Redacción ACI Prensa
El Papa Francisco. Foto: ACI Prensa
El Papa Francisco comenzó a hablar antes de rezar el Ángelus explicando que en muchos países “se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y la Sangre de Cristo, es decir, el Corpus Domini” y que se trata de “un misterio de atracción a Cristo”.
“La fiesta del Corpus Domini es un misterio de atracción a Cristo y de transformación en Él”, indicó.
Francisco recordó el Evangelio de la última cena y señaló que “desde ese testamento de amor, la comunidad cristiana se reúne cada domingo y cada día, entorno a la Eucaristía”.
Añadió que “cada vez que celebramos la Eucaristía, mediante este sacramento así sobrio y junto solemne, nosotros hacemos experiencia de la Nueva Alianza, que realiza en plenitud la comunión entre Dios y nosotros”.
Toda Eucaristía “mientras constituye un acto de culto público a Dios, se refiere a la vida y eventos concretos de nuestra existencia”.
“Mientras nos nutrimos del Cuerpo y Sangre de Cristo, somos asimilados a Él, recibimos en nosotros su amor, no para tenerlo para nosotros celosamente, sino para compartirlo con los demás”.
El Pontífice explicó entonces que “es una presencia que como fuego quema en nosotros las actitudes egoístas, nos purifica de la tendencia de dar solo cuando hemos recibido, y enciende el deseo de hacer también en nosotros, en unión con Jesús, pan partido y sangre derramada por los hermanos”.
“Es escuela de amor concreto, paciente y sacrificado, como Jesús en la cruz”, que “nos enseña a ser más acogedores y disponibles hacia cuantos están en búsqueda de comprensión, de ayuda, de que les animen, y son marginados y están solos”.
“La presencia de Jesús vivo en la Eucaristía es como una puerta, una puerta abierta entre el templo y el camino, entre la fe y la historia, entre la ciudad de Dios y la ciudad del hombre”.
Sobre las procesiones que se realizan en muchos países, afirmó que “constituyen un signo elocuente del hecho de que Jesús, muerto y resucitado, continúa recorriendo los caminos del mundo, se une a nosotros y guía nuestro camino: alimenta la fe, la esperanza y el amor; reconforta en las pruebas, sostiene el compromiso por la justicia y la paz”.
El Papa recordó que él mismo presidiría una procesión en la localidad de Ostia, a las afueras de Roma, “como hizo el beato Pablo VI hace 50 años”.
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