Tenía una pobre mujer napolitana una numerosa familia que mantener, y a su marido en la cárcel, encerrado por deudas. Reducida a la última miseria, presentó un memorial a un gran señor, manifestándole su infeliz estado y aflicción; pero con todas las súplicas no logró más que unas monedas.
Entra desconsolada en una iglesia y, encomendándose a Dios, siente una fuerte inspiración de hacer decir con aquellas monedas una Misa por las Ánimas, y pone toda su confianza en Dios... ¡único consuelo de los afligidos!
¡Caso extraño! Oída la Misa, se volvía a casa cuando, de repente, se encuentra con un venerable anciano, quien, llegándose a ella le dice:
«¿Qué tenéis, mujer? ¿Qué os sucede?»
La pobre le explicó sus trabajos y miserias. El anciano, consolándola, le entrega una carta, diciéndole que la lleve al mismo señor que le ha dado las monedas. Este abre la carta y... ¡¿cuál no es su sorpresa cuando ve la letra y firma de su amantísimo padre ya difunto?!
«¿Quién os ha dado esta carta?»
«No lo conozco, —respondió la mujer—, pero era un anciano muy parecido al de aquel retrato; sólo que tenía la cara más alegre».
El señor lee de nuevo la carta y observa que le dicen:
«Hijo mío muy querido, tu padre ha pasado del Purgatorio al Cielo por medio de la Misa que ha mandado celebrar esa pobre mujer. Con todas veras la encomiendo a tu piedad y agradecimiento; dale una buena paga, porque está en grave necesidad».
El caballero, después de haber leído y besado muchas veces la carta, regándola con copiosas lágrimas de ternura:
«Vos, —dice a la afligida mujer—, vos, con la limosna que os hice... ¡habéis labrado la felicidad de mi estimado padre! Ahora yo labraré la vuestra, la de vuestro marido y familia!»
En efecto, pagó las deudas, sacó al marido de la cárcel, y... ¡tuvieron siempre de allí en adelante cuanto necesitaban y con mucha abundancia!
¡Así recompensa Dios aún en este mundo a los devotos de las benditas Ánimas del Purgatorio!
Las ánimas benditas del Purgatorio —sea por caridad o por justicia o por un egoísmo disculpable— ¡pueden tanto delante de Dios! Tenlas muy en cuenta en tus sacrificios y en tu oración.
Ojalá, cuando las nombres, puedas decir: “Mis buenas amigas las almas del Purgatorio”.
(Del libro “Camino”, de San Josemaría Escrivá de Balaguer)
No hay comentarios:
Publicar un comentario