“Arderéis como en el 36”… Así gritaba la concejala podemita Rita Maestre en el asalto a la capilla de la Universidad Complutense. Y por no haber leído la comprensiva declaración del cardenal Osoro respecto a la aprendiz de pirómana, algunos librepensadores, que no hacen ni caso a los escritos de algunos obispos, calificaron a Rita Maestre de radical y de sectaria, y hasta se atrevieron a denunciarla ante los tribunales, los muy fachas, como les llamaron a los denunciantes los muy moderaditos y muy cobardicas católicos-tibios (no me refiero al cardenal Osoro).
Pero tengo para mí que el radicalismo y el sectarismo no son la raíz de la incendiaria gesta de Rita Maestre, porque esos dos elementos tan antidemocráticos son, en realidad, la consecuencia de la profunda ignorancia de la asaltante en sujetador negro. Lo cual resulta de entrada sorprendente, porque la revolución al desnudo de Rita Maestre no está al alcance de nuestras universitarias normales, y la prueba es que en los más de cuarenta años que llevo en la Universidad, todavía no me he encontrado a ninguna mujer en sujetador por los pasillos.
Y en segundo lugar, lo de la ignorancia de Rita Maestre, si no es disculpable, al menos es comprensible, porque lo de la revolución de la concejala de Madrid lleva sus horas de ensayo y mucha dedicación para trazar la estrategia del asalto a una capilla ataviada con un sostén a modo de armadura, profiriendo gritos incendiarios y diciendo no sé qué cosas de unas almejas y de unas bolas de la China, que a saber en qué reputadísima asignatura se lo habrán enseñado a doña Rita.
Pues bien, como digo, tanto tiempo dedicada para poder descifrar ciertos secretos gastronómicos de las almejas, a Rita Maestre le ha restado dedicación para el estudio de la Historia, tanto que la pobre ni siquiera ha podido pasar de lo de Viriato. Lo de Colón, siglo XV, ni le suena y lo de la Segunda República y la Guerra Civil del siglo XX resulta una enorme confusión en su cabeza. Con un mínimo conocimiento de nuestro pasado más reciente, lo que tenía que haber gritado Rita Maestre no es “arderéis como en 36”, sino “arderéis como en el 31”.
La II República tardó menos de un mes en incendiar iglesias y conventos. En 1931, no en 1936
 
Nos quieren meter gato por libre, de manera que ya están preparando el terreno para que esa Comisión de la Verdad que cercenará nuestras inteligencias, que nos multará y que nos encerrará en la cárcel, establezca la verdad oficial de que la Segunda República era una fiesta de despedida de soltero, hasta que vino Franco y acabó con el jolgorio.
No, la izquierda no desplegó su actividad criminal en el 36 por la fuerza de las circunstancias de una guerra civil, sino que, desde el principio de la Segunda República, la izquierda, de la que formaba parte el partido de Pedro Sánchez, estaba preñada del odio asesino sembrado por las enseñanzas de Lenin, quien había proclamado que la revolución avanza muy despacio cuando se fusila muy poco.
Tanto fervor tenían los socialistas por el tirano ruso que al más aventajado de sus líderes, Largo Caballero, sus mismos compañeros de partido le motejaron, a título de honor, como el Lenin español. Y tanto entusiasmo despierta el Lenin español en los socialistas de ahora, que le han levantado una estatua tan fea como grande en el paseo de la Castellana, antes Avenida del Generalísimo.
De manera que no fue la guerra la que desató las bajas pasiones de la izquierda, sino que fue al revés: fueron los instintos criminales de la izquierda los que provocaron el fracaso de la Segunda República y la Guerra Civil. Los socialistas asesinaron a unos cuantos, incluido el líder de oposición, Calvo Sotelo, antes de que comenzara la Guerra Civil.  
La Segunda República española se manchó de sangre desde el primer momento, exactamente desde el mismo día de su proclamación, el 14 de abril de 1931. Ese día ya cayeron los primeros, porque según documentación de archivo “tres personas durante las últimas manifestaciones de expansión popular, fueron víctimas de accidentes en la vía pública”. Es decir, fueron asesinados por los manifestantes. Porque la cita procede del libro de actas del Ayuntamiento de Madrid y expresa con los eufemismos de “expansión popular y accidente” lo que fueron los primeros crímenes de la Segunda República. Y, como digo, la cita figura en libro de actas, porque el Ayuntamiento Republicano de Madrid se apresuró a tapar lo sucedido, corriendo con los gastos del entierro de las tres víctimas, como consta que se aprobó por unanimidad en la sesión del 15 de abril, que se abrió a las 11 horas y 20 minutos de la mañana.
Y como me imagino que cuando Rita Maestre lea este artículo, su primer movimiento será pensar que lo que he dicho me lo acabo de inventar, puede ordenar a uno de sus muchos subordinados del Ayuntamiento de Madrid que le haga una fotocopia de la sesión del 15 de abril del libro de Actas del Ayuntamiento de Madrid, concretamente del folio 57 vuelto. Y de paso, que conecte con los concejales de Podemos del resto de España, para que le digan si las alegres celebraciones de la proclamación de la Segunda República, también produjeron otros “accidentes” mortales en otras ciudades. Pero eso sí, que Rita Maestre no cometa el error de arrancar esas hojas de las actas, no vaya a ser que algún historiador ya las tenga fotocopiadas y la concejala de Madrid se quede colgada de la brocha de la Comisión de la Verdad.
Y no había transcurrido ni siquiera un mes de la proclamación de la Segunda República, cuando se produjo la quema de conventos en todo España, tomando como ejemplo lo sucedido en Madrid.
Según algunos, todo empezó por la provocación de los partidarios del rey, cuando inauguraron el Círculo Monárquico el 10 de mayo de 1931. Pero es Azaña el que afirma que en la mañana del día 11 un confidente lo avisó con cuarenta horas de antelación de los incendios que se preparaban. Luego, con una simple operación se descubre que cuarenta horas es más un día medio, y que por lo tanto los incendiarios ya habían preparado su plan antes de que se inaugurase el Círculo Monárquico el día 10.
Ardían los monasterios de Madrid, pero el muy católico ministro Maura se arrugó ante Azaña
 
La quema de iglesias y conventos comenzó en Madrid el día 11 de mayo de 1931en la residencia de los jesuitas de la calle de la Flor. A continuación, quemaron el convento de los carmelitas de la calle Ferraz. Sobre la una de la tarde ardió la Escuela de Artes y Oficios de los jesuitas en la calle Alberto Aguilera. Más tarde, los criminales prosiguieron su gesta incendiaria en el colegio Maravillas de la calle Bravo Murillo.
En la misma calle de Bravo Murillo ardió el convento de las Mercedarias de San Fernando. Cuando vieron en el huerto los nichos donde estaban enterradas las monjas, profanaron sus cadáveres. Desenterraron una momia de una monja que había muerto en 1864 y organizaron con ella una parodia de entierro. A modo de asperges arrojaban sobre la momia las botellas de vino, que habían robado en la sacristía. Además, se ensañaron con otros cuatro cadáveres, uno de ellos sepultado dos semanas antes, con los que cometieron todo tipo de barbaridades, y acabaron arrojándolos al fuego.
Además de lo que hicieron en las Mercedarias, quemaron el colegio de las salesianas de la calle Villamil y el de las religiosas del Sagrado Corazón, donde tuvieron la delicadeza de poner a salvo a las vacas, propiedad del colegio, para que no fueran pasto de las llamas. Y no consta que los animales volvieran al establo de donde las sacaron.
Y ante todo esto ¿Qué hacía el católico Miguel Maura, que era el ministro de la Gobernación…? Pues aguantarse y quedarse quieto, cuando tras insinuar que iba a sacar a la fuerza armada para contener los desmanes, escuchó la firme oposición de Azaña, no les fueran hacer daño a los sacrílegos pirómanos, porque como sentenció con frase lapidaria “todas las iglesia y conventos de Madrid no valen la vida de un solo republicano”.  Así es que don Miguel Maura, a aguantar en el cargo y a tragar, porque amenazó con dimitir, pero siguió sentado en la poltrona.
No, la quema de iglesias y conventos de mayo de 1931 no fue obra de unos descontrolados. Los numerosos incendios y la pasividad de las autoridades apuntan a que todo aquello no fue fruto de la espontaneidad. Al menos los criminales sabían que sus fechorías ni las iba a impedir la fuerza pública, ni las autoridades castigar a los responsables, porque eran sus cómplices.
Además de los incendios sacrílegos de Madrid, se quemaron también muchas iglesias de Málaga, entre ellas la de Santo Domingo donde se veneraban imágenes señeras del Barroco, como las de Pedro de Mena.
Por seguir en Andalucía, en Sevilla capital quemaron el colegio de los jesuitas y la residencia de los capuchinos. Y también quemaron edificios religiosos en pueblos de la provincia de Sevilla como Lora del Río, Alcalá de Guadaira, Coria del Río y Carmona. Y necesitaría más extensión de lo razonable en un artículo para contar lo sucedido en Valencia, Murcia, Alicante, Cádiz, Granada, Córdoba…
Pero para acabar le voy a proponer un par de recomendaciones a Rita Maestre. La primera, después de lo escrito, que cambie el grito de guerra y aparque lo del 36, porque todo empezó cinco años antes. Por lo tanto, “arderéis como en el 31”. Y la segunda, que en el próximo asalto que la concejala organice a una capilla, no se olvide de contratar a un Delacroix de nuestros días que la inmortalice en un lienzo, para ejemplo de generaciones futuras, y nos pinte con Rita Maestre de modelo una nueva versión de “la Libertad guiando al pueblo”.
Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad de Alcalá