Queridos hermanos:
Sobre este texto de Lucas, del Buen Samaritano, tenemos preciosos comentarios que os invito a leer. Desde esta página voy a intentar dar una visión distinta, ya que de una parábola se trata. Miremos el evangelio desde la víctima: “Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, cayó en manos de unos bandidos, que lo desnudaron, lo molieron a palos y se marcharon, dejándolo medio muerto”, prestemos ojos a los apaleados, a los machacados, a los tirados en los caminos, a los que viven en los márgenes, que no por eso son mejores, simplemente están excluidos, en los bordes.
Allí tirado, vio venir a un sacerdote y se dijo: ¡qué suerte!, este me recogerá y me curará, al fin y al cabo, entra entre sus valores atender a los caídos, ser misericordioso, tener compasión. Pero al verlo: “Dio un rodeo y pasó de largo”, quizás tenía prisa o llegaba tarde al templo. El hombre pensó, no sin antes decir algún improperio, tanto culto, tanto Dios y tanto rezo y no se preocupan por uno medio muerto. Le hervía la sangre, mientras contemplaba como se alejaba, como si no hubiera visto nada.
Distinguió a lo lejos a un levita, le reconoció por su forma de vestir, estos también atienden la liturgia del templo y en ocasiones son una especie de diáconos. Bueno, puede que este me recoja y me levante, se ilusionó: “Pero hizo lo mismo”. Demasiados tramites, curarle, llevarle algún sitio, dar explicaciones, mejor pasar de largo, atenderle le llevaría toda la tarde. Aquel hombre, se rindió, nadie se preocupa por nadie, e incluso se preguntó, si él en la misma situación no hubiera hecho lo mismo.
Se estaba desangrando, pero aún tuvo tiempo para escuchar una cabalgadura y ver que el que se acercaba era un samaritano. ¡Lo que me faltaba!, este es capaz de quitarme hasta la poco ropa que me queda. Se bajó del caballo, él estaba temblando, llevaba en las manos dos frascos, le echó aceite y vino en las heridas y él perdió la consciencia, se despertó en una posada. “Al día siguiente (el samaritano), sacó dos denarios y, dándoselos al posadero, le dijo: Cuida de él, y lo que gastes de más yo te lo pagaré a la vuelta”.
No sabemos más, del que bajaba de Jerusalén a Jericó, puede que empezara a confiar en la condición humana y aprendiera lo que es tener entrañas de misericordia. Lo que está claro, que él y los que escucharon esta parábola, en la versión que sea, quedaron desconcertados. Jesús pone como modelo a un samaritano, a un fuera de la ley, a un casi hereje, a un enemigo. Pero ¿es que un ateo, un agnóstico…. puede entrar en el Reino?, la respuesta es rotunda: SÍ, aunque no lo sepa, basta que ame y ame desinteresadamente. El Reino es dado a los que amaron sin conocer a Jesús en el prójimo, se nos recuerda en (Mt 25).
El maestro de la ley, debe preguntar desde Jerusalén: “¿Y quién es mi prójimo?” y la respuesta sólo se puede entender bajando a Jericó, ha estar con los más necesitados. “¿Cuál de estos tres, te parece que se portó como prójimo, del que cayó en manos de los bandidos? Él contestó: El que practicó la misericordia con él. Jesús le dijo: Anda, haz tú lo mismo”. Probablemente, ni el sacerdote, ni el levita eran malas personas, ni la víctima una estupenda persona, de lo que se trata, no es de saber el precepto (Amar a Dios y al prójimo), los tres lo conocían, se trata de descentrarse, de moverse a compasión.
Vete y haz tú lo mismo, sal a los caminos, recoge a los tirados y denuncia a los salteadores, cura con vino y aceite (los signos del Reino, los milagros). Aprende quién es tu próximo, acompaña (paga hasta la vuelta), lee las historias de Jesús de otra manera, y escucha la Palabra de Dios, en el pueblo y en la vida. Vete y déjate acompañar, siéntete pecador, herido, amado y tratado por Dios con misericordia, para que puedas tratar a los demás de la misma manera. Vete y entrega no sólo lo que tienes, sino lo que eres y eso será buena noticia. Vete… porque Dios se nos está mostrando de la realidad aunque sea con cara desfigurada. Se nos muestra en el camino, en la esquina, en la calle, en los rostros, en el templo, en el bar… y esto es el desconcierto. Nos invita a salir, como la única forma de entrar, a perderse para encontrarte-encontarLE. Qué bien lo expresa Pedro Casaldáliga: “Voy a intentar querer lo que Tú quieres/ y hacer Tú voluntad contra la mía. / Quiero dejar Te ser lo que Tú eres: / ¡Único, Otro, Nuevo cada día!”.
Aunque parezca increíble: “Dios, más que la televisión, más que los actores de moda, ha escogido para hablar a nuestra sociedad, para mostrarse a nosotros, el silencio del indigente, la desfachatez impuesta de la prostituta, el llanto del niño maltratado, la humildad del inmigrante, la rabia del preso, la soledad de la mujer desesperada, la honestidad y limitación del voluntario. La basura humana de la sociedad, ha resultado ser la tribuna que Dios ha escogido, para comunicarse a nosotros, hombres y mujeres de la moderna sociedad occidental, urbana, desarrollada” (José Sols Lucia, Teología de la Marginación, Cuadernos Cristianismo y Justicia, nº 46).
Como dice la primera lectura del Deuteronomio: “El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo”.
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