOS TIEMPO PARA IR AL MENOS EL DOMINGO A LA SANTA MISA.
Jesús me pidió que me quedara con Él unos minutos más luego de terminada la Misa. Dijo:
“No salgan a la carrera terminada la Misa, quédense un momento en Mi Compañía, disfruten de ella y déjenme disfrutar de la de ustedes…”
Había oído a alguien de niña decir que el Señor permanecía en nosotros como 5 ó 10 minutos luego de la comunión. Se lo pregunté en ese momento:
- “Señor, verdaderamente, ¿cuánto tiempo te quedas luego de la comunión con nosotros?”
Supongo que el Señor se debió reír de mi tontera porque contestó: “Todo el tiempo que tú quieras tenerme contigo. Si me hablas todo el día, dedicándome unas palabras durante tus quehaceres, te escucharé. Yo estoy siempre con ustedes, son ustedes los que Me dejan a Mí. Salen de la Misa y se acabó el día de guardar, cumplieron con el día del Señor y se acabó, no piensan que Me gustaría compartir su vida familiar con ustedes, al menos ese día.”
“Ustedes en sus casas tienen un lugar para todo y una habitación para cada actividad: un cuarto para dormir, otro para cocinar, otro para comer, etc. etc. ¿Cuál es el lugar que han hecho para Mí? Debe ser un lugar no solamente donde tengan una imagen que está empolvada todo el tiempo, sino un lugar donde al menos 5 minutos al día la familia se reúna para agradecer por el día, por el don de la vida, para pedir por sus necesidades del día, pedir bendiciones, protección, salud… Todo tiene un lugar en sus casas, menos Yo.”
“Los hombres programan su día, su semana, su semestre, sus vacaciones, etc. Saben qué día van a descansar, qué día ir al cine o a una fiesta, a visitar a la abuela o los nietos, los hijos, a los amigos, a sus diversiones. ¿Cuántas familias dicen una vez al mes al menos: “Este es el día en que nos toca ir a visitar a Jesús en el Sagrario” y viene toda la familia a conversar Conmigo, a sentarse frente a Mí y conversarme, contarme cómo les fue durante el último tiempo, contarme los problemas, las dificultades que tienen, pedirme lo que necesitan… ¡Hacerme partícipe de sus cosas!? ¿Cuántas veces?”
“Yo lo sé todo, leo hasta en lo más profundo de sus corazones y sus mentes, pero me gusta que me cuenten ustedes sus cosas, que Me hagan partícipe como a un familiar, como al más íntimo amigo. ¡Cuántas gracias se pierde el hombre por no darme un lugar en su vida!”
Cuando me quedé aquel día con Él y en muchos otros días, fue dándonos enseñanzas y hoy quiero compartir con ustedes en esta misión que me han encomendadoDice Jesús:
“Quise salvar a mi criatura, porque el momento de abrirles la puerta del cielo ha sido preñado con demasiado dolor…” “Recuerda que ninguna madre ha alimentado a su hijo con su carne, Yo He llegado a ese extremo de Amor para comunicarles mis méritos.”
“La Santa Misa Soy Yo mismo prolongando Mi vida y Mi sacrificio en la Cruz entre ustedes. Sin los méritos de Mi vida y de Mi Sangre, ¿qué tienen para presentarse ante el Padre? La nada, la miseria y el pecado…”
“Ustedes deberían exceder en virtud a los Ángeles y Arcángeles, porque ellos no tienen la dicha de recibirme como alimento, ustedes sí. Ellos beben una gota del manantial, pero ustedes que tienen la gracia de recibirme, tienen todo el océano para beberlo.”
La otra cosa de la que habló con dolor el Señor fue de las personas que hacen un hábito de su encuentro con Él. De aquellas que han perdido el asombro de cada encuentro con Él. Que la rutina vuelve a ciertas personas tan tibias que no tienen nada nuevo que decirle a Jesús al recibirlo. De no pocas almas consagradas que pierden el entusiasmo de enamorarse del Señor y hacen de su vocación un oficio, una profesión a la que no se le entrega más que lo que exige de uno, pero sin sentimiento…
Luego el Señor me habló de los frutos que debe dar cada comunión en nosotros. Es que sucede que hay gente que recibe al Señor a diario y que no cambia su vida. Que tienen muchas horas de oración y que hace muchas obras, etc. etc. Pero su vida no se va transformando y una vida que no se va transformando, no puede dar frutos verdaderos para el Señor. Los méritos que recibimos en la Eucaristía deben dar frutos de conversión en nosotros y frutos de caridad para con nuestros hermanos.
Los laicos tenemos un papel muy importante dentro de nuestra Iglesia, no tenemos ningún derecho a callarnos ante el envío que nos hace el Señor como a todo bautizado, de ir a anunciar la Buena Nueva. No tenemos ningún derecho de absorber todos estos conocimientos y no darlos a los demás y permitir que nuestros hermanos se mueran de hambre teniendo nosotros tanto pan en nuestras manos.
No podemos mirar que se esté desmoronando nuestra Iglesia, porque estamos cómodos en nuestras Parroquias, en nuestras casas, recibiendo y recibiendo tanto del Señor: Su Palabra, las homilías del sacerdote, las peregrinaciones, la Misericordia de Dios en el Sacramento de la confesión, la unión maravillosa con el alimento de la comunión, las charlas de tales o cuales predicadores.
En otras palabras, estamos recibiendo tanto y no tenemos el valor de salir de nuestras comodidad, de ir a una cárcel, a un instituto correccional, hablarle al más necesitado, decirle que no se entregue, que ha nacido católico y que su Iglesia lo necesita, ahí, sufriente, porque ese su dolor va a servir para redimir a otros, porque ese sacrificio le va a ganar la vida eterna.
No somos capaces de ir donde los enfermos terminales en los hospitales y rezando la coronilla a la Divina Misericordia, ayudarlos con nuestra oración en ese momento de lucha entre el bien y el mal, para librarlos de las trampas y tentaciones del demonio. Todo moribundo tiene temor y el solo tomar la mano de uno de ellos y hablarle del amor de Dios y de la maravilla que lo espera en el Cielo junto a Jesús y María, junto a sus seres que partieron, los reconforta.
La hora que estamos viviendo, no admite filiaciones con la indiferencia. Tenemos que ser la mano larga de nuestros sacerdotes para ir donde ellos no pueden llegar. Pero para ello, para tener el valor, debemos recibir a Jesús, vivir con Jesús, alimentarnos de Jesús.
Tenemos miedo a comprometernos un poco más y cuando el Señor dice: “Busca primero el Reino de Dios y lo demás se te dará por añadidura”, es el todo hermanos. Es el buscar el Reino de Dios por todos los medios y con todos los medios y… ¡abrir las manos para recibir TODO por añadidura; porque es el Patrón que mejor paga, el único que está atento a tus menores necesidades!
Hermano, hermana, gracias por haberme permitido cumplir con la misión que se me ha encomendado: hacerte llegar estas páginas.



Que Dios te bendiga en esta Pascua de Resurrección.
Tu hermana en Jesucristo Vivo,
Catalina Rivas
Misionera laica del Corazón Eucarístico de Jesús
“PROMESAS A LOS DEVOTOS DE LA SANTA MISA”

«El Que Come Mi Carne Y Bebe Mi Sangre, Permanece En Mí Y Yo En Él.» Juan 6:56
Si dejas de recibir tan sólo una vez la Sagrada Eucaristía, considera lo que puedes perder: a). Sentir directamente en tus entrañas al redentor de la vida –el Hijo de Dios–, con toda su santidad, divinidad y gloria; b). Un aumento especial de la gracia santificante, que embellece tu alma y la hace más grata a los ojos de Dios; c). La fortaleza sacramental para vencer las tentaciones; d). La preciosa oportunidad de recibir el perdón de tus pecados veniales; e). La ocasión de obtener una absolución parcial de las penas temporales, por tus pecados; f). El gozo y regocijo espiritual, que cada Eucaristía suele producir; g). Un aumento de la gloria que está destinada para ti, por toda la eternidad; h). Tal vez una gracia o favor especial que por mucho tiempo venias implorando, si conviene para el bien de tu alma; i). Quizás la conversión de una persona cercana a ti; j). Posiblemente el descanso eterno de un ser querido tuyo, que ahora está sufriendo en el Purgatorio...

“Si Conociéramos El Valor Infinito De La Santa Misa, Jamás Dejaríamos Un Día De Asistir A Ella”.

Por su parte, si dejas de asistir tan sólo una vez a la Santa Misa, siendo domingo o no, considera lo que puedes perder: a). Las Misas que hayas oído en vida, serán tu mayor consuelo en la hora de tu muerte; b). Cada Misa oída con devoción, será una prenda segura de perdón en la hora del juicio; c). Por cada Misa oída piadosamente, puedes disminuir el castigo temporal merecido por todos tus pecados, en igual proporción; d). Al asistir devotamente a la Santa Misa, rindes al Sagrado Corazón de Jesús uno de los homenajes más grandes posibles; e). Una sola Misa que oyes con devoción durante toda tu vida mortal, será de mayor provecho para ti, que muchas otras ofrecidas en tu honor después de tu muerte; f). De muchos peligros y desgracias te preservará Dios, a causa de la Santa Misa que oyes con fervor, aparte de reducirte considerablemente tus días en el Purgatorio; g). Si al oír la Santa Misa con devoción, se la ofreces a Dios omnipotente en honor de algún Ángel o Santo, agradeciendo al Señor por los favores concedidos a él, honras a ese Ángel o Santo elegido y de este modo te haces acreedor a la especial protección del mismo; h). Por medio de la Santa Misa recibes maravillosas bendiciones para tu bienestar espiritual, corporal y material, y el de tus seres queridos. No en vano, la Santa Misa es la devoción predilecta de los Santos.

Por lo tanto, antes de decidir no confesarte para poder comulgar o incluso no asistir a la Santa Misa porque es día ordinario, o porque siendo domingo no deseas ir, piénsalo más de dos veces, pues tal vez la oportunidad que perdiste hoy, podrá representarte toda una eternidad el día de mañana...

* Basado en las promesas hechas por Jesús a Santa Gertrudis.

Consecuente con lo anterior, debemos decir que los fines de la Santa Misa son básicamente cuatro: Adoración a Dios, agradecimiento por sus beneficios, reparación por nuestros pecados y petición por nuestras necesidades espirituales, corporales y materiales, presentes y futuras. Al respecto, vale la pena citar lo que algunos Santos y religiosos opinan sobre la grandeza de la Santa Misa:

– San Agustín. Si alguno oye devotamente la Santa Misa, alcanzará grandes auxilios para no caer en pecado mortal y se le perdonarán sus pecados veniales e imperfecciones. Todos aquellos pasos que uno da para oír la Santa Misa, son escritos y contados por su Ángel de la Guarda y, por cada paso dado, el altísimo Dios le concederá un grandísimo premio en esta vida mortal y perecedera. Oír devotamente la Santa Misa y adorar el Santísimo Sacramento, ahuyenta al Demonio del pecador. Mientras una persona oye la Santa Misa, no pierde el tiempo, sino que gana mucho (mucho más de lo que se pueda imaginar).

– San Gregorio. El que escuche devotamente la Santa Misa, se librará de grandes peligros y de muchos males. Ningún sacrificio hay en todo el mundo como la Santa Misa. Por medio de ella, las almas de los difuntos se liberan de las penas del Purgatorio. Y por las Misas oídas con devoción, los pecadores se convierten a Dios y las almas se libran de las penas que merecían en el Purgatorio por sus pecados.

– San Alberto Magno. El santo sacrificio de la Misa está tan lleno de misterios como el mar está lleno de gotas, como el Sol de átomos, como el firmamento de estrellas y como el Cielo empíreo de muchísimos ángeles. Aquella persona que en la Santa Misa contemple la pasión y muerte de Jesús, merecerá más que si peregrinara a pie descalzo por los lugares santos de Jerusalén, o ayunara a pan y agua un año entero, o se azotara hasta derramar toda la sangre de sus venas, o rezara trescientas veces el Salterio.

– San Cipriano. El santo sacrificio de la Misa es medicina para sanar las enfermedades y ofrenda para purgar las culpas.

– San Buenaventura. La Santa Misa es el compendio de las maravillas que Dios ha hecho a favor de los hombres.

– Juan Bautista Mantuano. Aunque Dios me diera cien lenguas y con ellas una voz de acero que jamás se me agotara, no sería posible declarar y manifestar los beneficios, gracias, privilegios y grandes provechos, que se ganan con oír la Santa Misa en gracia de Dios.

– San Bernardino de Sena. La Santa Misa es el mayor bien que se puede ofrecer por las benditas almas, para librarlas y sacarlas del Purgatorio.

– Eugenio Papa. Más aprovecha para la remisión de la culpa y la pena, oír una Santa Misa, que todas las oraciones del mundo.

– Santo Tomás de Aquino. Los efectos que causa el santo sacrificio de la Misa, son los siguientes: Resiste a los malos pensamientos, destruye los pecados, mitiga el aguijón de la carne, da fuerza al alma para batallar contra los enemigos, perdona los pecados veniales, purifica, limpia y purga el corazón, alienta a obrar el bien, aumenta la castidad, acrecienta el fervor de la caridad, da fuerza para sufrir las cosas adversas y llena al alma de todas las virtudes.

En fin, si nos dieran un millón de pesos por asistir a la Santa Misa, sacaríamos el tiempo necesario, dejaríamos de lado todos nuestros deberes e iríamos allí sin pensarlo más de dos veces... Asistir todos los días a la Santa Misa es un acto de fe, que si queremos, lo podemos hacer.

Lo que Ocurre en la Santa Misa - Catalina Rivas:

«¿Para qué ir a misa? ¡Si no tengo ganas!»: conozca la respuesta, muy lógica, del padre Loring


El jesuita Jorge Loring, que falleció  a los 92 años de edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos. 

En su opinión, tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de fe. 

En su libro "Anécdotas de una vida apostólica" (De Buena Tinta), explica cómo respondía a la pregunta "¿por qué me piden ir a misa, si no tengo ganas?" 

Lo reproducimos aquí.

Por qué hay que ir a misa, por Jorge Loring, sj

Es de pena la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa Misa. 

Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un error.

El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de ellas. 

Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo, pues su hijo es para ella un valor. 

Quien sabe lo que vale una Misa, prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena voluntad. 

La voluntad no coincide siempre con el tener ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tie nes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.

Algunos dicen que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?

A nadie puede convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder apreciarlas.

Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para ir de mala gana, es preferible no ir.

Si la Misa fuera una diversión, sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que hacerlas con ganas y sin ganas

No todo el mundo va a clase o al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos obligación de ir.

Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten- ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo pasa con la Misa.

El cumplimiento de las obligaciones no se limita a cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se debe. 

(Bajo estas líneas, el padre Loring dando alguna respuesta clara a un joven estudiante)


Muchos cristianos no caen en la cuenta del valor incomparable de la Santa Misa.

En la misión de Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en el casino a la juventud mayor de dieciséis años.

Durante la comida nos dijo el padre Pardo:—Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha hecho impacto.—¿Qué?—Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración! 

Y yo le dije: —¡Magnífica idea! 

Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez, cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir una sola Misa. 

Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor infinito.Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los sacrificios que tengas que hacer por no perderla.

En una ocasión viajaba yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el sevillano» y en Sevilla «el catalán».

Salimos de Barcelona a las once de la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi libro, sin levantar cabeza.

Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían: —Padre, ¿quiere un bocadillo? —No. Muchas gracias. —Pero si no ha tomado nada desde que salimos de Barcelona. —Es que al llegar a Sevilla quiero decir Misa. 

En aquel tiempo el ayuno eucarístico había que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados. Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.

En Sevilla, mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche. Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero dije Misa que vale mucho más.

Lo que vale una misa lo expresa el padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima Virgen, por toda la eternidad».

Esto parece exageración, pero cuando te lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y esto vale mucho más.


SANTA MISA [1]Resumen de respuestas y textos para participar

 [Sacerdote celebrando Misa. Ilustración]

"La Iglesia, con solícito cuidado, procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores, sino que, comprendiéndolo bien a través de ritos y oraciones, participen consciente, piadosa y activamente en la acción sagrada."
Concilio Vaticano II
Const. Sacrosantum Concilium 48

 

S = Sacerdote
R = Respuesta
Entrada y saludo inicial. 
S: En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
R: Amén.
S: La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con vosotros.
R: Y con tu espíritu.

Acto penitencial. 
S: Para celebrar dignamente estos sagrados misterios, reconozcamos nuestros pecados.
R: Yo confieso ante Dios todopoderoso y ante vosotros, hermanos, que he pecado mucho de pensamiento, palabra, obra y omisión. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa. Por eso ruego a Santa María, siempre Virgen, a los ángeles, a los santos y a vosotros, hermanos, que intercedáis por mí ante Dios, nuestro Señor.
S: Dios todopoderoso tenga misericordia de nosotros, perdone nuestros pecados y nos lleve a la vida eterna.
R: Amén.
S: Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.
S: Cristo, ten piedad.
R: Cristo, ten piedad.
S: Señor, ten piedad.
R: Señor, ten piedad.

Gloria. (Domingos y días festivos). 
R: Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Por tu inmensa gloria te alabamos, te bendecimos, te adoramos, te glorificamos, te damos gracias. Señor Dios, Rey celestial, Dios Padre todopoderoso. Señor Hijo único, Jesucristo, Señor Dios Cordero de Dios, Hijo del Padre; Tú que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros; Tú que quitas el pecado del mundo, atiende nuestra súplica; Tú que estás sentado a la derecha del Padre, ten piedad de nosotros; Porque sólo tú eres Santo, sólo tú Señor, sólo tú Altísimo Jesucristo. Con el Espíritu Santo, en la gloria de Dios Padre. Amén.

Final de la oración. 
S: Por Jesucristo... que vive y reina por los siglos de los siglos (otra versión: Por Jesucristo nuestro Señor).
R: Amén.

Liturgia de la Palabra
(Final de la 1ª y 2ª lectura)
Lector: Palabra de Dios.
R: Te alabamos, Señor.
(Lectura del Evangelio)
S: (Al inicio) El Señor esté con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Lectura del Santo Evangelio, según San...
R: Gloria a ti, Señor.
S: (Al final) Palabra del Señor.
R: Gloria a ti, Señor Jesús.


Profesión de fe: Credo. (Domingos y festivos).
R: Creo en Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Creo en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos. Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida eterna. Amén.

Presentación de las ofrendas. 
S: (Pan) Bendito seas, Señor... será para nosotros pan de vida.
R: Bendito seas por siempre, Señor.
S: (Vino) Bendito seas, Señor... será para nosotros bebida de salvación.
R: Bendito seas por siempre, Señor.
S: Orad, hermanos, para que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios, Padre todopoderoso.
R: El Señor reciba de tus manos este sacrificio para alabanza y gloria de su nombre, para nuestro bien y el de toda su santa Iglesia.

Plegaria eucarística.
S: El Señor esté con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Levantemos el corazón.
R: Lo tenemos levantado hacia el Señor.
S: Demos gracias al Señor nuestro Dios.
R: Es justo y necesario.
S: (Proclama el Prefacio correspondiente al día).
R: Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo. Llenos están los cielos y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo.

Después de la consagración. 
S: Éste es el Sacramento de nuestra fe.
R: Anunciamos tu muerte, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven, Señor Jesús!

Final de la plegaria eucarística.
S: Por Cristo... todo honor y toda, gloria, por los siglos de los siglos.
R: Amén.

Rito de la comunión.
(Recitación del Padrenuestro)
R: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.
S: Líbranos... esperamos la venida gloriosa de nuestro Señor Jesucristo.
R: Tuyo es el reino, tuyo el poder y la gloria, por siempre, Señor.

Rito de la paz. 
S: Señor Jesucristo... vives y reinas por los siglos de los siglos.
R: Amén.,
S: La paz del Señor esté siempre con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: Daos fraternalmente la paz.
(Según sea la costumbre, se intercambia un signo de paz con los más cercanos).
R: Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros (se repite dos veces). Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo, danos la paz.

Comunión de los fieles.
S: Éste es el Cordero de Dios... invitados a la Cena del Señor.
R: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme.
S: El Cuerpo de Cristo.
R: Amén.

Rito de conclusión y despedida.
S: El Señor esté con vosotros.
R: Y con tu espíritu.
S: La bendición de Dios todopoderoso... (todos se santiguan) descienda sobre nosotros.
R: Amén.
S: Podéis ir en paz.
R: Demos gracias a Dios.



1. Este resumen se basa en el Ordinario de la Misa (el texto completo se puede consultar en el sitio misas.org). Contiene los textos y respuestas principales para seguir y participar en la celebración de la Santa Misa. Para una compresión de las diferentes partes en que se divide la Santa Misa, puede consultarse el artículo "Momentos de la Santa Misa", también publicado en este mismo sitio.

https://www.devocionario.com/eucaristia/la_santa_misa_1.html

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