“Y yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador”
Cuando Nuestro Señor y Salvador Jesucristo estableció su Iglesia, prometió a sus apóstoles que enviaría otro Consolador, a quien llamó el Espíritu de Verdad. Así lo consigna el Evangelio de San Juan: “Y yo rogaré al Padre, y les dará otro Consolador, para que esté con ustedes siempre: el Espíritu de Verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce” (Jn 14, 16).
“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, les enseñará todas las cosas, y les recordará todo lo que yo les he dicho” (Jn 14, 26).
Podemos claramente ver la asistencia divina del Espíritu Santo proporcionada a los apóstoles: ayudarles a enseñar las verdades reveladas por el hijo de Dios, Jesucristo.
Los apóstoles, después de la llelgada del Espíritu Santo en Pentecostés, cumplieron la orden de Cristo de ir y predicar el Evangelio a todas las naciones. De sus enseñanzas hemos recibido lo que se conoce como el Depósito de Fe, es decir, todo lo que ha sido revelado por Dios. El Depósito de Fe se comone de la Sagrada Escritura y de la Sagrada Trádición. Después de la muerte de los apóstoles, la Revelación Divina había sido completada y Dios ya no reveló nada destinado a la humanidad entera.
Mas, la divina asistencia del Espíritu Santo no se limitó únicamente a los apóstoles, sino que continuó y continúa en la actualidad, pues el Depósito de Fe necesitaba salvaguardarse y preservarse dentro de la Iglesia de Cristo. Así, cuando Cristo prometió enviar el Espíritu Santo dijo que Éste estaría con nosotros siempre (Cfr. Jn 14, 16).
Y también cuando Cristo ordenó a sus apóstoles enseñara todas las naciones, añadió que “Él estaría con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Cfr. Mt 28, 20).
Fue la voluntad de Cristo que la misión que Él encargó a sus apóstoles, de enseñar a todas las naciones, continuara en sus sucesores, esto es, en el Papa (el sucesor de San Pedro), y en los obispos (los sucesores de los apóstoles). El Papa y los obispos representan la autoridad viviente y docente en la Iglesia de Cristo.
Así que el Espíritu Santo fue prometido a los sucesores de San Pedro para que con su asistencia pudieran religiosamente guardar y fielmente explicar la revelación o Depósito de Fe transmitida a través de los apóstoles.
Por tanto, el Espíritu Santo mora en la Iglesia Catómica a perpetuidad, para divinamente ayudarla a enseñar a todas las naciones todo lo que Cristo mandó, y a preservar la unidad que Él deseaba y por la que nuestro Salvador oró (Cfr. Jn 17). Unidad divinamente constituida, indisoluble y eterna, la cual es fuente de los dones sobrenaturales para la fe, que nunca puede estar ausente de ella.
Ésta es la fe que hoy tenemos como católicos, y es la misma fe que se sostuvo siempre en la Iglesia de Cristo. Como católicos, podemos señalar cualquiera de las enseñanzas infalibles de la Iglesia enseñada durante los últimos 1900 años, y declarar que esa es nuestra creencia. Nuestra fe es exactamente la misma fe como ha sido enseñada infaliblemente por los Papas, los sucesores de San Pedro. Y cuando se estudian las enseñanzas de los Papas y concilios a través de los siglos, hay tal consistencia y exactitud que, si uno no estuviera consciente de los Papas individuales y de los concilios ecuménicos involucrados, parecería como si todas las varias enseñanzas hubieran tenido a un mismo autor.
Ahora bien, debido a que la Iglesia está conformada por seres humanos débiles, frágiles, que cargan con una naturaleza caída, se puede decir que es una Iglesia pecadora, pero --y lo más importante-- también es santa, precisamente porque el Espíritu Santo habita en ella, la dirige, la ilumina, la asiste, la protege y la santifica, y manifiesta patentemente esa unidad entre sus miembros católicos de todas las naciones, que viven en tan diferentes áreas del mundo, que hablan en tantos idiomas diversos y tienen tan vastas diferencias en costumbres y prácticas, y, con todo, están unidos en la misma fe, en el mismo culto: el Santo Sacrificio de la Eucaristía, y en los mismos medios de santificación: los Siete Sacramentos. Esta unión de fe y culto entre los hombres --a pesar de que nunca faltarán los miembros que atentan contra la fe, la unidad y las buenas costumbres--, manifiesta patentemente la asistencia del Espíritu Santo.
Hoy que celebramos la gran fiesta del Espíritu Santo, “Pentecostés”, pidámosle a Él que ilumine nuestra inteligencia y enardezca nuestro corazón, para que cada día valoremos y amemos más a nuestra Iglesia Católica.
Francisco Javier Cruz Luna
cruzlfcojqyahoo.com.mx
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