Termina la semana y en el Evangelio de hoy Jesús nos hace una última recomendación. Hasta tres veces nos repite: “No tengáis miedo”. No debemos tener miedo a nada ni a nadie porque Dios nuestro padre está a nuestro lado. Porque pueden matar nuestro cuerpo pero no podrán matar nuestro espíritu. Porque hasta los cabellos de nuestra cabeza están contados y el que vela por este mundo, que es su creación, ¿no va a cuidar de nosotros que somos sus hijos queridos?
Una lectura como la de hoy la deberíamos tener siempre presente en nuestros corazones y en nuestra mente. Frente a los profetas agoreros, a los que anuncian catástrofes, a los que dicen que todo va mal y que nos dirigimos directamente al abismo o que, incluso, ya hemos dado un paso al frente, hay que recordarles que este mundo es creación de Dios, que nosotros, cada uno de nosotros, somos criaturas suyas. Y que, por eso, simplemente por eso, Dios no nos va a dejar de su mano.
Los cristianos somos radicalmente optimistas. Es nuestra actitud básica. No quiere decir que seamos unos inconscientes. No estamos ciegos. Vemos los problemas que nos rodean. Sabemos de las dificultades que nos enfrentamos en nuestra vida personal, en nuestras familias, en el trabajo, en nuestros países. Somos conscientes de que no hay soluciones fáciles. Seguir adelante implica nuestro compromiso, nuestro esfuerzo, nuestro sacrificio.
Pero estamos dispuestos a todo ello porque sabemos que a nuestro lado, compartiendo con nosotros cada uno de nuestros pasos, está Dios mismo, que nunca nos va a dejar de su mano. Por eso, somos capaces de tomar decisiones arriesgadas. Por eso, no tenemos miedo. El que cuida de los gorriones, ¿no va a cuidar de nosotros?
Llevamos este tesoro en nuestro corazón: la seguridad de que Dios está con nosotros. Nos podremos equivocar. Cometeremos errores. Pero nunca, nunca, vamos a desesperar. Nunca, nunca, nos vamos a quedar tendidos en el suelo, sin levantarnos, pensando que no vale la pena seguir intentándolo.
El reino de Dios, la fraternidad, la justicia, el perdón sin medida, el amor mutuo, la acogida a los más pobres y marginados, todo eso vale la pena. Como Jesús, queremos dar la vida para que todo eso se haga realidad, para que nadie quede fuera ni excluido ni marginado.
Queda mucho por hacer para que ese reino se haga realidad. Pero somos optimistas porque sabemos que Dios está con nosotros. El camino es duro a veces pero seguimos caminando. Nos caemos pero nos levantamos. Para amar, para perdonar, para hacer justicia, para acoger a todos. Sin miedo.
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