El Padre Pío, San Pío de Pietrelcina, decía: “Reza, espera y no te preocupes. … Dios es misericordioso y escuchará tu oración... La oración es la mejor arma que tenemos; es la llave al corazón de Dios, Debes hablarle a Jesús, no sólo con tus labios sino con tu corazón. En realidad, en algunas ocasiones, debes hablarle sólo con el corazón”…
Si haces un alto en tu camino déjate engalanar con el perfume de la oración, que puede esconder sin fatigas el lamento. No vuelvas a despreciar “el arpa del alma” que va despacio a susurrar al viento sus sueños, pero la vida se deja marchar, nada más llegar, con el fantasma del miedo y el desaliento.
Deja que la ira se esconda temblando en los huecos del amor para que pueda ser purificada en su más recóndito centro.
Señor, Danos locos, Señor, que se comprometan a fondo con la vida y sean capaces de verte aún en la niebla.
Danos locos, Señor, danos locos, hombres y mujeres que sueñen sin desanimarse que este mundo es posible de otro modo y que el cambio es posible para que este mundo sea cimentado en el amor y la solidaridad.
Danos locos, Señor, personas que sepan que el tiempo y el espacio no son motivos suficientes para recordarle al hombre de siempre que no hay mejor oficio que enseñar al hombre a ser humano y no anclarse en la "ley de la jungla".
Danos locos, Señor, personas que "no cambien un amigo por dinero ni a su hermano querido por oro de Ofir" (Eclo 7,18). Hombres y mujeres que sean "consecuentes en su pensar y coherentes en sus palabras; que sean rápidos para escuchar y calmosos para responder” (Eclo 5,10-11).
Danos locos, Señor, que sean capaces de "vivir con los hombres como si Tú les miraras, y que hablen contigo como si los hombres los oyeran" (Séneca).
Señor, Danos locos, Señor, que se comprometan a fondo con la vida y sean capaces de verte aún en la niebla.
¡Hay escritos que vienen a nosotros con “vida propia” y que son capaces de satisfacer nuestras propias necesidades!
Una oración que escribió un soldado americano, muerto en África, y que fue encontrada en la su mochila: “Mira, Señor, yo nunca hablé contigo. Me dijeron que no existías... Pero esta noche, cuando estaba en la trinchera, una bala iluminó la oscuridad y vi tu cielo. Sólo entonces caí en la cuenta de que me habían engañado, al mirar con atención todo lo que Tú has hecho. Oh, Dios, ¿Y si me dieras un apretón de manos? ¿Cómo es posible que haya venido a parar a este infierno sin nunca haberte encontrado? Yo te amo; quiero que lo sepas. Sabes, Señor, la batalla va a ser tremenda. ¿Y quién sabe si yo mismo no iré a llamar a tu puerta? A pesar de que aquí no hemos sido amigos, espero que Tú mismo me abras. Y, pensando en esto, me echo a llorar: ¡Oh, cómo querría haberte conocido antes! Ahora que te conozco ya no tengo miedo a la muerte.
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