Miércoles 30 de Enero del 2013
Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos (10,11-18):
Cualquier otro sacerdote ejerce su ministerio, diariamente, ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, porque de ningún modo pueden borrar los pecados. Pero Cristo ofreció por los pecados, para siempre jamás, un solo sacrificio; está sentado a la derecha de Dios y espera el tiempo que falta hasta que sus enemigos sean puestos como estrado de sus pies. Con una sola ofrenda ha perfeccionado para siempre a los que van siendo consagrados. Esto nos lo atestigua también el Espíritu Santo. En efecto, después de decir: Así será la alianza que haré con ellos después de aquellos días dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones y las escribiré en su mente; añade: Y no me acordaré ya de sus pecados ni de sus crímenes. Donde hay perdón, no hay ofrenda por los pecados.
Palabra de Dios
Salmo
Sal 109,1.2.3.4
R/. Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec
Oráculo del Señor a mi Señor:
Siéntate a mi derecha,
y haré de tus enemigos
estrado de tus pies. R/.
Desde Sión extenderá el Señor
el poder de tu cetro:
somete en la batalla a tus enemigos. R/.
Eres príncipe desde el día de tu nacimiento,
entre esplendores sagrados;
yo mismo te engendré,
como rocío, antes de la aurora. R/.
El Señor lo ha jurado y no se arrepiente:
Tú eres sacerdote eterno,
según el rito de Melquisedec. R/.
Evangelio
Lectura del santo evangelio según san Marcos (4,1-20):
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al lago. Acudió un gentío tan enorme que tuvo que subirse a una barca; se sentó, y el gentío se quedó en la orilla. Les enseñó mucho rato con parábolas, como él solía enseñar: «Escuchad: Salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó. Otro poco cayó entre zarzas; las zarzas crecieron, lo ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
Y añadió: «El que tenga oídos para oír, que oiga.»
Cuando se quedó solo, los que estaban alrededor y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo: «A vosotros se os han comunicado los secretos del reino de Dios; en cambio, a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y los perdonen.»
Y añadió: «¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero, en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la simiente como terreno pedregoso; al escucharla, la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y, cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, en seguida sucumben. Hay otros que reciben la simiente entre zarzas; éstos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la simiente en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno.»
Palabra del Señor
Comentario al Evangelio del Miércoles 30 de Enero del 2013
Estimados amigos:
Esta vez emplea Jesús otro de sus recursos: la parábola, y en concreto esta de la siembra a voleo. Cuando él habla ante la gente, la semilla de palabra que esparce es la misma, e incluso parece tener la misma acogida inicial: todos sienten alegría y todos parecen moverse bajo el mismo primer impulso; luego, a medida que pasa el tiempo, las historias varían, porque no todos los terrenos reúnen las mismas condiciones. El problema está en el terreno, no en la simiente.
Un monje encuentra a otro y le pregunta: “¿Cómo se explica que haya tantos que dejan la vida monástica?” Y el segundo responde: “Sucede en la vida monástica como con un perro que persigue a una liebre: corre tras ella y lanza ladridos mientras corre; muchos otros se le unen y corren todos juntos, pero en cierto momento todos los que no ven la liebre se cansan y uno tras otro se pierden; sólo los que la ven continúan hasta el final”.
Después de una confesión, de unos Ejercicios Espirituales, de unas convivencias, de un encuentro, de una reflexión personal, reanudamos el camino con nuevo impulso. Pero las pruebas y tentaciones nos aguardan: cierta dosis de inconstancia interior, un ambiente hostil, el tirón de los productos del mercado y, sobre todo, el tirón de sus promesas seductoras pueden frenar ese impulso. El encanto de los comienzos se disipa y corremos el riesgo de recaer en la esterilidad. “Principio quieren las cosas” es un bello dicho que hay que completar con otros dos: “continuidad quieren las cosas”, “remate quieren las cosas”.
Fijémonos ahora en el sembrador. Este sabe que todo tiene sus riesgos, pero su esperanza es más grande que sus temores. Al evangelizador se le invita a aceptar de antemano que haya resultados fallidos, pero sobre todo a trabajar con la esperanza de que no faltarán los frutos, el treinta, o el sesenta, o el ciento por uno. ¿Cómo andamos de esperanza? ¿Vencen los desalientos, o tenemos como lema la máxima de que “todo esfuerzo inútil produce melancolía”?
La interpretación que el mismo evangelio ofrece de la parábola nos dice: hay que sumar a la alegría la constancia, a la constancia la resistencia, a la resistencia las renuncias, a las renuncias, el don de un corazón bueno. Y la historia de los monjes concluía con esta moraleja: “sólo el que ha puesto los ojos en la persona de Cristo crucificado puede perseverar hasta el fin”.
Un saludo fraterno
Pablo Largo
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