¡Estimados Hermanos y Hermanas en Cristo! ¡Paz y Bien!
Los discípulos de Jesús se contraponen a la actitud del hombre rico que se presentó en el evangelio que oímos ayer. La intervención de Pedro, como portavoz del grupo, no se hace esperar. Atribuye a los discípulos dos méritos: el hecho de haberlo dejado todo y haber seguido a Jesús. No es difícil imaginar lo que se esconde en estas afirmaciones: ¿qué podrían esperar de esa aventura? ¿qué les va a tocar a ellos? Son preguntas muy humanas y que en la fe representan una “inversión” de alto riesgo. Pensemos en un instante en tantos hombres y mujeres que a lo largo de la historia fueron capaces de “dejarlo todo para seguir a Jesús”: Francisco y Clara de Asís, Ignacio de Loyola, Joaquina Vedruna... Para muchos parece un disparate, una locura, pero ellos habían encontrado el camino de sus vidas y con eso eran capaces de relativizar todo por Jesús.
La respuesta de Jesús no se refiere solamente al grupo de discípulos, sino a cualquier seguidor suyo que manifiesta su adhesión en la renuncia de los bienes y en el anuncio de su mensaje. En un primer momento parece que dejar casa, familia y bienes por Jesús adquiere una tonalidad inhumana, especialmente cuando se refiere a los vínculos familiares. Pero la promesa es grande: ciento por uno, aquí en el presente en casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y tierras y en el futuro, la vida eterna.
Lo que Jesús propone es una verdadera revolución en las relaciones: nuevas relaciones fundamentadas en el seguimiento, dónde todos son una sola familia. Si miramos la dos enumeraciones hechas por Jesús (cf. Mc 10, 30-31), la del seguidor que deja y la de lo que encuentra, resulta curioso constatar la omisión del padre, figura de autoridad. La fraternidad es lo que caracteriza la comunidad de Jesús. Ojalá pudiéramos decir a cualquier cristiano que encontremos: “estés donde estés, ¡tu eres mi hermano!”.
Pidamos al Señor que nos ayude a relativizarlo todo por él:
Señor, haznos libres para poder ir en pos de ti y seguirte.
Comunícanos el don del desprendimiento de las cosas de la tierra
y enséñanos a valorar las riquezas de los bienes que nos esperan en la vida eterna. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario