Casi parece de chiste lo que dice hoy Jesús a sus discípulos. Está claro que, a poco que sus discípulos sean de verdad discípulos y traten de seguir de verdad los pasos del maestro, lo van a tener muy difícil. La razón es muy sencilla: les va a pasar lo mismo que le pasó a Jesús, que sus palabras no gustaron a mucha gente de su tiempo. Pero sobre todo no les gustaron a los que estaban arriba en la escala social, a los ricos y poderosos.
¿Cómo les va a gustar a los de arriba, a los que disfrutan casi con exclusividad de los bienes de este mundo, a los que se aprovechan de los demás, que alguien venga a decirles que todos somos hermanos, que lo que hacen es injusto, y que se tendrían que bajar del pedestal y compartir lo que tienen? Decía Mafalda, el famoso personaje de los dibujos de Quino, que “nadie puede amasar una fortuna sin antes hacer harina a los demás.” Y un algo mucho de razón tenía. Lo que propone Jesús es precisamente repartir esa fortuna amasada entre todos y, sobre todo, entre los más pobres y los más excluidos (en lenguaje de Mafalda, entre los que “han sido hechos harina”).
Pues de eso va el reino de Dios del que tanto habló Jesús: de compartir, de hacer justicia, de que nadie se quede fuera del banquete. Porque lo de que Dios es el padre de todos tiene necesariamente consecuencias prácticas en la vida económica de las personas, de las familias y de los pueblos. A no ser que nos quedemos en consideraciones meramente espirituales. ¡Los que compartimos el pan de la Eucaristía no podemos dejar que nuestros hermanos pasen hambre!
Pasa que a los que están arriba no les gusta nada que les digan esas cosas. Porque ven que su vida y sus comodidades van a cambiar. Y a nadie le gusta dejar la buena vida y bajar de nivel.
A Jesús le pasó lo que le pasó porque se convirtió en una figura incómoda para los poderosos. Sus palabras, su modo de comportarse, su forma de vivir, eran testimonio claro de que otra sociedad era posible. Eso incomodó lo suficiente a los poderosos como para ponerse como primer objetivo eliminarlo. Debieron pensar que a “grandes problemas, grandes soluciones”. No contaron con que detrás de Jesús estaba Dios mismo y que la respuesta de Dios –la resurrección– iba a ser el comienzo de una historia nueva y de una esperanza nueva para toda la humanidad.
Si seguimos a Jesús, lo normal es que nos pase lo que a él. No hay que asustarse. Más bien hay que confiar porque nuestra lucha por la justicia y la fraternidad, por el Reino, está respaldada por el mismo Dios. ¡El Abbá de Jesús está de nuestro lado! ¿A quién temeremos?
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