Si un hombre da una bofetada a otro hombre, merece un castigo, que será tanto más grande cuando más importante sea el ofendido. Por ejemplo no es lo mismo si yo hiero a un compañero de trabajo, que si provoco la misma herida al gerente de la fábrica, o que si lo hago con el mismo presidente de la nación. Y aunque todos somos hombres, va cambiando la pena según sea la dignidad del ser ofendido.
Pues bien, cuando el hombre peca, comete un delito contra Dios, que es el Ser Supremo, de dignidad infinita y que, además, es eterno. Y por si ello fuera poco, es también la Bondad infinita.
Nos faltó decir en el ejemplo anterior del hombre que hería a otro, que si el que hería lo hacía contra un niño indefenso y bueno, mucho más grave castigo merecía, y también el repudio de la humanidad.
Cuando ofendemos a Dios, estamos atentando contra un Ser que es además de infinito, bueno e inocente. De modo que el castigo debe ser a la medida de la dignidad del Ser ofendido, es decir, merecería un castigo infinito.
Así Adán y Eva, cuando pecaron, perdieron todo y se hicieron merecedores -ellos y nosotros, que estábamos en potencia en ellos- un castigo infinito, es decir, el Infierno, que es un castigo tremendo pero limitado y que dura para siempre.
Así toda la humanidad estaba destinada a ir al Infierno. El hombre -ningún hombre-, podía saldar esa deuda, porque el hombre es un ser limitado y vive un cierto tiempo sobre la tierra y nada de lo que hace tiene un valor infinito, no tiene qué ofrecer a Dios para reparar el daño causado.
Así era necesario que surgiera un hombre que pudiera saldar esa deuda contraída con Dios, reparar esa ofensa, y ese hombre debía ser también infinito, es decir, debía ser Dios. Por eso la Segunda Persona de la Santísima Trinidad se encarnó y se hizo Hombre: Jesucristo, y con su sufrimiento infinito, canceló la deuda del pecado.
Por eso no hay salvación fuera de Jesucristo, porque sin Él no hay manera de pagar la deuda que merece nuestro pecado. Por eso Jesús es el Salvador, y ninguno se salva sin Él.
Debemos dar gracias a Dios, que por amor al hombre, hizo que el Verbo se encarnara para saldar la deuda. Ahora quien quiere salvarse, debe creer en Jesucristo como el único Salvador y cumplir sus palabras, haciéndose bautizar y viviendo en gracia y amistad de Dios.
Ahora es posible la salvación, pero está en nosotros el aceptarla o no, aceptando o no a Jesucristo.
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