La festividad del Corpus Christi, que este año se celebra el domingo, 26 de junio, es una profesión de fe en el misterio de la Eucaristía, que es, a la vez, sacrificio, comunión y presencia real de Cristo bajo los signos sacramentales del pan y del vino. Cristo es nuestro alimento de vida eterna.
La Iglesia hace en este día memoria agradecida por el don de la Eucaristía y la adora con fe. Como celebración peculiar de esta solemnidad está la procesión, nacida de la piedad de la Iglesia: en ella el pueblo fiel, llevando la Eucaristía en la custodia, recorre las calles con un rito solemne, con cantos y oraciones, y así rinde público testimonio de fe y piedad hacia el Santísimo Sacramento.
En el misterio de la Eucaristía hacemos memoria de la vida del Señor entregada hasta el extremo, hasta darlo todo, hasta hacerse Cuerpo entregado y Sangre derramada (cfr. Lc 22, 19-20). Como dice Benedicto XVI, “cada celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don de la propia vida que Jesús ha hecho en la Cruz por nosotros y por el mundo entero” (Exhortación Apostólica Sacramentum caritatis, n. 88).
En la entrega de Jesús en su vida y en la Cruz, hacemos también memoria de todos los hombres y mujeres que hacen entrega de su tiempo, su trabajo, su servicio, su vida en favor de los hermanos. Por eso cuantos creemos en Jesús y hemos decidido hacer de nuestra vida una existencia entregada con Él al servicio de los otros, encontramos en la Eucaristía la fuente y el alma de nuestro voluntariado.
Al hacer memoria de esta estrecha relación entre Eucaristía y voluntariado, los sentimientos que surgen en nosotros son de reconocimiento y gratitud. Reconocimiento sincero, porque somos una Iglesia rica y generosa en voluntariado, cosa que podemos afirmar mirando la presencia de los cristianos allí donde hay pobres, enfermos, personas en desempleo, en soledad y seres humanos excluidos. Gratitud para todos los que ponen su vida de manera voluntaria y gratuita al servicio de los otros en los múltiples servicios de la comunidad cristiana: catequistas, educadores, servidores de la Palabra, responsables de movimientos, servidores del bien común en el compromiso público-político y en la atención a los pobres.
Celebrar la Eucaristía y estar al servicio de los otros, en especial de los pobres, son dos formas inseparables de recordar a Jesús. Así lo expresa San Pablo en el primer relato que tenemos de la Eucaristía, al corregir a sus cristianos, diciéndoles:”cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la Cena del Señor, pues cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho” (1 Cor 11, 20-219.
La autenticidad de la Eucaristía se refleja, en gran parte, en “un compromiso activo en la edificación de una sociedad más equitativa y fraterna”(Juan Pablo II, Mane nobiscum, Domine n. 28), de modo que celebrar la Eucaristía es también hacer memoria de los pobres y de las pobrezas de la sociedad.
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