Fiesta de Cristo Rey
El domingo 21 de noviembre celebramos la fiesta de Cristo Rey, con la cual culminamos el Año Litúrgico.
Hemos de advertir que, de ordinario, la imagen de rey que nos viene a la cabeza es de alguien vestido de manera elegante, con corona, rodeado de lujos y de poder. No es ésta la imagen de Cristo, Rey del Universo, pues Él proclama y vive un Reino de la verdad y de la vida, de la santidad y de la gracia, de la justicia, del amor y de la paz.
En ese sentido nos ha ido formando Cristo Jesús cuando lo hemos ido siguiendo con el evangelio de san Lucas a lo largo de muchos domingos, en su prolongado e importante camino hacia Jerusalén. Efectivamente, Jerusalén es la meta donde Jesús culmina su misión; es el lugar de su misterio pascual, o sea de su muerte en la cruz y su resurrección.
De modo que celebramos a Cristo Rey, pero en un trono singular, que es la cruz. Ciertamente es la cruz iluminada por la resurrección; pero ésta, la resurrección de Jesús, no cancela el momento de la muerte en cruz, sino que le da sentido.
Esta es nuestra fe: en Cristo Rey del Universo, crucificado y resucitado. De esta manera, nuestra fe nos lleva a aceptar y llevar nuestra propia cruz, y esto con paz, con esperanza e incluso como experiencia de gloria, según lo vive el mismo Jesús. La cruz no asfixia, sino que libera. Es la cruz de la verdad, de la vida, de la justicia, del amor, de la paz. Cuesta, pero vale la pena.
Uniéndonos de alguna manera a la petición del ladrón arrepentido y colgado también junto a Cristo crucificado, digamos cada uno y juntos: "Señor Jesús, tú que estás ya en tu Reino, acuérdate de nosotros" y ayúdanos a sostenernos en tu seguimiento cargando con paz y con gozo nuestras propias cruces.
La exposición que los grupos, las asociaciones y los movimientos laicales harán en el atrio de catedral (de Tehuacán) el próximo domingo, sea como una expresión de unión a Cristo, Rey del Universo.
"Viva Cristo Rey", gritaron nuestros mayores. Así gritemos nosotros. No es grito de guerra, sino de fe convencida, humilde y firme de quien quiere ser discípulo, testigo y apóstol de Cristo Jesús en el mundo de hoy.
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