Queridos diocesanos:
En el presente curso queremos promover la presencia de los laicos católicos en la vida pública. Ya el Concilio Vaticano II enseña que los fieles laicos, incorporados a Cristo por el bautismo, forman parte de la Iglesia y están llamados a participar, según su condición, en la misión evangelizadora de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo. El Concilio ha subrayado, a la vez, que el carácter peculiar de la vocación de los laicos es “buscar el Reino de Dios ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. A ellos de manera especial les corresponde iluminar y ordenar todas las realidades temporales, a las que están estrechamente unidos, de tal manera que éstas lleguen a ser según Cristo, se desarrollen y sean para alabanza del Creador y Redentor” (LG 31).
El compromiso evangelizador de los laicos en la vida pública no se reduce a la política; abarca también el ámbito social, la economía, la cultura, las ciencias y las artes, la vida internacional, los medios de comunicación de masas, así como otras realidades abiertas a la evangelización como el amor, la familia, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo profesional o el sufrimiento. Cuantos más laicos haya impregnados del Evangelio, responsables de estas realidades y comprometidos en ellas, competentes para promoverlas y conscientes de que es necesario desplegar su plena capacidad cristiana, tanto más se irá implantando el Reino de Dios y se extenderá la salvación de Cristo.
Punto de partida irrenunciable para poder llevar a cabo su compromiso específico es que el fiel laico viva la novedad de la vida cristiana que dimana de su Bautismo y la llamada universal a la santidad. A partir de una vida cristiana intensa de fe, alimentada en la oración, en la Palabra de Dios, en la Eucaristía y en el sacramento de la Penitencia, el cristiano puede y debe crear un mundo diferente, purificado, humanizado y santificado por la acción del Espíritu Santo. Desde la belleza y el gozo de su vida redimida y enriquecida por los dones de Dios, el cristiano puede y debe hablar de lo que ha recibido: del Señor Jesucristo y del amor del Dios Padre que son el origen y la riqueza de su vida; y sobre todo, deberá plasmarlo en su actividad cotidiana.
Toda la fuerza apostólica del cristiano descansa en la conversión personal, la renovación evangélica y la formación permanente. El Evangelio, la gracia de Dios, la acción de Cristo y de su Espíritu actúan siempre de dentro a fuera, cambiando la intimidad de la persona, sus actitudes de fondo, ideas y criterios, y su comportamiento. La primera transformación de la realidad que los cristianos debemos procurar es la transformación de la propia vida, las actitudes, los deseos y las aspiraciones. Las estructuras, las relaciones, las actividades de los hombres, toda la realidad social es proyección y expansión de esta realidad propia del ser personal de cada uno.
Hoy, ante un ambiente pagano y hostil al cristianismo, así como ante las proclamas del laicismo radical que quiere eliminar injustamente del ámbito público cualquier manifestación religiosa, los laicos han de superar el miedo a vivir su ser cristiano, a confesarse y a comportarse como tales en todos los momentos de la vida. Como Iglesia no podemos dejar de evangelizar. Lo hacemos por fidelidad al mandato de Jesús. Nos urge la caridad de Cristo hacia todos y todo.
Con mi afecto y bendición,
+ Casimiro López Llorente
Obispo de Segorbe-Castellón
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