606. Jesús y Maria son la antítesis de Adán y Eva. Judas Iscariote es el nuevo Caín. La verdadera evolución del hombre es la de su
espíritu.
2 de abril de 1944. Domingo de Ramos.
1Dice Jesús:
«La
pareja Jesús‑Maria es la antítesis de la pareja Adán‑Eva*. Es la destinada a
anular toda la actuación de Adán y Eva y poner a la Humanidad de nuevo en el
punto en que estaba cuando fue creada: una Humanidad rica en gracia y en todos
los dones que el Creador le otorgó. La Humanidad ha experimentado una total regeneración
por la obra de la pareja Jesús‑Maria, quienes, así, han venido a ser los nuevos
Fundadores de la
Humanidad. Todo el tiempo precedente ha quedado anulado. El
tiempo y la historia del hombre se cuentan a partir de este momento en que la
nueva Eva, por una inversión de términos en la creación, forma de su seno inviolado,
por obra del Señor Dios, al nuevo Adán.
Pero
para anular las obras de los dos Primeros, causa de mortal enfermedad, de
perpetua mutilación, de empobrecimiento (más:
de indigencia espiritual,
porque
______________________
* pareja Adán‑Eva protagonista de
Génesis 1, 26‑29; 2, 7‑25; 3; 4, 1‑16.25‑26, incluida en ello la
historia de Caín y Abel a que se hace referencia más abajo.
después
del pecado Adán y Eva se encontraron despojados de todo lo que les había
donado, riqueza infinita, el Padre Santo), estos Segundos tuvieron que obrar en
todo y por todo, de forma opuesta a la en que obraron los dos Primeros. Por
tanto, llevar la obediencia hasta la perfección que se aniquila y se inmola en
la carne, en el sentimiento, en el pensamiento, en la voluntad, para aceptar todo
lo que Dios quiere. Por tanto, llevar la pureza a una castidad absoluta, por la
cual la carne... ¿qué fue la carne para Nosotros dos, puros?: velo de agua
sobre el espíritu triunfante, caricia de viento sobre el espíritu rey, cristal
que aísla al espíritu‑señor y no lo corrompe, impulso que eleva y no peso que
oprime; esto fue la carne para Nosotros: menos pesada y susceptible de ser
sentida que un vestido de lino, leve substancia interpuesta entre el mundo y el
esplendor del yo sobrehumanado, medio para poner por obra aquello que
Dios quería; nada más.
2¿Poseímos el
amor? Cierto que sí. Poseímos el "perfecto amor". No
es, hombres, amor el hambre carnal que os mueve, ávidos, a saciaros de una
carne. Eso es lujuria. Nada más. Esto es tan cierto, que amándoos así ‑
vosotros lo consideráis amor ‑ no sabéis compadeceros recíprocamente, ayudaros,
perdonaros. ¿Qué es, entonces, vuestro amor? Es odio. Es únicamente delirio
paranoico que os mueve a preferir el sabor de pútridos alimentos antes que el
sano, fortalecedor alimento de selectos sentimientos.
Nosotros
tuvimos el "perfecto amor". Nosotros, los castos perfectos. Este amor
abrazaba a Dios en el Cielo y, a Él unido, como lo están las ramas con el
tronco que las nutre, se extendía y descendía distribuyendo magnánimamente
descanso, protección, alimento, consuelo, para la Tierra y sus habitantes.
Ninguno estaba excluido de este amor. Ni nuestros semejantes ni los seres
inferiores ni la naturaleza herbácea ni las aguas ni los astros; ni siquiera
los malos quedaban excluidos de este amor. Porque éstos seguían siendo - aunque
fuera muertos ‑ miembros del gran cuerpo de la Creación y, por tanto,
veíamos en ellos la santa efigie del Señor (aunque fuera, a causa de su maldad,
una efigie deformada y ensuciada) que los había formado a su imagen y
semejanza.
Nosotros
amamos: gozando con los buenos; llorando por los no buenos; orando ‑ amor
fáctico que se manifiesta impetrando y obteniendo protección para aquel a quien
amamos ‑ orando por los buenos para que fueran cada vez mejores y que fueran
acercándose cada vez más a la perfección del Bueno que desde el Cielo nos ama;
orando por los que vacilaban entre la bondad y la maldad, para que se
fortalecieran y supieran perseverar en el camino santo; orando por los malos,
para que la Bondad
hablara a su espíritu (incluso abatiéndolos con un rayo de su poder, pero
convirtiéndolos al Señor su Dios). Nosotros amamos así, como ningún otro amó.
Llevamos el amor a las cimas de la perfección para colmar con nuestro océano de
amor el abismo excavado por el desamor de los Primeros, que se amaron a sí
mismos más que a Dios, queriendo tener más de lo que era lícito, para ser
superiores a Dios.
3Por tanto,
Nosotros tuvimos que unir a la pureza, a la obediencia, a la caridad, al
desapego de todas las riquezas de la
Tierra (carne, poder, dinero: el trinomio de Satanás opuesto
al trinomio de Dios, o sea, fe, esperanza, caridad) y oponer al odio, a la
lujuria, a la ira, a la soberbia (las cuatro pasiones perversas, antítesis de
las cuatro virtudes santas: fortaleza, templanza, justicia, prudencia), tuvimos
que unir y oponer una constante práctica de todo lo que se oponía al modo de
actuar de la pareja Adán‑Eva. Y si mucho nos resultó ‑ por nuestra buena
voluntad sin límites ‑ incluso fácil, sólo
el Eterno sabe cuán heroico nos resultó esta práctica en ciertos momentos y en
ciertos casos.
Aquí
sólo quiero hablar de uno de estos momentos. Y de mi Madre, no mío; de la nueva
Eva, la cual ya había rechazado desde sus más tiernos años las lisonjas usadas
por Satanás para seducirla a morder el fruto y probar aquel sabor que había
desquiciado a la compañera de Adán; la nueva Eva que no se había limitado a
rechazar a Satanás, sino que le había vencido aplastándole bajo una voluntad de
obediencia, de amor, de castidad tan grandes, que él, el Maldito, había
resultado aplastado y subyugado.
¡No,
ciertamente Satanás no puede alzarse de debajo del calcañar de mi Madre Virgen!
Suelta baba y arroja espuma, ruge y blasfema. Pero su baba cae hacia abajo y su
grito no toca a esa atmósfera que envuelve a mi Santa, que no siente hedor ni
risas burlonas demoniacas, que no ve ‑ ni siquiera ve ‑ la asquerosa baba del
Reptil eterno, porque las armonías celestes y los celestes aromas danzan
alrededor de Ella enamorados en torno a su bella y santa persona y porque su
mirada, más pura que la azucena y más enamorada que la de la paloma
arrulladora, mira sólo a su Señor eterno, de quien es Hija, Madre y Esposa.
4Cuando Caín
mató a Abel, la boca de su madre profirió las maldiciones que su espíritu,
separado de Dios, le sugería contra su prójimo más íntimo: el hijo de sus
entrañas profanadas por Satanás y embrutecidas por el intemperado deseo. Y esa
maldición fue la mancha en el reino de lo moral humano, de la misma forma que
el delito de Caín fue la mancha en el reino de lo animal humano. Sangre sobre la Tierra, derramada por mano
fraterna. La primera sangre, que atrae, como milenario imán, toda la sangre
que, extraída de las venas del hombre, la mano del hombre derrama. Maldición
sobre la Tierra,
proferida por boca humana. Como si la
Tierra no estuviera ya suficientemente maldecida por causa
del hombre rebelde contra su Dios y hubiera necesitado conocer los abrojos y
las espinas y la dureza de los terrones, de las sequías, de los granizos, de
los hielos, del sol tórrido; esa Tierra que había sido creada perfecta, servida
por elementos perfectos para que fuera morada fácil y hermosa para el hombre,
su rey.
María
debe anular a Eva. María ve al segundo Caín: Judas. María sabe que es el Caín
de su Jesús: del segundo Abel. Sabe que la sangre de este segundo Abel ha sido
vendida por ese Caín y ya está siendo derramada. Pero no maldice. Ama y
perdona. Ama y llama.
¡Oh,
maternidad de María mártir! ¡Maternidad tan sublime como esa maternidad tuya
virgínea y divina! Esta última ha sido don de Dios, pero la primera, Madre
santa, Corredentora, ha sido un don tuyo para ti, porque sólo tú supiste, en
aquella hora, quebrantado tu corazón por los flagelos que me habían desgarrado las
carnes, decir a Judas esas palabras; solamente tú supiste en aquella hora,
mientras sentías ya la cruz partirte el corazón, amar y perdonar.
5María: la nueva
Eva. Ella os enseña la nueva religión que lleva al amor hasta el punto de
perdonar a quien mata a un hijo. No seáis como Judas, que cierra su corazón
ante esta Maestra de Gracia y se desespera diciendo: "Él no me puede
perdonar", poniendo en duda las palabras de la Madre de la Verdad, y, por tanto, mis
palabras, que siempre habían repetido que Yo había venido para salvar y no para
condenar. Para perdonar a aquel que, arrepentido, viniera a mí.
María:
la nueva Eva, recibió también de Dios un nuevo Hijo "en vez de Abel,
matado por Caín". Pero no lo tuvo a través de una hora de alegría animal
adormecedora del dolor con los vapores de la sensualidad y el cansancio del
contentamiento. Lo tuvo en una hora de dolor total, al pie de un
patíbulo, entre los estertores del Moribundo, que era su Hijo, entre los
improperios de una multitud deicida y en medio de una desolación inmerecida y
total, porque ya Dios tampoco la consolaba.
La
vida nueva empieza para la
Humanidad y para cada uno de los seres humanos en María. En
sus virtudes y en su modo de vivir, está vuestra escuela. Y en su dolor ‑ que
tuvo todos los aspectos, incluso el del perdón al que entregó a la muerte a su
Hijo ‑ está vuestra salvación».
6Dice Jesús: «Un
día volveré a hablarte sobre Caín y los Primeros Padres. Hay mucho que decir y
en qué meditar a este respecto».
5
de abril de 1944.
7Dice Jesús:
«En
el Génesis se lee: "Entonces Adán, siendo su mujer la madre de todos los
vivientes, le puso el nombre de Eva".
¡Oh,
sí! La mujer había nacido de la "Varona" que Dios había formado para
que fuera compañera de Adán, sacándola de la costilla del hombre. Había nacido
con su destino doloroso porque había querido
nacer*. Porque había querido conocer
aquello que Dios le había ocultado reservándose la alegría de darle el gozo de
la posteridad sin desdoro sensual. La compañera de Adán quiso conocer el bien
que se oculta en el mal y, sobre todo, el mal que se oculta en el bien, en el
bien aparente. Seducida por Lucifer, tendió a conocer aquello que sólo Dios
podía conocer sin peligro, y se hizo creadora. Pero, usando indignamente esta
fuerza de bien, la había
______________________
* había querido nacer, porque la Varona (la mujer sacada del
hombre) pasó a ser Eva (la madre de todos los vivientes) como consecuencia del
pecado que quiso cometer.
corrompido
transformándola en acto malo, pues que era desobediencia a Dios y malicia y
avidez de la carne.
Ya
era ella la "madre". ¡Llanto infinito de las cosas en torno a la
inocencia de su reina profanada! ¡Y llanto desolado de la reina ante esa
profanación suya, cuya entidad y cuya imposible anulación comprende! Si las
tinieblas y los cataclismos acompañaron la muerte del Inocente, también
tinieblas y fuerte tormenta acompañaron a la muerte de la Inocencia y de la Gracia en los corazones de
los Progenitores. Había nacido el Dolor en la Tierra. Y la Providencia de Dios no
quiso que fuera eterno; de forma que os da, después de años de dolor, la
alegría de salir del dolor para entrar en la alegría, si sabéis vivir con
corazón recto.
¿Qué
desdicha para el hombre si se hubiera hecho humanamente dueño de la vida,
viviendo con el recuerdo de sus delitos y con el continuo aumento de éstos,
pues que vivir sin pecar os es más imposible que vivir sin respirar, oh
criaturas que habíais sido creadas para conocer la Luz y que, por el contrario,
fuisteis envenenados por la
Tiniebla, que de sí misma os envenenó y os hizo de sí
víctimas! ¡La Tiniebla!
La Tiniebla
os insidia continuamente. Os envuelve, y suscita de nuevo aquello que el
Sacramento había borrado; y, dado que no le oponéis la voluntad de ser de Dios,
logra envenenaros otra vez con el veneno que el Bautismo había hecho inocuo.
8Dios Padre
alejó al hombre ‑ de cuya desobediencia los signos eran manifiestos ‑ del lugar
de las delicias paradisíacas, para que no pecase otra vez, y más veces, alzando
la mano ladrona hacia el árbol de Vida. El Padre ya no se podía fiar de sus
hijos, ni sentirse seguro en su terrestre Paraíso. Satanás había entrado ya una
vez, para insidar a sus criaturas predilectas, y, si había podido inducirlos al
pecado cuando eran inocentes, con mayor holgura habría podido repetirlo ahora
que ya no lo eran.
El
hombre había querido poseer todo, no dejando a Dios el tesoro de ser el
Generador. Que se marchara, pues, este rey abatido y despojado de sus dones;
que se fuera con su riqueza, obtenida con violencia, y que se la llevara
consigo a la tierra de exilio, para que le recordara siempre su pecado. La
criatura paradisíaca había venido a ser criatura terrestre. Y habrían de pasar
siglos de dolor para que el Único que podía extender su mano hacia el fruto de la Vida viniera y recogiera ese
fruto para toda la Humanidad;
lo recogiera con sus manos atravesadas y se lo diera a los hombres para que
volvieran a ser coherederos del Cielo y volvieran a poseer la Vida que no muere nunca.
9Dice también el
Génesis: "Adán después conoció a su mujer Eva".
Habían
querido conocer los secretos del bien y del mal. Justo era que conocieran ahora
también el dolor de deber reproducirse en la carne con la ayuda directa de Dios
sólo para aquello que el hombre no puede crear, o sea, para el espíritu, chispa
que parte de Dios, soplo que infunde Dios, sello que en la carne pone el signo
del Creador eterno. Y Eva dio a luz a Caín.
Eva
estaba cargada de su pecado. Llamo aquí vuestra atención acerca de un hecho que
a la mayoría les pasa desapercibido. Eva estaba cargada de su pecado. Y el
dolor todavía no había sido sufrido en medida suficiente para disminuir su
pecado. Como un organismo cargado de toxinas, ella había transmitido a su hijo
todo aquello que en ella pululaba. Y Caín, primer hijo de Eva, había nacido
duro, envidioso, iracundo, lujurioso, perverso, poco diferente a las bestias en
lo relativo al instinto, mucho más animalesco que las bestias en lo relativo a
lo sobrenatural, porque en su yo feroz negaba respeto a Dios, a quien
miraba como a un enemigo, considerando que le era lícito no darle culto
sincero. Satanás le azuzaba a burlarse de Dios. Y quien escarnece a Dios no
respeta a nadie en el mundo. De forma que los que están en contacto con los
despreciadores del Eterno conocen la amargura del llanto porque no pueden
esperar un amor reverente en su prole, ni una seguridad de amor fiel en el
consorte, ni una certeza de amistad leal en el amigo.
Numerosas
lágrimas surcaron el rostro de Eva y asenderearon su corazón por la dureza del
hijo, y pusieron en su corazón el germen del arrepentimiento; numerosas
lágrimas que le obtuvieron una disminución de la culpa, porque Dios, ante el
dolor de quien se arrepiente, perdona. Y la madre lavó en el llanto el alma de
su segundogénito, que fue dulce, respetuoso para con sus padres, devoto hacia
el Señor suyo, cuya omnipotencia sentía descender radiante de los Cielos: era
la alegría de la mujer caída.
Pero
el camino del dolor de Eva debía ser largo y penoso, proporcionado a su camino
en la experiencia pecaminosa: en éste, estremecimiento de concupiscencia; en
aquél, estremecimiento de aflicción; en éste, besos; en aquél, sangre; de éste,
un hijo; de aquél, la muerte de un hijo, la de su predilecto (predilecto por su
bondad). Abel se hace instrumento de purificación para la culpable. ¡Pero qué
purificación tan dolorosa, que llenó con sus desgarradores gritos la Tierra aterrorizada por el
fraticidio, y que mezcló las lágrimas de una madre con la sangre de un hijo,
mientras huía perseguido por su remordimiento aquel que, enemistado con Dios y
con su hermano, al que Dios amaba, la había derramado!
10Dice el Señor a
Caín: "¿Por qué andas irritado?". ¿Por qué, si faltas contra mí, te
irritas porque no te miro benigno?
¡Cuántos
Caínes hay en la Tierra!
Me tributan un culto de desprecio, un culto hipócrita, o no me tributan ningún
culto, y quieren que los mire con amor y los colme de felicidad.
Dios
es vuestro Rey, no vuestro siervo. Dios es vuestro Padre, pero un padre no es
nunca un siervo, si se juzga según justicia. Dios es justo. Vosotros no lo
sois, pero Él sí lo es. Y no puede ‑ pues que os colma de sus beneficios de
manera desmedida por el sólo hecho de que le améis un poco ‑ no daros ‑ pues
que tanto le despreciáis - sus castigos. La Justicia no conoce dos vías. Su vía es única.
Esto hacéis, esto recibís. Si sois buenos, recibís el bien; si sois malos,
recibís el mal. Y – creedlo ‑ siempre sobrepasa con mucho el bien que tenéis al
mal que deberíais recibir por vuestra manera de vivir, en rebelión contra la Ley divina.
11Dios dijo:
"¿No es verdad que si haces el bien recibirás el bien y que si haces el
mal el pecado se presentará inmediatamente ante tu puerta?". En efecto, el
bien lleva a una constante elevación espiritual y capacita cada vez más para
cumplir un bien cada vez mayor, hasta alcanzar la perfección y hacerse santos;
por el contrario, basta ceder al mal para degradarse y alejarse de la
perfección, y conocer la servidumbre del pecado que entra en el corazón y hace
descender a éste, por grados, a una sucesiva y cada vez mayor culpabilidad.
"Pero"
sigue diciendo Dios "pero tendrás debajo de ti el deseo del pecado, y
debes dominarlo". Sí, Dios no os ha hecho esclavos del pecado; las
pasiones están debajo de vosotros, no encima de vosotros. Dios os ha dado
inteligencia y fuerza para dominaros. Incluso a los primeros hombres,
castigados por el rigor de Dios, les dejó Dios inteligencia y fuerza moral. Y,
desde que el Redentor ha consumado por vosotros el Sacrificio, tenéis, como
ayuda de la inteligencia y fuerza, los ríos de la Gracia, y podéis, y debéis,
dominar el deseo del mal. Con vuestra voluntad fortalecida por la Gracia, debéis hacerlo. Por
esto los ángeles de mi Nacimiento le cantaron a la Tierra: "Paz a los
hombres de buena voluntad". Yo venía para traer de nuevo la Gracia a los hombres.
Mediante la unión de la Gracia
con la buena voluntad, los hombres tendrían la Paz. La Paz: gloria del
Cielo de Dios.
12"Y Caín
dijo a su hermano: 'Vamos afuera' ". Una mentira que celaba bajo la
sonrisa una traición asesina. La delincuencia siempre practica la mentira,
respecto a sus víctimas y respecto al mundo al que trata de engañar; y quisiera
engañar incluso a Dios. Pero Dios lee los corazones.
"Vamos
afuera". Muchos siglos después, uno dijo: "Salve, Maestro", y le
besó. Los dos Caínes escondieron el delito bajo una apariencia inocua y dieron
rienda suelta a su envidia, a su ira, a su abusiva violencia y a todos sus
malvados instintos, descargando todo ello sobre la víctima porque no se habían
dominado a sí mismos; antes bien, habían hecho esclavo su espíritu del propio yo
corrompido.
Eva
asciende por el camino de la expiación, Caín desciende por el camino del
infierno, y en éste le hunde la desesperación que de él se apodera; y con la
desesperación ‑ último golpe mortal asestado al espíritu ya languideciente por
su delito ‑ viene el miedo físico, vil, del castigo humano. El que ya no es ser
que el Cielo lleve en su memoria, ese hombre de alma muerta, animal es que se
estremece por su vida animal. La muerte, cuyo aspecto es sonrisa para los
justos, porque por ella van a la alegría de la posesión de Dios, terror es para
los que saben que morir quiere decir pasar para siempre del infierno del
corazón al infierno de Satanás. Y, como alucinados, ven por todas partes venganza
ya pronta para descargarse contra ellos.
13Pero sabed ‑
hablo a los justos ‑ sabed que si el remordimiento y las tinieblas de un
corazón culpable permiten y fomentan las alucinaciones del pecador, a ninguno
le es lícito erigirse como juez de su hermano, y mucho menos erigirse como
justiciero. Sólo uno es Juez: Dios. Y si la justicia del hombre ha creado sus
propios tribunales, éstos tienen la misión de administrar justicia, y ¡ay de
los que profanen ese nombre y juzguen movidos por estímulo pasional propio o
por presión de poderes humanos!
¡Maldición
para aquel que se haga justiciero privado de un semejante suyo! Pero ¡maldición
aún mayor para el que sin factores de impulsivo encono, sino movido por frío
cálculo humano, consigna a su semejante, sin justicia, a la muerte o al
deshonor de la cárcel! Porque si el que mate al que mató recibirá un castigo
siete veces mayor ‑ como dijo el Señor que sucedería al que matara a Caín ‑, el
que sin justicia condene, movido de servidumbre hacia Satanás enmascarado de Pujanza
humana, recibirá setenta y siete veces el rigor de Dios.
Esto
tendríais que tenerlo siempre presente, especialmente en estos tiempos*,
hombres que os matáis los unos a los otros para hacer de los caídos la base de
vuestro triunfo, y no sabéis que lo que hacéis es excavar bajo vuestros pies la
trampa en que os hundiréis maldecidos por Dios y por los hombres; porque Yo
dije: "¡No matarás!".
14Eva sube por su
camino de expiación. El arrepentimiento va creciendo en ella ante las pruebas
de su pecado. Quiso conocer el bien y el mal. Y el recuerdo del bien perdido es
para ella como el recuerdo del Sol para uno que, al improviso, hubiera quedado
cegado. El mal está ante ella en los despojos del hijo asesinado; y alrededor,
por el vacío creado por el hijo homicida y fugitivo. Y nace Set. Y de Set Enós.
El primer sacerdote.
Hincháis
vuestra mente con los humos de vuestra ciencia y habláis de evolución como de
un signo de vuestra formación espontánea. El hombre‑animal, evolucionando, se
hará superhombre: esto decís. Sí, así es, pero a mi manera, en mi campo, no en
el vuestro; no pasando de la condición de cuadrúmanos a la de hombres, sino de
la de hombres a la de espíritus: cuanto más crezca el espíritu, más
evolucionaréis.
Vosotros,
que habláis de glándulas y os llenáis la boca hablando de hipófisis o pineal y
ponéis en ella la sede de la vida ‑ tomada ésta no en el tiempo en que la
vivís, sino en los tiempos que han precedido y seguirán a vuestra vida actual ‑,
sabed que la verdadera glándula vuestra, la que hace de vosotros los posesores
eternos de la Vida,
es el espíritu vuestro. Cuanto más esté éste desarrollado, más poseeréis las
luces divinas y más evolucionaréis de hombres a dioses, inmortales dioses, y
obtendréis de este modo ‑ sin contravenir al deseo de Dios, a su mandato sobre
el árbol de la Vida
‑ la posesión de esta Vida, justamente en la manera en que Dios quiere que la
poseáis, pues que Él para vosotros la creó eterna y refulgente, abrazo
beatífico con esa eternidad que os absorbe y os comunica sus propiedades.
Cuanto
más desarrollado esté el espíritu, más conoceréis a Dios. 15Conocer
a Dios quiere decir amarle y servirle y, por tanto, ser capaces de invocarle
para uno mismo y para los demás. Venir a ser, pues, los sacerdotes que desde la Tierra oran por los
hermanos. Porque es
sacerdote el consagrado,
sí, pero también
lo es el
______________________
* especialmente
en estos tiempos, porque en 1944 aún ardía la segunda guerra mundial.
creyente
convencido, amoroso, fiel; y lo es, sobre todo, esa alma víctima que por un
impulso de caridad se inmola a sí misma.
No
es el hábito, sino el corazón, lo que Dios observa. Y en verdad os digo que
ante mis ojos aparecen muchos tonsurados que de sacerdotal sólo tienen la
tonsura, y muchos laicos en que la
Caridad, que los posee y por la que se dejan consumir, es el
Óleo de la ordenación que hace de ellos sacerdotes míos, anónimos a los ojos
del mundo, pero conocidos por mí, que los bendigo».
607. Juan va a recoger a la Madre.
110,30 del
Viernes Santo de 1944 (7‑4‑44): hora que mi interno consejero me señala como la
hora en que Juan fue donde María.
Veo
al predilecto, más pálido aún que cuando estaba con Pedro en el patio de
Caifás. Quizás porque allí la luz del fuego proyectaba un cálido reflejo en su
cara. Ahora se le ve ajado, como por causa de una grave enfermedad, y como
exangüe. Su cara está tan intensamente pálida ‑ lívida palidez ‑, que emerge de
la túnica malva como la de un ahogado. Y tiene los ojos empañados. El pelo,
mate; despeinado. La barba, que ha asomado en esas horas, le pone un velo claro
en las mejillas y el mentón, y, siendo rubia clara, da a aquéllas un aspecto
aún más pálido. No queda en él nada del dulce y alegre Juan, como tampoco del
inquieto Juan que poco antes, con un acceso encendido de desdén en el rostro, a
duras penas se ha contenido de pegar a Judas.
Llama
a la puerta de la casa y, como si desde dentro alguien, temeroso de encontrarse
otra vez a Judas, preguntara que quién llama, responde: «Soy Juan». La puerta
se abre y él entra.
También
él va inmediatamente al cenáculo, sin responder a la dueña de la casa, que le
ha preguntado: «¿Pero qué está pasando en la ciudad?».
Se
cierra dentro y cae de rodillas contra el asiento en que estaba Jesús, y llora
llamándole con dolor. Besa el mantel en el lugar donde el Maestro ha tenido
unidas las manos. Acaricia el cáliz que ha estado entre sus manos... Luego
dice: «¡Oh, Dios Altísimo, ayúdame! ¡Ayúdame a decírselo a su Madre! ¡No tengo
corazón para ello!... Pero tengo que decírselo. ¡Tengo que decírselo yo, porque me he quedado solo!».
Se
levanta y piensa. Toca entonces el cáliz como para sacar fuerzas de ese objeto
tocado por el Maestro. Mira a su alrededor... Ve, todavía en el rincón donde
Jesús lo puso, el purificador que usó para secarse las manos después del
lavatorio, y el otro que se había puesto en la cintura. Los coge, los dobla,
los acaricia, los besa.
Sigue
un momento titubeante en medio de la vacía habitación. Dice: «¡Vamos!», pero no
va hacia la puerta, sino que vuelve a la mesa y toma el cáliz y el pan cuyo
extremo había partido Jesús para extraer el trozo que, untado, iba a dar a
Judas. Los besa y, junto con los dos purificadores, los toma y los aprieta
contra su corazón, como una reliquia. Repite: «¡Vamos!» y suspira. Se acerca a
la escalerita. Sube por ella, encorvado, con paso reluctante y moroso. Abre,
sale.
2«Juan, ¿has
venido?». María aparece de nuevo en la puerta de su habitación, apoyándose en
la jamba, como quien no tiene fuerzas de mantenerse en pie.
Juan
levanta la cabeza y la mira. Abre la boca queriendo hablar, pero no lo
consigue: dos lagrimones descienden rodando por sus mejillas. Agacha la cabeza,
con un sentido de vergüenza por su debilidad.
«Ven
aquí, Juan. No llores. Tú no debes llorar. Tú le has querido
siempre y siempre le has hecho feliz. Que ello te sirva de consuelo».
Estas
palabras quitan todo freno al llanto de Juan, que ahora es tan alto y ruidoso
que hace que se asomen la dueña de la casa, María Magdalena, la mujer de
Zebedeo y las otras...
«Ven
conmigo, Juan». María se separa de la jamba y toma de una muñeca al discípulo y
tira de él hacia la habitación, como si fuera un niño; luego cierra la puerta
despacio, para aislarse con él.
Juan
no reacciona. Pero al sentir en su cabeza el contacto de la mano trémula de
María, cae de rodillas, deposita en el suelo los objetos que llevaba apretados
contra su corazón, y, rostro en tierra, teniendo un borde de la túnica de María
apretado contra su convulso rostro, dice entre sollozos: «¡Perdón! ¡Perdón!
¡Madre, perdón!».
María,
en pie, acongojada, con una mano en el pecho y el otro brazo pendiendo
relajado, con una voz llena de aflicción, dice: «¿Qué es lo que debería
perdonarte, ¡pobre hijito mío!? ¿Qué? ¡A ti?».
Juan
levanta la cara, mostrándola como es, sin huella alguna de orgullo masculino:
una cara de un pobre niño que llora, y grita: «¡El haberle abandonado! ¡El
haber huido! ¡No haberle defendido! ¡Oh, Maestro mío! ¡Maestro, perdón!
¡Hubiera debido morir, antes que dejarte! ¡Madre! ¡Madre, ¿quién me quitará
algún día este remordimiento?!».
«Paz,
Juan. Él te perdona. Ya te ha perdonado. Nunca ha tenido en cuenta este momento
tuyo de desconcierto. Te quiere». María habla intercalando pausas entre las
breves frases, como en un momento de jadeo, mientras tiene una mano puesta en
su pobre corazón, que late fuerte de angustia, y la otra sobre la cabeza de
Juan.
«Pero
yo no le he sabido comprender ni siquiera ayer por la noche... y me dormí
mientras Él nos pedía el consuelo de velar. ¡Dejé solo a mi Jesús! Y luego salí
corriendo cuando vino ese maldito con esa gentuza...».
«Juan,
no maldigas. No odies, Juan. Deja al Padre ese juicio. 3Escucha:
¿Dónde está Él ahora?».
Juan
vuelve a caer rostro en tierra, y llora más fuerte.
«Responde,
Juan. ¿Dónde está mi Hijo?».
«Madre...
yo... Madre, le... Madre...».
«Le
han condenado, lo sé. Lo que te pregunto es que dónde está en este momento».
«He
hecho todo lo posible porque me viera... He tratado de recurrir a alguien
influyente para obtener piedad, para que... para que le hicieran sufrir menos.
No le han hecho mucho daño...».
«No
mientas, Juan. Ni siquiera por compasión hacia una madre. No lo conseguirías. Y
sería inútil. Yo sé. Desde ayer noche le he seguido en su dolor. Tú no
lo ves, pero mi carne está magullada por los mismos azotes que Él ha recibido,
y en mi frente están las espinas; he sentido los golpes... todo. Pero ahora...
ya no veo. ¡Ahora ignoro dónde está mi Hijo, mi Hijo condenado a la cruz!... ¡A
la cruz!... ¡A la cruz!... ¡Oh, Dios, dame fuerzas! Él tiene que verme. No debo sentir
mi dolor mientras Él esté sintiendo el suyo. Después, cuando todo haya
terminado, déjame morir, ¡oh Dios!, si Tú lo quieres. Ahora, no. Por Él, porque
me vea. Vamos, Juan. 4¿Dónde está Jesús?».
«Está
saliendo de la casa de Pilato. Ese clamor es la turba que grita en torno a Él,
atado, en los escalones del Pretorio, esperando la cruz o ya caminando hacia el
Gólgota».
«Avisa
a tu madre, Juan, y a las otras mujeres. Vamos. Recoge ese cáliz, ese pan, esos
paños... Mételos aquí. Nos servirán de consuelo... más adelante... Vamos».
Juan
recoge los objetos que estaban en el suelo y sale para llamar a las mujeres.
María le espera, pasando por su cara esos paños, como buscando en ellos la
caricia de la mano de su Hijo, y besa el cáliz y el pan, y pone todo encima de
un vasar. Se envuelve estrechamente en su manto, y se cubre con él hasta los
ojos, por encima del velo que le envuelve la cabeza y el cuello. No llora, pero
sí tiembla. Y jadea tanto, con la boca abierta, que parece faltarle el aire.
Juan
entra de nuevo, seguido por las mujeres, que lloran.
«¡Hijas!
¡Callad! ¡Ayudadme a no llorar! Vamos». Y se apoya en Juan, que la guía y la
sostiene como si se tratara de una ciega.
La
visión cesa así. Son las 12,30 de ahora, o sea, las 11,30 de la hora solar.
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