“Echó al demonio y el mudo habló”. Me basta esa frase del Evangelio para pensar en que Jesús era un verdadero revolucionario.
Cuando pensamos en revolución, enseguida nos imaginamos a alguien con un fusil en las manos. Pero eso no es toda la revolución. Es más, lo del fusil es muy poca revolución. Las revoluciones que se han hecho con fusiles no han logrado cambiar de verdad la sociedad humana. En general, lo único que han conseguido ha sido hacer que el poder cambie de manos. Pero poco más.
Jesús es un revolucionario porque es capaz de dar voz a los que no la tienen. Eso es una revolución grandísima. No pretende decirle lo que tiene que decir. Simplemente le da la voz. Le da la potestad de hablar, de expresar lo que piensa, de ejercer su libertad.
Podemos dar un paso más. Jesús es la presencia viva de Dios entre nosotros. Su forma de actuar y de vivir, de hablar y de comportarse, es su forma de hablarnos de cómo es Dios. Al dar la voz al mudo, nos está hablando de que Dios quiere que ninguno de sus hijos e hijas quede excluido del concierto humano. Dios quiere que todos participen en la construcción del reino de Dios. Todos aportando su voz en el concierto de voces y de esfuerzos. El reino que Dios quiere no es una dictadura, en la que uno habla y los demás obedecen. No es una tiranía donde los que están arriba, una minoría, le niegan la voz a los de abajo, la mayoría.
El reino que Dios quiere es justicia y fraternidad y diálogo. En el reino de Dios no se excluye a nadie y todos tienen voz. Y, precisamente porque todos tienen voz, Dios concede en primer lugar voz a los que carecen de ella, a los mudos. Que ellos hablen es el gran signo que nos dice que todos podemos hablar, debemos hablar, debemos contribuir con nuestra opinión y nuestro compromiso a la construcción del reino.
Nosotros, los que creemos en Jesús, tenemos que estar del lado de los oprimidos. Para darles voz y presencia en el concierto de una sociedad que a veces, muchas veces, demasiadas veces, los olvida, los margina, los oprime. Como Jesús, nosotros estamos comprometidos en dar la voz a los que no la tienen. Esa es la revolución que hacemos los cristianos. Esa es la verdadera revolución que plantea y propone Jesús en el Evangelio. Porque todos somos hijos de Dios
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