Las rúbricas pre-Concilio Vaticano II para cuando se cae una
Hostia, al igual que las rúbricas de la liturgia latina, son para salvaguardar
la debida reverencia al Santísimo Sacramento. La revista American
Ecclesiastical Review en su edición de mayo de 1949 explicó:
«Este procedimiento requiere que el lugar en el que la Sagrada
Hostia ha caído debe ser purificado, por lo general, con un purificador húmedo,
y luego de raspado, las raspaduras deberán ser arrojadas al sacrarium (el
pequeño lavabo en la sacristía que drena en terreno de la iglesia). En general,
ciertos autores interpretan el cumplimiento de esta rúbrica, que con el fin de
evitar el retraso en la distribución de la Sagrada Comunión, permite que se
marque el lugar en el que la Sagrada Hostia ha caído, o bien con un paño de
lino o con la bandeja que se utiliza para sostener las vinajeras, para que el
sacerdote después de la Misa pueda regresar al mismo lugar para purificar este
en la forma prescrita en De Defectibus».
Este procedimiento estricto no sólo da a Dios la reverencia que
le es debida, sino que impresiona profundamente al espectador, tal y como me
impresionó a una temprana edad.
Fue alrededor del año 1965, yo era un niño de unos 7 años de
edad. Mi padre me llevó a la misa dominical de la “Parroquia italiana”, de
Nuestra Señora de la Consolación, en Filadelfia. La misa se celebraba todavía
en latín; la atmósfera sagrada todavía impregnaba la iglesia y la liturgia,
aunque las primeras corrientes ascendentes del cambio estaban en el aire.
Durante el tiempo de la Comunión de este particular domingo, el
sacerdote dejó caer accidentalmente una Hostia consagrada. Estábamos sentados
en los bancos de delante, y mi padre me llamó la atención.
El sacerdote interrumpió brevemente la distribución de la
Comunión en busca de una pequeña tela blanca que colocó sobre la Hostia en el
suelo. La distribución de la Sagrada Comunión se reanudó, con el sacerdote y
monaguillo pisando con cuidado alrededor de la Velada Hostia.
Mi padre me mantuvo deliberadamente después de la misa para que
yo pudiera ver la rúbrica de la purificación en la primera fila. Todo se hizo
simplemente y en silencio, pues no había se debía hablar en absoluto dentro de
la iglesia por aquel entonces, en reverencia al Santísimo Sacramento.
El sacerdote y el monaguillo se acercaron al lugar cerca del
comulgatorio en el interior del santuario, en el preciso lugar que estaba
cubierto con la tela blanca. El sacerdote se puso de rodillas, levantó el velo,
recuperó las Sagradas Especies y las consumió con dignidad y decoro. Poco a
poco, con reverencia, y aún de rodillas, limpió y purificó la parte del suelo
donde la Hostia había caído. Se tomó su tiempo. No había prisa. Un aire de
solemnidad, de santidad y de adoración impregnaba todos sus movimientos. Me
sentí fascinado y edificado con aquel procedimiento. Recuerdo que pensé para
mis adentros, “verdaderamente, la Sagrada Hostia es el Cuerpo de Nuestro Señor
Jesucristo”, porque el sacerdote tenía un cuidado y reverencia imponentes.
Aquella fue la mejor catequesis sobre la presencia real que jamás he tenido.
¿Qué ven ahora los niños de siete años? En las parroquias
modernas, bajo las rúbricas laxas de la Nueva Misa, el sacerdote simplemente
recoge la Hostia caída y sigue adelante, como si se le hubiese caído algo de
dinero suelto. Las partículas son abandonadas para ser pisadas y profanadas.
Antes y después de la misa, la gente charla a distancia en la iglesia como si estuviesen
socializando en el salón parroquial. Muchos sacerdotes y laicos modernos
ignoran su deber de estar en silencio ante el Santísimo Sacramento. Se olvidan
de la severa advertencia de la pequeña Jacinta de Fátima, «Nuestra Señora no
quiere que la gente hable en la iglesia.»
¿Dónde está el respeto y el cuidado hacia el Santísimo
Sacramento en la Iglesia postconciliar con la introducción de la Comunión en la
mano y con la actitud de “cualquier persona puede tocarlo”? ¿Cómo van nuestros
jóvenes adquirir una comprensión de la Presencia Real de Nuestro Señor en el
Santísimo Sacramento cuando este recibe un tratamiento despreocupado por parte
de los sacerdotes? ¿Cómo puede ser la reverencia por la Eucaristía inculcada en
los fieles católicos cuando estos la ven distribuida en la mano como si fuese
mero producto alimenticio común, o cuando la ven distribuida por laicos mal
capacitados, que no debería estar manejando al Santísimo Sacramento en el
primer lugar?
No es un misterio el por qué tantos católicos han perdido la fe
en los Sagrados Misterios. Demasiados de nuestros sacerdotes han abandonado la
devoción exterior necesaria:
1) para dar la debida reverencia a Cristo en el Santísimo
Sacramento;
2) para enseñar a las personas a través del ejemplo, la más alta reverencia que
se debe mostrar a Nuestro Señor Jesucristo, verdaderamente presente en el
Santísimo Sacramento.
Sin embargo, la catástrofe
postconciliar no seguirá indefinidamente. Algún día la Iglesia volverá a ser
bendecida con una jerarquía que dé, a Nuestro Señor, en el Santísimo
Sacramento, la reverencia debida al Rey de Reyes.
Mientras tanto, resistamos a las innovaciones sacrílegas, tales como la
Comunión en la mano; animemos a otros a resistirlas.
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