–Mucha falta hace recordar lo que hoy nos dice.
–El P. Castellani veía en el olvido de la Parusía una de las causas principales de la descristianización. Apenas se predica nunca del Adviento definitivo de Cristo que esperamos.
–Estamos en una gran Guerra invisible
El Apocalipsis es realmente el quinto Evangelio, que tantos cristianos de hoy ignoran. En esta
Revelación de Jesucristo, entre el fulgor de liturgias cósmicas y celestiales, y el alegre anuncio de las victorias de Dios omnipotente, al mismo tiempo se nos manifiesta e interpreta esa «
dura batalla contra los poderes de las tinieblas que atraviesa toda la historia humana, y que, iniciada ya desde el origen del mundo, durará hasta el último día, según dice el Señor» (
Vat.II, GS 37b; +
Catecismo 409). En contra de esto leí en un buen teólogo hace unos años:
«La Iglesia que el Concilio Vaticano II presupone, y la que se expresa en sus documentos, es una Iglesia que se sabe enviada por Dios al mundo y que, considerando que puede darse por clausurado el período de confrontación y de defensa que caracterizó al siglo XIX, decide relanzar su tarea evangelizadora».
Suena bien la frase, pero me temo que es falsa, porque la Biblia, la Tradición y el Magisterio –y la misma realidad histórica que estamos viviendo– dicen lo contrario. El Reino de Dios está en combate permanente con el Reino del pecado, con el mundo, que «yace todo bajo el Maligno» (1Jn 5,19). Cristo nos lo avisa claramente: El mundo que me ha odiado y perseguido os odiará y perseguirá a vosotros (Jn 15,18-22). «Mirad, yo os envío como ovejas entre lobos» (Mt 10,16). Y si en el Apocalipsis promete grandes premios a las Iglesias que vencen al mundo, y no se dejan vencer por él, será porque tienen que librar con el mundo «un buen combate» (2Tim 4,7). No le demos más vueltas: estamos viviendo el tiempo del Apocalipsis, y no otro tiempo inventado por las ideologías mundanizantes hoy de moda. El libro del Apocalipsis está inspirado por Dios: forma parte de la Revelación divina contenida en las Sagradas Escrituras. Por él nos explica el Señor lo que estamos viviendo.
«Toda la tierra seguía maravillada a la Bestia… Y la adoraron todos los moradores de la tierra, cuyo nombre no está inscrito, desde el principio del mundo, en el libro de la vida del Cordero degollado» (13,3.8). El diablo consiguió, pues, que «a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, se les imprimiese una marca [de la Bestia mundana] en la mano derecha y en la frente, y que nadie pudiera comprar o vender, sino el que tuviera la marca con el nombre de la Bestia» (13,16-17). Pero la gracia del Salvador libró de esta esclavitud de perdición a «los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús» (12,17).
–La victoria del Reino está próxima
A Cristo resucitado y vencedor, que es el principio y el fin, que es el que vino, viene y vendrá, que es «el que nos ama» (1,5), le ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra, y todo está sujeto al imperio irresistible de su cetro real. No se escandalicen, pues, los fieles, arrinconados y humillados por el mundo, no pierdan el ánimo ante las persecuciones de la pobre Bestia miserable. No se dejen marcar por su signo en la frente y en la mano (en el pensamiento y las obras). No se espanten por el poder del diablo en el mundo actual: «El diablo ha bajado a vosotras [tierra y mar] con gran furor, sabiendo que le queda poco tiempo» (12,12). Sabe que estamos en los últimos tiempos, y que es inminente la Parusía, la segunda venida de Cristo, el Adviento definitivo y glorioso.
La victoria final de Cristo está próxima. Dichosos los fieles, llamados a las bodas del Cordero (19,9), pues en la Ciudad santa de Dios ya no hay muerte ni llanto,ya que el Dios luminoso de la vida ha venido a ser todo en todas las cosas (1Cor 15,28).Pronto, muy pronto, Cristo vencerá al mundo. Es el mensaje central del Apocalipsis: «Revelación de Jesucristo… para manifestar a sus siervos lo que ha de suceder pronto» (Ap 1,1; +22,7; 2,16). «Vengo pronto; mantén con firmeza lo que tienes, para que nadie te arrebate tu corona» (3,12). «Mira, vengo pronto y traigo mi recompensa conmigo, para pagar a cada uno según su trabajo» (22,12). Y «dice el que da testimonio de todo esto: «Sí, vengo pronto»» (22,20).
Vivamos, pues, el Adviento con un gozo lleno de esperanza: Cristo vendrá pronto y nada ni nadie podrá resistirle. «Todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia, Señor, bendecirán tu nombre. Grande eres tú, y haces maravillas, tú eres el único Dios» (Sal 85,9-10).
–Urgente necesidad de elegir entre Cristo y la Bestia
Hay que elegir. Hay que elegir ya. No podemos seguir como ahora indefinidamente. La apostasía práctica no debe seguir encubierta, ignorada hasta por los mismos apóstatas. A los cristianos que en vano renunciaron en el bautismo «a Satanás y a sus seducciones» mundanas, hay que mostrarles la imposibilidad de seguir haciendo círculos cuadrados. No pueden seguir tantos bautizados en una situación de adulterio crónico: o guardan fidelidad a Cristo Esposo o se amanceban abiertamente con la Bestia mundana. O son del Reino de Cristo o son del Reino del diablo.
En la predicación y en la acción pastoral, en modos provocativos, hay que agarrar ya a los cristianos por su conciencia y sacudirlos, hasta ponerlos en crisis. Así lo hicieron siempre los profetas, así lo hicieron Cristo y los apóstoles. No podemos seguir dando culto a Dios y a las riquezas (Lc 16,13); no podemos beber del cáliz del Señor y de la copa de los demonios (1Cor 10,20); no podemos vivir sin la Eucaristía, sin la misa dominical siquiera; no podemos seguir profanando el matrimonio con la anticoncepción habitual; no podemos vivir sin oración y sacramento de la penitencia; sin pudor, ni castidad, absortos en el mundo visible, olvidados de la vida eterna. Hemos de elegir entre servir al mundo o al Reino. Ser del mundo o ser de Cristo. Sin más demora, hay que optar ya entre seguir a Cristo con la cruz, en la fe y la paciencia, o seguir maravillados a la Bestia secular.
Recordemos en la Biblia algunas situaciones de crisis provocadas por la Providencia divina. Es el caso del profeta Elías en el Carmelo, que cito ahora como un ejemplo:
Las crisis de fidelidad se multiplican en la historia del pueblo de Dios. El rey Ajab «hizo el mal a los ojos de Yavé, más que todos cuantos le habían precedido» (1Re 16,30), favoreciendo la introducción de la idolatría en el pueblo de Dios. Llegan las cosas a un extremo en el que el profeta Elías, mandado por Yavé, convoca en el monte Carmelo a todo Israel, juntamente con los profetas de Baal. «“¿Hasta cuándo habéis de estar vosotros cojeando de un lado y de otro? Si Yavé es Dios, seguidle a él; y si lo es Baal id tras él”. Pero el pueblo no respondió nada» (18,21). Esto es lo malo, que no responda nada, ni que sí ni que no. «Volvió a decir Elías al pueblo: “Sólo quedo yo de los profetas de Yavé, mientras que hay cuatrocientos cincuenta profetas de Baal”». Dispone entonces en lo alto del Carmelo un altar sobre doce piedras; el fuego de Yavé consuma el sacrificio, y finalmente el pueblo se reafirma en la alianza: «¡Yavé es Dios, Yavé es Dios!» (18,39).
–En las Iglesias locales descristianizadas, en aquellas que, como la de Sardes, parecen estar vivas, y están muertas (Ap 3,1), que ni saben que están en terrible guerra con el mundo pecador, que incluso se enorgullecen de sus buenas relaciones con el mundo secular, la situación no puede prolongarse indefinidamente, multiplicando más y más –aunque sea sin saberlo– los sacrilegios, languideciendo en unas enfermedades crónicas, que no pueden llevar sino a la muerte, y agotando a los pastores hasta acabarlos –«¿qué voy a hacer yo con este pueblo?» (Ex 17,4)–. Y si no se provoca la crisis mediante intervenciones pastorales concretas –que cada vez serán más traumáticas y más difícilmente viables–, que obliguen a las personas a definirse ante Cristo, más necesitará la Iglesia que provoque la Providencia divinauna Gran Poda, realizada por el Padre «viñador» (Jn 15,1-2).
Habrá que leer a pastores y fieles el Apocalipsis, explicándolo en la fe de la Iglesia. A ver qué deciden. «El que tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias» (2,29).
Adviento: Venga a nosotros tu Reino. Ven, Señor Jesús.
José María Iraburu, sacerdote
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